Hace veinte años, la población de la pequeña ciudad de La Ciotat, ubicada en el sur de Francia, vivía un hecho traumático: acababa de cerrar un astillero fundamental en la vida de ese pueblo, después de diez años de luchas obreras muy fuertes. En ese momento, la municipalidad pensó que podía ser importante abrir un taller de escritura para jóvenes con el objetivo de que pudieran ver cómo se relacionaban con el pasado glorioso del astillero y de la ciudad, porque, a su vez, era el pasado de sus padres. El taller se realizó con diez chicos y al mismo también asistió el cineasta francés Laurent Cantet, director de películas excepcionales como Recursos humanos, El empleo del tiempo y Entre los muros. “Justo acababa de terminar Recursos humanos y me interesaba ver la relación y la mirada que podían tener estos jóvenes hacia esa cultura obrera”, dice Cantet en la entrevista con PáginaI12. “Entonces, con Robin Campillo empezamos a escribir el guion de una película, pero no logramos encontrar la forma que le queríamos dar. Por eso dejamos la idea y pasamos a otra cosa”, agrega el realizador. Varios años más tarde le volvió la idea del taller de escritura, justo después de los atentados contra los periodistas del semanario satírico Charlie Hebdo. “El dispositivo del taller era ideal para darle la palabra a los jóvenes. Quería saber cómo ellos se situaban en este mundo extraño en el que vivimos hoy. Igual sabía que la película que iba a filmar no tenía nada que ver con la que podría haber filmado veinte años atrás porque la realidad es muy distinta, vivimos en un mundo mucho más violento, con antagonismos sociales muy fuertes que se impusieron en Francia en estos últimos años”, plantea Cantet sobre lo que logró plasmar en su nuevo film, El atelier (L’atelier), que se exhibirá hoy a las 22.30 en Cinemark Palermo, como parte del ciclo Les Avant-Premières, a través del cual podrán verse en Buenos Aires quince preestrenos de films franceses (ver recuadro).
En su nuevo largometraje, Cantet vuelve a retomar algunos de los puntos abordados en Entre los muros, la película ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes de 2008, donde trazaba una postal de la vida en una comunidad multiétnica y de la escuela como institución socializadora, no sólo formadora sobre lengua y matemática sino también como constructora de identidades. En El atelier –que tendrá estreno comercial el próximo jueves 12– el cineasta ubica los acontecimientos en la mencionada ciudad La Ciotat, en verano. Allí, Olivia, una reconocida novelista (Marina Foïs) dicta un taller de escritura para un grupo de jóvenes de realidades diferentes, cuyo desafío es escribir una novela negra en forma colectiva. Pero como en todo grupo hay alguien que no encaja, eso es lo que pasa con Antoine (Matthieu Lucci), un joven que no se siente familiarizado con la nostalgia que despierta el cierre del astillero de la ciudad y muchos menos con su pasado obrero. Pronto aflorará en Antoine una violencia interior provocativa que lo llevará a enfrentarse con sus compañeros.
–Siempre hay temas sociales en sus películas como, por ejemplo, el problema del empleo o de la convivencia en las aulas, ¿cómo considera a El atelier?
–Esta película describe algo muy actual. Eso es cierto sobre todo en la relación con los videojuegos, con la comunicación súper rápida, con los celulares inteligentes. Todo esto representa una fractura generacional muy grande que nos lleva realmente a un problema de comprensión. Este es el tema más peligroso hoy porque tenemos que tomar en cuenta estas herramientas, estos modos de pensamiento y comunicación que tienen los jóvenes a su disposición y que para nosotros son absolutamente ajenos.
–Esta película parece como una continuación de Entre los muros por la difícil convivencia en un contexto de aprendizaje. De todos modos hay una diferencia sustancial: a Entre los muros usted la realizó muchos años antes de los atentados en Francia. ¿Algo de lo vivido lo estimuló a reflexionar sobre la violencia en El atelier?
–Los atentados tuvieron un impacto muy fuerte en la sociedad francesa. Por lo tanto, también tenía ganas de tomar en cuenta este aspecto en la película. Pero los jóvenes mismos aportaron muchísimo en los diálogos del film. Por ejemplo, cuando un actor dice en un momento: “A mí me cambió la vida. Cuando salgo a la calle pienso en los atentados, en esa posibilidad y, a veces, tengo miedo”. Creo que todavía no tenemos una buena visión del impacto que pueden tener. Obviamente, la vida es más fuerte, hay que seguir viviendo, todos salimos, vamos a los lugares donde explotaron bombas, pero igual este miedo está muy presente. Y es muy fuerte sobre todo en los jóvenes porque cuando lo pensamos en la realidad ellos fueron los blancos. Por ejemplo, en París fueron atacadas una sala de recitales, las terrazas de los bares... Y creo que esta relación con la muerte es muy fuerte ahora para ellos. También se reforzó muchísimo otra cosa que ya estaba presente pero que se vivía de una manera más sencilla hasta ahora: el miedo al otro. Y el otro muchas veces es el musulmán.
–¿Qué problemáticas de las que refleja la película pueden encontrarse en las preocupaciones actuales de los jóvenes franceses?
–Los jóvenes podrían encontrarse en casi todas las problemáticas desarrolladas en esta película. Primero, en las pocas perspectivas y ofertas para ellos a futuro y en la estigmatización que sufren como jóvenes. Otra cosa que me interesaba mucho filmar era la tentación hacia los extremismos. En el caso de Antoine es la extrema derecha, pero podría haber tratado del yihadismo o de otras formas. Si los jóvenes están tentados por estos extremismos es porque sus propias vidas son demasiado desesperantes, no encuentran ningún sentido, no tienen un papel que desempeñar en el mundo de hoy. Por lo tanto, buscan sentidos y los extremismos les proponen uno muy sencillo y fácil. Les dicen: “Vení, que vas a cambiar el mundo”.
–¿Ese es el argumento por el cual se puede ver en Francia una juventud proclive a sumarse a ideas extremistas como las de Marine Le Pen, por ejemplo?
–Sí, porque los jóvenes necesitan sentir que existen. Y la extrema derecha les da este sentido y lo pueden vivir directamente e inmediatamente. Además, la extrema derecha ofrece un chivo expiatorio. Dice: “¿No encuentra su lugar en el mundo? ¿Se siente menos que nada? Y no, no es así, la culpa es de los árabes, de los judíos”. Les dicen a los jóvenes: “Ahí están los culpables, ahí están los que hay que atacar”. Son “soluciones” fáciles, simplistas sobre todo para mentes que todavía no terminaron de definirse, de estructurarse ni de madurar. Son argumentos que pueden seducir.
–Si bien son dos momentos muy diferentes el de Entre los muros y el de El atelier, ¿cree que ciertos problemas de adaptación que había en la clase de Entre los muros son, en algún punto, equiparables a los que experimenta Antoine en la historia de El atelier?
–Sí, lo que dicen estas dos películas es que la única manera de salir de la crisis es mediante el pensamiento y la reflexión. Muestran que también hay que crear un espacio para que pueda desarrollarse este pensamiento. Me gusta mucho encontrar ahí el pensamiento común que pasa por la confrontación. Y, a veces, una confrontación dura es una buena manera para hacer avanzar las ideas. Espero haber mostrado que cuando uno crea las condiciones necesarias la inteligencia está presente y se desarrolla para poder pensar juntos. La mejor crítica que recibí de todo lo que se dijo sobre la película vino de uno de los actores jóvenes que, después del proceso, me agradeció y me dijo que nunca había reflexionado tanto sobre su propia vida y sobre el rol que él tenía en el mundo como durante los dos meses que filmamos la película. Quiero incitar a poder hacer esto y espero que juntos podamos lograr pensar y mantener el equilibrio del mundo en el que vivimos.
–Al ver la película da la impresión que usted no cree en la idea del maestro como lo sostenía el Iluminismo sino que más bien el docente debería ser sólo un orientador de las propias capacidades y potencialidades que tienen los estudiantes. ¿Es así?
–Sí, yo creo en esta idea de la transmisión en doble sentido. Olivia sale tan transformada de este taller como los jóvenes mismos. Es algo que tendríamos que tomar mucho más en cuenta de parte de los formadores, que no lleguen solamente con la idea de enseñar y de transformar al otro sino que también acepten que uno puede cambiar a raíz de lo que está haciendo. Es el caso de mis películas. Si bien yo soy el maestro de obra del film, me cambia, me interroga y es algo que acepto. Y esa cuestión de la aceptación también es muy importante. Si uno se considera como el que va a aportar el saber al otro nunca va a ser escuchado porque nadie tiene ganas de sentirse como el que no sabe nada y que viene otro que lo sabe todo. Tenemos muchas más posibilidades de ser escuchados cuando llegamos con dudas y preguntas que cuando lo hacemos con certezas.
–¿Cómo trabajó con Matthieu Lucci, el actor que encarna a Antoine, esa delgada línea entre la intolerancia y la seducción que tiene su personaje?
–Justamente, fue el desafío principal de la película; es decir, encontrar el punto medio entre lo inaceptable y la seducción. En la ficción no quería que el personaje estuviera protegido por la película. Quería que esté expuesto, que se pueda sentir un rechazo total y, a la vez, un cariño, una ternura sincera, verdadera para este personaje. Primero, porque yo no juzgo a mis personajes sino que intento entender cómo llegaron ahí. Antoine no está nunca en su lugar, no encuentra su lugar. Está atraído por la extrema derecha, pero vemos en su relación con esto que ideológicamente no está del todo conforme, tiene una mirada distante hacia el grupo de su primo. Y también pasa lo mismo en el taller. No pertenece a ninguno de los lugares, no encuentra ningún anclaje en la realidad. Yo no quiero culpabilizar ni juzgar a los personajes sino más bien observarlos. Una de las primeras reacciones de Matthieu Lucci, uno días después del ensayo, fue la siguiente: “No entiendo este personaje, es un boludo; a la vez, lo quiero y también me reprocho, me culpo por quererlo”, me dijo. Entonces, toda esta complejidad viene del trabajo increíble que hizo Matthieu, que le da cuerpo. La performance del actor mismo permite que exista y que se vea toda esta complejidad.
–¿Es cierto que para elegir a los actores usted realizó un taller de quince días de duración?
–En realidad, el casting duró seis meses. Pero antes de la filmación de la película, con todos los actores hicimos un ensayo intenso de tres semanas, donde pudimos debatir cada escena y hacer mucha improvisación. Les leía una escena, les daba unos elementos y ellos iban improvisando a partir de esto. Yo anotaba, les pedía que lo volvieran a decirla más adelante y así progresivamente fuimos construyendo la película con la manera que tenían ellos de decir.
–El film no tiene una única mirada sobre la juventud, lo que deja entrever que usted tampoco. ¿Es por eso que le interesa abordar la etapa de la adolescencia, como ya lo hizo en varias de sus películas?
–Sí, es un momento sumamente complejo, donde todo es posible, donde todo se puede decidir. Hay que hacer elecciones por una vida o la otra y también es el momento donde se adquieren herramientas que se van estructurando e implementando y es un proceso apasionante de observar. Además, es el momento en el que se fabrica el ciudadano del mañana, el futuro de estos jóvenes que dentro de poco van a dirigir el mundo. De ahí, la importancia de escucharnos, de mirarnos, de intentar entender cómo funcionan.
–Así como la película aborda, entre otros aspectos, el tema del proceso creativo, ¿cómo lo experimenta usted? ¿Es un momento de cambio?
–Cuando escribo el guion sólo hago hipótesis. Después, necesito corroborar con la gente que tiene una vida parecida o cercana a la de mis personajes si realmente es así. Por eso, me gusta tanto trabajar con actores no profesionales porque muchas veces aportan y cambian unos diálogos o una escena entera ya que me dicen: “Esto no es la realidad”. Entonces, veo que son prejuicios que yo tengo.
–La creación colectiva siempre trae aparejados enojos y discusiones, ¿no?
–En realidad, en mis películas el proceso de creación no es del todo colectivo. No creo en una manera totalmente colectiva. Decía que llego con un guion preciso y que lo confronto con la gente que tiene vidas o experiencias similares a las que estoy describiendo. Pero más bien me considero un director de orquesta que va diciendo: “Esto sí, esto no”. Sigo siendo siempre dueño de la situación, lo cual me lleva a plantearme cuestiones incómodas, como por ejemplo, en qué medida manipulo a la gente con la que trabajo. Por eso, me gusta –y para mí es tan importante– estar mucho tiempo con los actores y debatir. A veces, se generan discusiones duras y, si bien las tomo en cuenta, soy yo quien decide. También porque creo que la creación colectiva pura es algo sumamente complicado. Es muy difícil crear con las opiniones de todos.