El personaje sale de la casa familiar como de un diorama, sale una noche de llovizna a tirar la basura y cuando siente el aire afuera sabe que debería seguir caminando al río y no volver. Mira todas las otras casas con sus garajes, sus maderas, sus pórticos, sus chimeneas como decorados, como cuadros de George Hendrik Breitner y más allá los campos con carretas y contraluz de Jean Francois Millet y esos también son mentira. Seguir caminando y perderse en las islas de arena y matorrales. Toda familia es un escenario. Todo recién nacido una máscara de horror y magia. El personaje se queda mirando la cara del nacido contorsionarse, girar enteramente, eclipsarse en el fuego. De noches así nació Matate, amor.
No creo en la escritura programática ni en el escritor profesional. Tampoco en los temas propicios para una novela ni en las trilogías. Ni en la actualidad de una obra. No escribí Matate, amor bajo la impronta de los movimientos feministas ni de cualquier otro orden. La escribí hundida. No creo en la intención de una obra, cuando se escribe hay tanta sangre que no se ve bien, como un reto a duelo, como una pelea nocturna a cuchillazos. Trato de que escribir consista en ejecutar el portarretrato del personaje sin clemencia. Como esa frente lastimada de rojo de Oskar Kokoshka. Trabajo la frase como la pintura, nada no trascendente puede sobrevivir, escribir y reescribir como una auténtica caza de brujas con la lógica de las listas negras macartistas y la peste. La escritura tiene que ser trágica. Lograr el tono exacto de una melancolía irritada, de una consciencia irritada y dolida, ligeramente nostálgica y a la vez furiosa es una cuestión de ajustar la luz. Escribí Matate, amor pensando en los hombres, el suegro que mira los tickets del supermercado, el marido que sale a mear embobado con las estrellas y el telescopio y el bebé en el pecho. A los hombres les interesan los hombres, a las mujeres les interesan los hombres. En la apariencia discusiva del enunciado de las protagonistas de mis novelas, veladamente, está el derrumbe trágico de los hombres, está el post apocalipsis de los hombres, el derrumbe de la masculinidad. Eso está en el monólogo de ella, en su sexo, en su semántica. Matate, amor es asistir a esa caída libre de los hombres y a esa desesperación por no caer de la mujer. Por eso todo es teatro, el pueblito, el divorcio, Navidad, ser extranjera, todo es escena. De ahí también que esté escrita a dos lenguas, literatura y dramaturgia, español y francés, demencia y cordura. Los hombres, ese rebaño de mendigos sin causa, ese rebaño de gorilas salidos de la nada de Saer.