“Yo soy más feminista que mi mujer” dice Dady Brieva en Intrusos. La frase significa exactamente lo opuesto a lo que Dady quiere dejarnos en claro, pero eso es lo maravilloso del lenguaje, su capacidad de traicionarnos. ¿Es posible que un hombre sea más feminista que una mujer? Por supuesto, hermana, pero este no es el caso. ¿Qué es esa necesidad de enunciar “ser más que” en la televisión? Dady regresa al primer casillero.
El novio de una amiga de 25 años, lee Teoría King Kong de Virgine Despentes y no puede terminarlo de la angustia. El descubrimiento de que él mismo ha sido tan machista y desagradable lo ha dejado sumido en una inmensa tristeza. Sorprendentemente, esta tristeza deviene enojo con su novia, porque ésta no ha sabido contenerlo ni consolarlo en semejante epifanía, esa de que ha sido tan sorete, la misma epifanía que no lo deja ver que sigue siéndolo, perdido en este laberinto borgeano de la misoginia, el muchacho regresa al primer casillero.
En mis veinte, o como también me gusta llamar a esa época, “la década violada” (en la que todas hemos tenido alguna vez sexo cuando no queríamos por razones patriarcales arbitrarias, como simplemente miedo a decir que no), esperaba que mis novios bebieran más que yo, supieran más que yo sobre todo, fueran más graciosos y talentosos. Vivía presa de la lógica completamente machista de suponer que el hombre debía ser “más” que yo. Cuando te percibís feminista no solo dejás de esperar que tu cita tenga prácticamente poderes, sino que ademas abandonás el jueguito idiota de hacerte la tonta para que no se sienta amenazado. Por eso ser feminista es tan peligroso para este orden de las cosas, te elimina la culpa de ser regia, soberbia y fantástica. Empoderarse es sumamente peligroso para los psicópatas, dado que evita en principio, la adoración idiota a rockeros, líderes de cualquier tipo de militancia, profesores de teatro, capocómicos etc, y evita, también el desarrollo de cualquier secta. Porque hay que decirlo, los líderes de sectas, siempre chabones, eh, y el sistema de creencias por el cual una mujer se enamora y pierde toda su vida es el mismo al de alguien que ha caído en una secta buscando la salvación en el otro.
En el ser feminista termina la búsqueda de ese inalcanzable, la idea del amor de tu vida se termina, no el amor, pero sí la convicción de que un hombre puede salvarte. Entiendo que para toda feminista, mujer, cis, heterosexual el momento “tener novio” puede volvernos al primer casillero en cualquier segundo. Hasta la mismísima Cher, quizás la mujer mas fantástica del universo, tuvo que lidiar con las presiones de su madre para conseguir al partido ideal: “Hija por que no te consigues un buen hombre rico” a lo que Cher respondió: “yo soy el hombre rico, mamá”.
En todas las relaciones humanas se juegan también relaciones de poder, quizás dominadas por los roles que a mujeres y a hombres heterosexuales se nos ha asignado en este juego pavote de moralidades judeo-cristianas. A una feminista que intenta por sobre todas las cosas derribar esos roles en lo personal, la vida en pareja le puede resultar un calvario, cuando el otro no lleva el mismo objetivo. Es el nuevo escudo de muchos varones héterosexuales enunciar a los cuatro vientos cada vez que pueden, que son feministas, esto, señores, no es necesario, y es, por lo pronto, sumamente sospechoso. Lo necesario es que accionen en la intimidad de sus vidas, no los hace feministas decirnos qué es el feminismo. Disfruten del relajo de no saber más que ella, disfrutan de la libertad de no tener a alguien depositando su existencia en ustedes, llámense al silencio un poco, aprendan a preguntar cómo son las reglas, pero no se hagan los vivos, no puede llevarles años entender las instrucciones de un juego tan sencillo como considerar a tu pareja una persona con iguales derechos, y sobre todo, iguales capacidades, callen, después de todo ahora, justo ahora, no es su turno de tirar los dados.