El día del estreno cayó granizo. Quince minutos de piedras de hielo como papas noisettes golpearon el techo de Santos 4040, el espacio donde se acaba de estrenar Matate, amor. Allí se recrea el bosque tupido y exuberante que Ariana construye al borde de una ruta gélida y ese aire denso permanente que exudan las palabras de la protagonista, única narradora de la trama que incluye a su bebé, su marido, sus suegros, un amante y un ciervo.
Los golpes secos de las piedras musicalizaron los primeros quince minutos del monólogo que se calza al hombro Erica Rivas, mientras su cabeza le tiraba una entre miles de líneas “ya va a pasar”. Una claraboya del patio interno que es parte de la escena se rompió. Hubo ruido. Cada vez que Erica se metía en ese segundo plano de la escenografía volvía empapada, escurriéndose el vestido como si lo hubiera hecho en los tantos meses de ensayo, y los espectadores no sabían si era un complot de las diosas griegas, las brujas medievales o el rezo de una mujer que acababa de parir a 14 mil kilómetros: la autora Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) dio a luz a su segundo hijo en su patria electiva, Francia, un día antes de la tormenta loca que acompañó el aquelarre. Marilú Marini seguía las palabras de su actriz como ángel guardiana y Diana Szeinblum sus movimientos como creadora de esa coreografía que la tiene bailando a Erica 80 minutos, en un ballet complejo que irradia tanta atracción como fobia y que convive en ese cuerpo chiquito y plástico que por momentos se vuelve fiera. Matate, amor, editada primero por Lengua de trapo en 2012 y ahora por la local Mar Dulce, es la primera de una trilogía (completada con La débil mental y Precoz) donde el amor de las madres y los hijos se tematiza con una luz nueva, como esa sensación de insoportable intensidad que acompaña al puerperio pero sin quedarse en ese río turbio sino yendo más allá: vivir en los márgenes y hacerse preguntas hasta el delirio con la velocidad del pensamiento para frenar de golpe y en seco a mirar de frente la locura en los ojos de un animal silvestre, tan tierno y enorme. Y como primera novela de una autora formada en el teatro y el cine, Matate, amor es un mazazo en la cabeza de todos los tópicos que cuestionan las normas establecidas: ¿Es la pareja un refugio o una cárcel? ¿Puede el bebé darnos alergia al mismo tiempo que queremos abrazarlo hasta el ahogo? ¿Habitar otra lengua no es también habitar otro mundo de sentidos que nos hacen sentir extrañas hasta con nuestra propia sombra? ¿Tenemos derecho las mujeres a pegar patadas al aire, a fingir tantos orgasmos como queramos porque el placer está en otro lado que en ese sexo monótono y tradicional que nos enseñaron las películas? Todas esas preguntas flotan en la escena de este texto llevado a las tablas entre mujeres. Primero fue Erica la que lo conoció y se enamoró de su ritmo embriagador (“rubia traeme digo, con mi acento, y soy una mujer que se dejó estar y tiene caries y ya no lee. Lee idiota me digo, leete una frase de corrido. Acá estamos los tres juntos para una foto familiar”), pronto se sumó Marilú al proyecto, en su casa de Paris, mientras Erica y Marcela Balza filmaban un documental sobre ella que va a llamarse, oh destino, “No te enamores”. Y por primera vez, Erica y Ariana se dieron cuenta que habían dado con la persona indicada para llevar la nave a destino. Entre Paris y Buenos Aires, las tres adaptaron el texto. “Fue como esas cosas de inconciencia dionisíaca que te largás a algo y no sabés bien. Cuando tomé contacto con el texto me pareció algo muy valioso para hacer. Tiene una honestidad y una no solemnidad enorme” dice Marilú en diálogo con Las12.
¿Qué fue lo primero que les disparó un texto con tantas capas?
M: la valentía de una mujer para pasar por ese largo camino hasta tener una identidad, una entera, plena, no contenida por servicios que tiene que dar a lo social, moral e histórico, sino de ser alguien que tiene una médula y que tiene dos patas en la tierra y dos manos en el cielo, y la cabeza abierta a todo lo que se le presenta sin ningún filtro de lo que debe o no ser. Yo tengo una gran admiración por Elisabeth Badinter y a mí me gustaría tanto que ella viera la obra. En su último libro dice que la identidad de las mujeres no es la maternidad, es la mujeridad, sin la estigmatización, ser la laguna que crea el mundo, pero con una identidad propia. Y yo soy muy sensible al humor, porque me parece de una seriedad enorme: la valentía que tiene Ariana con ella misma, siendo implacable, poniendo siempre esa distancia del humor. Y con Erica me siento hermana de actoras, somos de la familia de las chifladas.
E: Seriamente chifladas (risas). A mí lo que más me conmovió es la extranjería. Porque cuando ella nombra, nombra en otro idioma, incomprensible para él, su marido. Es como un soliloquio en otro idioma. Ella en un momento dice: él me mira, me lee los labios y sabe que estoy puteando… pero él no comprende. Por eso el tema que más me conmovió es aquel de no sentirse nunca perteneciendo, esa sensación que es ser una extranjera en otro país pero también ser una extranjera en tu propia familia, e incluso adentro tuyo, porque lo que sentís no se corresponde con lo que se tendría que sentir. Y creo que ahora hay una sensación de “Ah, entonces no era yo sola”. Y no somos solamente mujeres. Eso es muy conmovedor.
Hay una bruma en la geografía de las obras de Ariana: podría ser Francia porque una sabe que ella es una porteña que vive en la campiña francesa, pero a la vez podría ser Córdoba o el Litoral.
M: Sí, puede ser cualquier lado. Porque lo que pone en crisis el texto es la extranjeridad, ese pertenecer a otra cosa. Como si por decir cierto tipo de cosas a muchas mujeres se las exporta, no están integradas sino que de ellas se dice mirá qué rara, qué loca, qué ida.
Ariana inaugura algo que después de Matate, amor se empezó a explorar muy fuertemente en la literatura que es la maternidad disidente. ¿Cómo lo trataron ustedes en la adaptación?
M: Esposa y madre parece ser el destino. Yo amo a mi marido pero también lo odio, a veces. Ariana introduce esta idea sobre la maternidad y yo pienso que esa es otra valentía de ella. Porque la generosidad de la maternidad, la responsabilidad que implica, si una la edulcora solamente, le saca consistencia, porque no es todo bonito, es todo carne y la carne implica gozo e implica herida, sangre. Yo no soy madre biológica pero siempre me acuerdo lo que dijo Beckett “las mujeres paren paradas sobre tumbas”. Esa certeza de que una da la vida y da la muerte. A mí me parecía interesante no hacer un testimonio. Hacerlo con la envergadura literaria de Ariana, que te arma un mundo, ella podría haber escrito Alicia en el País de las Maravillas.
De hecho Matate se puede leer con elementos fantásticos: la relación de ella con el ciervo te hace pensar: ¿está enfrente del animal o está pensándolo?
M: Es que todo eso es posible.
E: Y es hermoso. El ciervo también tiene que ver con cómo nosotras vemos el mundo. Es muy probable que nosotras podamos enamorarnos de un ciervo.
El ciervo puede hasta ser la movilización feminista que nos hermana. Y también es el testigo.
E: ¡También!
M: Es el testigo pero para ella hay una cosa mística, los amores con animales, toda esa tradición que se abre ahí, un mundo misterioso que no tiene que ver solamente con lo sexual. Hay un erotismo sublimado pero de contacto. El ciervo en ella provoca justamente lo que sucede en la tragedia: la catarsis. Ella se identifica ahí, y se va a la mierda.
También los pelos volados de ella son los cuernos del ciervo.
E: El ciervo es ella, el ciervo es él, el ciervo es la libertad, es la lucha, y hay quienes dijeron que el ciervo es la locura. Una de las cosas que notábamos siempre en los ensayos es que las historias de mujeres que nos vienen interesando son historias de liberación, y es algo raro, como si fuera que nosotras siempre contamos la misma historia, la historia de la esclava, la historia de la liberación. Y en Matate, que aparece la imaginación sobre la libertad, la pregunta es cómo es esa imaginación sobre la libertad: ¿en una clínica psiquiátrica? Y sino es retirarse al bosque y vivir como un animal, poder decir que no sentís el amor de tu hijo. Hay algo que está tan afuera que cuesta mucho imaginarlo, por eso aparece la sublimación del bosque, la sublimación del ciervo, porque es difícil imaginarnos la libertad.
Sí porque nunca la tuvimos.
E: No, no sabemos cómo es. Lleva tiempo, lleva otro lenguaje, una historia nueva, y recuperar cosas que tenemos que reconstruir. Ni siquiera tiene que ver con los sistemas que conocemos, ni políticos, ni de lenguaje, pero ¿cómo hacemos? ¿Las mujeres queremos ser líderes a la manera de los hombres o preferimos relacionarnos en grupo? ¿Vivir en comunidad? Estaría bueno que la maternidad se viva en tribu, y la vejez.
M: La vejez ni te cuento. Yo que soy vieja y tenga la edad que tenga busco la libertad tengo que armar ese tejido de contención, no se arma solo. A mí no me importa lo que hay que ser, la abuelita buena, sino el amor, el cuidado, el trabajo. Yo la veo a Erica con su hija Miranda, que tiene 17, y es una maravilla y me conmuevo mucho.
E: Yo de feminismo le pregunto a Miranda. Para ella es natural que dos mujeres se amen como pareja, y muchas veces que me siento perdida hablo con ella, sobre todo en relación a la libertad sexual. Yo me enteré hace relativamente poco que una puede decir que no en cualquier momento de la relación, incluso cuando la tenés adentro. Y a mí me genera una felicidad tremenda saber que puedo compartir estas sensaciones. Yo creo que el deseo va a empezar a cambiar y que el amor romántico se va a caer.
En Matate, amor además explota una idea muy feminista que tiene que ver con la construcción de la moral de una buena mujer, que siempre es contradictoria, siempre es enloquecedora, nunca encuentra el punto justo: porque si es madre, tiene que recuperar rápido la línea, pero si no es madre no se realizó y si trabaja cómo hace para estar con los hijos y si no trabaja es una vaga y así hasta el delirio….
M: Y ella, la protagonista, además está muy sola. Yo estaba sola frente a mi entorno familiar por ejemplo y siento que me han reprochado por no cumplir con ciertas cosas, como dedicarme al teatro. Yo me casé a los 22, me separé, me fui a Nueva York a estudiar danza, y viví todo el primer hippismo y el primer feminismo de quemar corpiños. A los 24 estaba en el east village en el trip de cambiar el mundo, la psicodelia a full, y después la fagocitación de un sistema que no perdona las libertades tan fácilmente. No hay que olvidar que se ha dicho que la aparición del sida era un castigo por aquellas libertades de los 60.
¿Cómo dialoga Matate, amor con el aborto?
E: Dialoga pero no sólo desde la santificación de la maternidad que tiene la sociedad sino desde cualquier vínculo amoroso, donde todas las emociones forman parte del amor. Esta no es una mujer que está distanciada de su hijo, para nada, a ella le duele todo lo que pasa, le duele amarlo tanto, ¿qué se hace con ese amor que tiene todo? ¿Cómo se hace? Con esa necesidad tremenda física, con los parámetros de cómo tiene que ser tan establecidos. Cuando habilito el discurso de que ser madre no es la publicidad de pañales, es un alivio, es un “qué bueno poder hablar de esto”. Y mi hija cuando vino a ver la obra me dijo “yo me imaginé que un montón de veces pensabas que estaba yo ahí”. Eso de abrir la posibilidad de que a ella también le puede pasar conmigo, el rechazo, la ira, el asco, es un relajo, y también tiene que ver con el amor. Y ahora el feminismo, las lesbianas, las trans, nos vienen a decir que existen otras formas de desear, y esa puerta que se abre y termina con el binarismo es un alivio que se pueda abrir. Y cada vez va a contener más: el especismo, el cuidado de las tierras, etc.
M: Cuando Miranda dice que ella se ve ahí, se ve en la escena de la madre, aparece una cosa que también está inscripta en la obra, y es que ella está ahí. No es solo un gesto, es un cuerpo creando un hijo el de Erica. Yo siempre estuve muy en contacto con mi cuerpo porque fui bailarina y hoy veo cómo mi cuerpo se transforma. Tengo que cambiar una cosa en mi constitución cultural que es erotizar este cuerpo que tengo ahora. Porque yo a mi edad tengo deseo, y tengo una aceptación aunque a veces me cuesta. A veces me miro el espejo y digo oia, ¿qué le pasó a esta cosita? Pero sin negarlo, sino abrazándolo.
Sin embargo ella dice “si hubiera cerrado las piernas, si él no me hubiera dado vuelta”, y ahí hay algo de la dificultad para decir que no, de la obligatoriedad de una especie de goce para el otro…
M: “En el último momento se le ocurrió a esa bestia meterme la pija” dice ella. No se le ocurrió darme placer sino acabar, eso es lo que está diciendo. Pero nuestro contacto con el cuerpo es nuestro patrimonio, como lo es la menstruación, y tenemos que hacer algo con eso.
Gozalo
Pensar sin llegar a ninguna conclusión. Abrir más preguntas. Lo insoportable de irse del teatro sin una idea digerida. “Y eso también es pensar como feministas, o pensar por fuera del heteropatriarcado, pensar sin una salida, o un lugar al que llegar” dice Erica.
Y después está la risa, risa nerviosa, risa como búsqueda, risa que quiebra. Matate amor indaga en todas esas miradas y abre las preguntas sobre qué pasará después, cómo es la búsqueda de una identidad: cómo va a hacer, qué voy a hacer y cómo lo van a soportar los otros. “Las expectativas ajenas y el cómo será también es un infierno” dice Erica. “Yo soy optimista y pienso que el trabajo la salva: el trabajo es algo que da mucha fuerza, el trabajo sobre el propio oficio. Yo nunca se lo dije a Erica pero lo que yo le deseo a ella en ese bosque es lo que dice ese maravilloso poema de Cavafis, “Itaca”, algo así como que el viaje sea largo pero gozalo, porque cuando llegues a Itaca vas a ver qué generoso fue ese viaje.
Para Ariana además es muy importante su ser judía como parte de esa extranjería de la que hablábamos.
M: Ella escribe en un idioma propio. Y eso a mí me es muy cercano porque yo tuve que hacerme de otro cuerpo que es la lengua francesa y es una cosa violenta ese pasaje a otra dimensión, a otra visión del mundo. ¿Cómo organizás el mundo en una lengua y en otra? Te tenés que hacer un cuerpo. Tanto en el caso de la escritura como en el del teatro tenés que hacerte un cuerpo: una lengua acaricia, cachetea, mata con una palabra. Y ella no escribe en francés pero vive en ese cuerpo, eso le da una dimensión de la extranjeridad, y ¿cómo se busca la identidad desde ahí? Su identidad de judía argentina en un pequeño village francés, que es una cosa muy arcaica, muy medieval. Para alguien que llega como Ariana, con todo su mundo, es una lucha enorme para identificarse: eso me conmueve profundamente, que ella escribió esto desde otro cuerpo cultural.
El final del libro tiene muchas lecturas pero una podría indicar que ella se salva, sigue su camino, encuentra su yo más genuino. Pagando un precio alto pero con buen final.
E: Ella como artista, como mujer que necesita transformar el dolor en algo bello. Eso en el libro está y en la adaptación tal vez quedó algo escondido pero Marilú lo iluminó porque también es una de las capas interesantes, esa entrada y salida al relato, el objeto papel y pluma y su ser creadora, su yo escritora. Que no quede la mujer atrapada en el puerperio sino una escritora en potencia, pensando su primer libro, una angustia atravesada por la maternidad que la hace sentirse preparada para escribir.