Una sola vez en la historia argentina se izó una bandera mapuche en la plaza central de una ciudad. Fue el 10 de diciembre de 2014 en San Martín de los Andes, al sur cordillerano de Neuquén, y significó el éxito de las gestiones de la comunidad curruhuinca que habita Quila Quina, un poblado a 20 kilómetros del centro de la ciudad, entre montañas, lagos y la Ruta 40. Ellos habían propuesto alzar su estandarte el 12 de octubre de ese año, pero la reacción de varios sectores postergó las gestiones. Una vez que el municipio local confirmó la reprogramación del acto para el Día de los Derechos Humanos, circuló un flyer que convocaba un “banderazo patagónico” para esa fecha. “Hay una sola bandera que nos une a todos”, decía en mayúscula y con el subrayado literal. Se refería a la argentina.
El día del acto, mientras ambas insignias (y la de Neuquén) eran izadas a la vez en la plaza central, un grupo marginal protestaba en la vereda exigiendo un desagravio para Julio Argentino Roca, “padrino” de lo que hoy se conoce como San Martín de los Andes. Es que la ciudad actual (tal como se la entiende, vive y divulga turísticamente) resultó de una derivación del apostadero militar que el Ejército emplazó por orden de Roca para garantizarse presencia en la última de sus “Conquistas del Desierto”. Desde entonces, la administración de esa tierras quedó para el Estado, desde la época en la que los altos rangos se repartían las parcelas más valiosas hasta esta actualidad de concesiones a socios (políticos, económicos, afectivos) o represión a reclamos por fuera de ese círculo exclusivo.
Para los mapuches, la Cordillera no era una frontera natural: todo formaba parte del Wall Mapu, ese territorio que abrazaba la australidad americana desde el Atlántico hasta el Pacífico. Se movilizaban de aquí para allá cuando la zona ya tenía aridez y montañas pero no mapas que lo repartieran todo entre Chile y Argentina. Así fue hasta que, a partir del siglo XIX, comenzaron a ser dominados por armas e instituciones más poderosas que las propias. Los pobladores originarios que se salvaron del sometimiento o la ejecución sobrevivieron recalculando geografías por siglos, acomodándose donde podían o los dejaban. En San Martín de los Andes, por ejemplo, la comunidad mapuche Curruhuinca terminó en Quila Quina, entre la Cordillera y el Lácar, primero de los Siete Lagos (o último, si se arranca desde Villa La Angostura, 100 kilómetros al sur).
La única estadística oficial indica que viven en Villa Quila Quina 50 familias mapuches, unas 150 personas que cultivan el suelo y tienen en su comunidad una escuela cuyo ciclo lectivo va de septiembre a mayo, por los crudos inviernos. Con el tiempo, además, empezaron a explotar de una manera razonable la variable turística, cuando desde familias ABC1 en plan étnico hasta millennials de mochila descubrieron la playa de Quila Quina, sobre el Lácar. Cualquiera puede acudir a ese paraíso simbólicamente mapuche y geográficamente salvaje pagando valores accesibles de entrada y camping, beneficio que en enero de 2017 los mapuches defendieron con piquete sobre la Ruta 40 cuando el Estado intentó elevar los precios.
Lo costoso, en cambio, es llegar. No existen desde el centro de San Martín de los Andes (al que llegan al año miles de turistas del mundo) hasta el de esa tierra ancestral colectivos, micros ni ningún transporte público. La única forma de superar la trasmontaña que divide la Ruta 40 de la villa mapuche es transitando los peludos faldeos en auto particular, moto, bici o a pie.
En otro siglo, los mapuches fueron pillos y resolvieron la conectividad creando un muelle sobre la playa del Lácar, inmenso lago que comunica con cuanto poblado haya desde allí hasta Chile sin tener que entreverarse en los Andes. Pero aquellas canoas curruhuincas de araucaria evolucionaron en más modernas. Y también ajenas: hoy operan varios servicios privados que arriman a través de ese espejazo de agua de deshielo a personas que quieren comunicar San Martín de los Andes con Quila Quina. Como los turistas que llegan a esta ciudad que es faro turístico patagónico y quieren ver “la playa mapuche” o los curruhuincas que llevaron la Wenufoye para verla alzada en una plaza central por primera vez en la historia.