La medicina es cada vez menos cosa de hombres, aunque todavía está arraigado en el lenguaje decir “voy al doctor o al médico”, en masculino, incluso cuando se consulte a una mujer. En los últimos años se produjo una feminización de la profesión, a partir de un aumento significativo y constante de la cantidad de médicas graduadas. Mientras que en 1980, ellas representaban el 20 por ciento en el sector, en 2016 alcanzaban casi el 52 por ciento. Son mayoría además, en el total de estudiantes de la carrera, un fenómeno que se extiende, sin excepciones, en las principales universidades de todo el país. Sin embargo, este cambio no se tradujo en una mejora en la inserción laboral y en sus condiciones de trabajo. Las médicas enfrentan los mismos obstáculos que trabajadoras de otros sectores laborales: cobran menos que sus pares, con una brecha salarial que ronda el 20 por ciento, se concentran en las especialidades con menor rango de ingresos y asociadas con atributos definidos culturalmente como femeninos, vinculados con el cuidado materno –infantil– y tienen menor acceso a puestos de decisión, en instituciones hospitalarias, ministerios, asociaciones profesionales e incluso, en el ámbito académico.
En hospitales bonaerenses, ocupan menos de 3 de cada 10 cargos en las direcciones ejecutivas. En 2017, de las 20 universidades que integran el Foro Argentino de Facultades y Escuelas de Médicas Públicas, solo había 5 decanas, a pesar de que el 64,3 por ciento del estudiantado es femenino y entre quienes se gradúan, las mujeres llegan al 65 por ciento del total. En los principales gremios del sector, las comisiones directivas están integradas por mayoría de varones y las mujeres tienden a ocupar cargos de menor jerarquía: una excepción es la Asociación de Médicos de la Actividad Privada, cuya vicepresidenta y secretaria gremial son mujeres.
Los datos surgen del estudio “Género en el sector salud: feminización y brechas laborales”, que hoy presenta el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y ayer se adelantó a la prensa. “La feminización de los puestos profesionales no condujo a un avance importante en la paridad de ingreso. La brecha de ingresos mensuales de la ocupación principal entre las y los profesionales del total del sector alcanzaba al 19,6 por ciento en el 2016, y no se identifica una reducción de la misma en los últimos dos años”, señaló Gabriela Catterberg, autora principal de la publicación, que forma parte de la colección Aportes para el Desarrollo Humano en Argentina. El relevamiento incluye una serie de recomendaciones que ayudarían a erradicar las brechas (ver aparte).
El estudio está dedicado a las pioneras como Cecilia Grierson, la primera médica argentina. Grierson se graduó en 1889: pudo ejercer como obstetra y ginecóloga, pero no como cirujana, por ser mujer. Pasaron más de cien años –129, para ser precisas– y todavía, la cirugía –de las especialidades mejor pagas– sigue siendo un coto masculino. Lo refleja el estudio del PNUD: las cirugías –cardiovascular, general, neurocirugía, de tórax, de cabeza y cuello, entre otras– son las especialidades donde menor proporción de mujeres hay, de acuerdo a las estadísticas del Registro Federal de Profesionales de la Salud, del Ministerio de Salud de la Nación. Mientras que la hematología pediátrica es la que concentra más médicas, la urología es la especialidad donde hay menos.
Si se suman médicas, operarias y técnicas, 6 de cada 10 personas que trabajan en el sector salud son mujeres, de acuerdo con datos de 2016. En 1980, eran solo 3 de cada 10. Hoy, una de cada 4 mujeres ocupadas en el mercado de trabajo, se desempeñan en el sector salud.
Los estereotipos de género presentes entre colegas fue otro punto de análisis. “Las mujeres toleran mucho menos el estrés, se desbordan más rápido, se sienten saturadas, explotan en llanto, son más impulsivas. Los hombres son más tranquilos, más estables... Por ahí a propósito la biología creó así, uno más estable y el otro más cíclico, con la responsabilidad de la reproducción y el otro para sostener”. La frase, cargada de prejuicios, la dijo un médico nefrólogo, de 37 años, en diálogo con expertas del PNUD. En el marco de la investigación, se incluyeron entrevistas en profundidad a 20 médicas y 19 médicos de distintas especialidades y edades. “Los testimonios muestran que persisten los estereotipos de género. Una de sus manifestaciones más explícitas es la desconfianza hacia las capacidades de las mujeres médicas para desempeñarse en ciertas especialidades. Las profesionales de la medicina son generalmente concebidas en un rol de cuidadoras, mientras que los varones son vinculados a mayor control, manejo de situaciones de alto riesgo, resistencia física a jornadas prolongadas y autoridad”, destaca el estudio.
La publicación recuerda que cuando Sarmiento organizó el primer censo nacional en 1869, las y los curanderos representaban la forma más extendida de asistencia a la salud. Y en ese lugar del saber, ellas eran mayoría. “La amplia presencia de mujeres en este tipo de atención médica puede constatarse porque es la única profesión que en dicho censo aparece detallada en ambos sexos”, señala el estudio. Pero cuando la medicina se profesionalizó, dejó fuera de esa elite a las mujeres, hasta que las primeras ingresaron a la universidad hacia fines del siglo XIX. Ahora son mayoría.
–Nuestro punto de partida fue mirar las brechas de género en el sector –contó Catterberg. Mientras que en 1980 solo el 20 por ciento de la profesión era ejercida por mujeres, veinte años después se había duplicado esa proporción. Hoy del total de médicos en edad activa –172.502, datos de 2016–, son el 51,2 por ciento.
¿Por qué ganan menos que los varones? La brecha salarial de género responde a que trabajan menos como médicas y más como mamás, básicamente: dedican más horas que sus colegas varones (4,5 por día contra 3, en promedio) a las tareas domésticas y de cuidado –trabajo no remunerado–, que les resta tiempo para el ejercicio de la medicina –trabajo remunerado–, explicó Catterberg. Ese es el gran núcleo de la desigualdad, como se observa en otros ámbitos laborales. “Vemos que el ritmo de los cambios en la feminización de la profesión no han sido acompañados por cambios al interior de los hogares, en el reparto y distribución de las tareas domésticas”, agregó la investigadora.
–¿Se feminizó la profesión porque los sueldos son más bajos o los sueldos bajaron en el sector porque se feminizó? –preguntó este diario.
–Nos planteamos esa pregunta pero no tenemos información para poder conocer la evolución de los salarios reales. ¿El salario de un médico se convirtió en un segundo salario y por eso hay menos hombres que se dedican a la profesión? No lo sabemos. Sí pudimos ver que no cayó la cantidad de profesionales varones de la medicina en relación a la población ocupada –respondió el economista Rubén Mercado, asesor en la publicación.
La feminización de la profesión médica no se observa con el mismo ritmo en otros países, dijo Catterberg, que analizó datos de Brasil y Estados Unidos, pero aclaró que no encontró estudios a nivel mundial que reflejen del tema.
Es interesante comparar lo que sucede con las y los técnicos y operativos del sector salud, donde la brecha salarial es considerablemente menor: alrededor del 12 por ciento. En ese ámbito, las mujeres son amplia mayoría. “Esa menor brecha se vincula con una mayor proporción de trabajadores asalariados respecto a las y los profesionales del sector, quiénes en su mayoría son trabajadores/as autónomas/os. En ese contexto, los convenios colectivos que regulan las condiciones laborales de las y los asalariados registrados han posibilitado una mayor homogeneidad en las horas trabajadas a través del establecimiento de pautas relativamente uniformes sobre la dedicación horaria, y la provisión de derechos básicos vinculados a la maternidad y al cuidado”, advierte el estudio del PNUD.