Tras la muerte de Stephen Hawking, la comunidad del conocimiento ampliada (científicos + periodistas especializados + divulgadores) debate sobre cuál fue la mayor contribución a la ciencia del notable físico británico.
¿Fue acaso su aporte para la comprensión del origen del universo y los agujeros negros? ¿Fue quizás su controvertida mirada sobre la posibilidad de concretar un viaje en el tiempo?
Hawking fue por sobre todas las cosas un extraordinario comunicador. Alguien que sin descuidar el rigor de sus investigaciones, logró atravesar desde adentro las fronteras fortificadas del universo académico para meterse en las entrañas de un mundo del espectáculo dominado por los medios masivos.
¿Cómo lo hizo? ¿Alcanza con ser brillante, tener miradas provocativas y grandes ideas? No alcanza. Todo acto de comunicación requiere de entusiasmo, de cierta convicción militante, de espíritu evangelizador y de unas ganas contagiosas de iluminar la penumbra.
Durante toda su vida de película Hawking fue la encarnación de ese entusiasmo por compartir ideas, por abrir puertas, por desafiar los límites. Precisamente los durísimos límites que le impuso su enfermedad no fueron un obstáculo, sino una oportunidad para que su voz metálica y electrónica se convirtiera en vector de un mensaje cálido y por momentos poético.
Para hacer lo que hizo este sabio inglés en materia de divulgación hace falta mucho coraje. La comunidad académica suele ser muy cauta, por no decir conservadora. Y tienen razón… Hay un divorcio evidente entre la ciencia y los medios masivos de comunicación. La ciencia es desarrollo de ideas, despliegue, dudas que conducen a otras dudas, policromía. Los medios son síntesis, aseveraciones categóricas y, como lo bipolar da resultado, siguen emitiendo en blanco y negro.
Hay que ser muy valiente y tener mucha espalda para animarse a salir de la seguridad de los claustros para jugar el juego que proponen los medios. La mirada de los propios suele ser cruel y severa para los que emprenden la aventura.
Al escribir “Breve historia del tiempo, del Big Bang a los Agujeros Negros”, best seller de escala planetaria, decidió no incluir ecuaciones porque sabía que cada fórmula que escribiera alejaría al público que quería cautivar. Sólo puso la célebre E=mc2, de Albert Einstein. De este modo privilegió la comprensión colectiva a los aplausos de sus pares.
Hawking no sólo fue innovador y provocativo en sus libros y programas de televisión, sino que también se atrevió a hacer de sí mismo en un capítulo de The Big Bang Theory y a inmortalizar su imagen en un episodio de Los Simpson.
Más allá de su capacidad para reírse frente al espejo, esas dos presencias televisivas resumen su condición de ícono contemporáneo del mundo de las ideas. Pero a la vez ponen de relieve sus mayores contribuciones: entusiasmar a las audiencias con temas poco frecuentados, invitar a la aventura del pensamiento, contagiar el interés por vocaciones científicas y demostrar que todos pueden, aún los que tienen limitaciones evidentes.
Insisto: más allá de sus aportes concretos para la física y la cosmología, estoy convencido que Stephen Hawking ocupará un lugar muy particular en la historia. Será recordado por haber puesto en el horario central de la programación mediática, temas y miradas reservadas a los debates universitarios. En ese lugar, y salvando las diferencias que los recursos de cada época imponen, compartirá el podio con otros próceres que llenaron nuestros ojos de ciencia: Carl Sagan y Jaques Cousteau.
*Periodista. Director de El Oso Producciones