Tormenta. Vientos huracanados. Vuelan las chapas de los techos, naipes que cortan el espacio, filosas guillotinas que se entrecruzan plantándose al azar como lanzas de una batalla. La pared de la pieza de Carlitos, hecha de cartones, se derrite como un helado. Empezamos a andar, no sobre la tierra del piso de la casilla, sino abriéndonos paso por el agitado líquido que aumenta su correntada. A huir de la inundación. Atravesamos la noche tapando nuestros cuerpos con bolsas de plástico. ¿Dónde buscar refugio aquí? El agua de las calles sube, trepa, se va tragando nuestro caserío. -‑Ah, rumbeemos hacia el basural ‑grita Lalo. Basural de reciente inauguración. Basural con que la Municipalidad nos ha condecorado. Corremos a hacer alpinismo, hay que trepar hasta los altos picos de desechos donde esperaremos que se calme y retire el torrente de agua.

-‑Ay, ayudame Lito, me caigo -grita una voz que encuentra pronta respuesta de varios vecinos: -‑Agarrate de mí, Sofía. Yo te sostengo de la cintura y vos levantate. 

-‑Pancho, dejame que la ayude llevando su bebé. Pasamelo y lo aseguro contra mi pecho.

-‑Cuidado, ahí va.

Mis tres niñitos cuelgan de mi pecho, a salvo, metidos en la pequeña manta que me anudé a los hombros. Le doy la mano a Dina, ‑muy embarazada‑, ya subir la cuesta del basural.

En el país, los de nuestra especie sumamos tres millones. Pero ¿somos argentinos? Abrazo a los nenes. A mi lado, el brazo de una vecina, Marisa, chorrea un río de sangre por el corte que cosechó entre tanto laterío. ¿Alguien tiene un celular con el que pedir que la auxilien? Para qué. A este campo de desterrados, aunque se hallen en su propia tierra según aseguran nuestros DNI, no entró, ni entrará jamás una ambulancia. Nunca. Aquí, hasta en las calles se ven a diario mujeres empujando sus criaturas en nacimiento, auxiliadas por algún conocido. Tampoco acudirá patrullero alguno que nos dé una mano. Somos un gigantesco espacio ¿barrio? al que se le pasó cuidadosamente la goma de borrar.  

En lo alto del basural, bajo la lluvia, nos sometemos al paisaje de nuestras viviendas con chapas que ondean sin techo, restos de sillas, mesas, ollas y plásticos boyando, y, cuando sea, antes o después, el agua huye. Bajamos lentamente, nos movemos sobre una capa maloliente de excrementos; los pozos negros han desbordado, océano hediondo de lo que desagotan nuestros intestinos en los excusados, sin cloacas que los entuben y encaucen.

-‑Te ayudo, Dora.

-‑Y yo a vos, Hernán.

Y unos a otros.

-‑Llamemos a los de la Municipalidad para que nos vengan a asistir como lo hacen siempre ¿no? -se enfurece Damián. Furia al viento que ¿a quién le importa?

Villa de Las Latas. Gente barrida a este lugar desprovisto de escuela y dispensario, a treinta lejanas cuadras del hospital o colegio secundario más próximo, sin un solo ómnibus que pase por aquí.

Nos damos una mano de a grupos, todos. Empalmamos las chapas de nuestras casillas como rompecabezas. Llega el agotamiento. Saco un balde de agua del aljibe para reponerme tomando mate. Aparece con un delincuente que me apunta: "Ahora te mato", líquido que contiene cintas de materia fecal. Por la inundación las napas se han contaminado con los pozos negros desbordados. Sin agua para beber, ¿a quién acudir?

Salimos a recoger en fuentones la lluvia que en ráfagas espaciadas nos manda el cielo. Pero la leña y el carbón con que calentarla, empapados. Nos auxilian los que poseen una garrafa. ‑Vení, Lila, prepará aquí tu mate. Ronda de poco jolgorio.

¿Qué quieren de estos desterrados?

Que nos sepultemos a nosotros mismos. Tomar la pala. Hacer el pozo. Meterse dentro tirándose la tierra que rodea el agujero. Desaparecer.

Mi Joaquina, la más pequeña, me acerca su manito sobre la mejilla. Saco la teta. La amamanto. Su sonrisa nos remonta como a barriletes. Será por un rato, pero lo disfruto aunque dure poco. ‑¡Villa Las Latas. Presentes!‑ grito. Los compañeros lo devuelven como un trueno.

Una vez más, sobrevivientes.

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Reseña: En Argentina, tres millones de personas viven en villas de emergencia; son 650 mil familias en 2432 asentamientos.

El 95% de sus habitantes no tiene acceso al agua corriente, el 98% no cuenta con acceso regular a la red cloacal, mientras que un 16% de ellas bebe agua de pozo y simultáneamente elimina sus excreciones a través de un pozo ciego sin cámara séptica, con serios riesgos para su salud. En cuanto a este punto: las ambulancias no ingresan al territorio cuando se trata de una urgencia. Tampoco entran ómnibus.

En muchas de ellas, como en La Lagunita, Rosario, no hay recolección de residuos ya que el camión de la basura no accede al barrio y prácticamente todos los asentamientos del país se hallan a más de treinta cuadras de colegios y hospitales.

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Fuentes:

‑Radiografía de la pobreza, Luis Bastús, 2/11/16, Página 12.

‑Tres millones de argentinos viven en villas de emergencia, 02/11/2016, Infobae.