Entre paisajes de una belleza imponente, el Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC) se alza como polo regional multidisciplinario en los confines del mundo. Ubicado en la ciudad de Ushuaia, y dependiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), el centro promueve el desarrollo de la investigación en distintas áreas: Biología, Arqueología, Agro-Forestales, Ciencias de la Tierra, del Agua y de la Atmósfera.
Situado en una colina al suroeste de la bahía, a orillas del Canal Beagle, el Centro se destaca por su excelencia académica. A pesar de la hostilidad del clima, jóvenes graduados que realizan sus tesis de doctorado o sus estudios postdoctorales llegan permanentemente al CADIC para emprender grandes aventuras en pos de conquistar el conocimiento científico. Ese es el espíritu que, sin dudas, trasmiten aquellos que han decidido hacer un alto en el extremo sur de los mapas.
“Embarcarse en estas latitudes es emprender una aventura en el sentido más amplio del término, me remonta a las primeras campañas que se desarrollaron aquí. Recordar que Darwin pasó por el Canal Beagle me provoca una profunda emoción” Ignacio Chiesa.
Un largo camino al sur
Ignacio Chiesa es uno de los tantos jóvenes que decidió trasladarse a Tierra del Fuego. Doctor en Ciencias Biologías de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), desde 2016 se desarrolla como investigador del CONICET en el Laboratorio de Crustáceos del CADIC.
“Embarcarse en estas latitudes es emprender una aventura en el sentido más amplio del término, me remonta a las primeras campañas que se desarrollaron aquí. Recordar que Darwin pasó por el Canal Beagle me provoca una profunda emoción”, manifiesta el científico.
El tema que desvela a Chiesa está vinculado con los anfípodos marinos, uno de los grupos de crustáceos (cangrejos, langostinos y camarones, entre otros) más abundantes y diversos. Sus estudios, vale aclarar, están llenos de hallazgos: registró por primera vez tres familias y nueve géneros en el Mar Argentino, además de identificar seis especies inéditas y describir otras tres nuevas para la ciencia.
Mariano Diez es otro de los científicos que desembarcó en el CADIC. Ya sus primeros pasos académicos los hizo cerca del mar: obtuvo la licenciatura y el doctorado en Ciencias Biológicas en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Con el sonido del océano acompañándolo siempre, decidió trasladarse a la ciudad de Ushuaia en 2006 y en 2014 se convirtió en investigador del CONICET, también en el Laboratorio de Biología de Crustáceos del CADIC.
Desde que llegó al lugar, Diez abrió una nueva línea de trabajo denominada acústica ecológica: “se trata de una disciplina que, al utilizar un sistema similar al que usan los mamíferos marinos para orientarse, permite conocer la distribución y la abundancia de las especies”, explica. Así, empezó a estudiar la langostilla y la sardina fueguina, dos de las especies más abundantes del Canal Beagle. “Ambas cumplen un rol ecológico clave en la zona, son parte principal de la dieta de aves y mamíferos marinos, además de que son potenciales recursos pesqueros”, advierte.
Luciana Riccialdelli, doctora en Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo (FCNyM) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), también es parte de la lista de investigadores del CONICET que llegó al centro científico más austral del mundo. Desde que inició su formación doctoral en 2006 llegó a Tierra del Fuego para quedarse. En la actualidad, trabaja en los laboratorios de Ecología, Fisiología y Evolución, y en el de Ecología y Conservación de Vida Silvestre, ambos pertenecientes al CADIC.
El trabajo de Riccialdelli se ha centrado en aportar datos para el manejo adecuado de los ecosistemas marinos a partir de la ecología trófica (alimentaria), pero bajo una perspectiva diferente: “he tratado de analizar ciertos elementos que son transferidos a través de la alimentación” describe. Pero para que no queden dudas, aclara: “he tratado de estudiar quién se come a quién, cuánto y dónde”.
La científica, que investiga los cetáceos debido a su rol de predadores -entre los que se encuentran delfines y marsopas-, contagia a cada paso la pasión de los investigadores del fin del mundo por la tarea que desarrollan todos los días. Tal como lo transmite su colega Mariano Diez: “Ser biólogo marino es una forma de vida más que un trabajo, es motivo de orgullo vivir y hacer ciencia en Tierra del Fuego, estamos haciendo soberanía del conocimiento”.