Europa ardía entre la Primera y Segunda Guerra Mundial y desde un pueblo cercano a Budapest, Apostag, un veinteañero voló, o mejor dicho embarcó rumbo a América. Alejándose de historias desconocidas y con las marcas del racismo contra los judíos que estaba calentando a fuego lento, Imre Hirschl, sacó pasaje de ida. Había jugado al fútbol en la segunda división de Hungría, pero su especialidad era ser carnicero y con esa profesión le sellaron el ingreso a San Pablo, además de hacerle una confusa traducción a su nombre qué pasó a ser Emérico. Tampoco quedaron rastros de su oficio de faenar las vacas, reconocer los cortes y seleccionarlos, porque por razones tan extrañas como desconocidas acabó siendo ayudante de campo del Palestra Italia, como se llamaba en ese tiempo el Palmeiras. A partir de allí su vida no se iría más del fútbol, ni de América.
Metido en ese ambiente se relacionó con un equipo judío de los Estados Unidos que estaba de gira en Brasil, el Hakoah All Star, donde jugaban varios húngaros. El manejo del idioma, algunos conocimientos y seguramente sus dotes de convencimiento y carisma hicieron que se sume a esa delegación, pero como masajista.
El Hakoah All Star entonces vino a la Argentina, en el año 1931, y jugó un amistoso en La Plata ante Gimnasia, Emérico encandiló a los dirigentes de los Triperos. Quizá le ayudó para entrar en la conversación sus conocimientos del mundo vacuno, tal vez eran tiempos donde los europeos de esa zona parecían ser los mejores en el fútbol o es posible que estuviera escrito en el destino. Lo concreto es que Emérico Hirschl se convertiría en el primer entrenador extranjero del fútbol argentino y no pasaría desapercibido.
Esta historia tiene poco registro de época, ya que el fútbol era un juego donde 11 tipos que entraban a una cancha a hacer goles sin más monedas en el bolsillo que el talento. Sin embargo, un húngaro de casi 2 metros de altura quiso ir más allá. No se dejaba imponer jugadores, tenía poder de convencimientos para explicar el juego y un carisma que generaba un respeto superior. El periodista e investigador Germán Roitbarg dio con este personaje cuando empezaron a armar la muestra “No fue un juego” que da cuenta del nazismo, el fútbol y aquellos horrores y que se expone en el Museo de River.
“Fuimos a buscar su historia porque Emérico en el año 1938, cuando ya era un personaje público, usó sus influencias y sus contactos para evitar que deporten judíos que se escapaban de la guerra y la persecución. Por eso está en la muestra. Es más, una de las personas que pudo bajar de esos barcos fue luego su esposa, Heddy Steimber, con quien tuvo dos hijos. Gran parte del material lo aportó Gabriela, su hija”, relata Roitbarg quien sigue con la investigación para un libro sobre Emérico.
Claro que para ir al puerto de Buenos Aires y esquivar una circular secreta del canciller José María Cantilo que no dejaba entrar a “quienes abandonaban sus países”, además de influencias, había que tener coraje, popularidad y carisma. Emérico ya había conseguido todos esos atributos con el fútbol; primero con Gimnasia LP y luego con River. Seguramente todos esos recursos los potenció recordando en carne propia los malos momentos que vivió de chico cuando la xenofobia en Hungría era una moneda tan corriente como malvada.
Pero antes de aquellos días de riesgo tuvo que plantar bandera como DT en una tierra donde eso no existía. Fue en La Plata donde armó un equipo que se conoció como “El Expreso”, que no fue campeón porque lo perjudicaron los jueces. La historia de Gimnasia lo tiene entre los puntos más altos, por la belleza del juego, por la capacidad goleadora y por una injusticia que aún hoy se reescribe. Habían ganado la primera rueda de 1933 con buena ventaja y se encaminaba al título, pero a siete fechas del final sucedió algo que cuentan todos los libros de historia: los jugadores del Lobo, enojados por los fallos arbitrales que hacía varias fechas le hacían perder partidos, entraron en una huelga en medio del partido con San Lorenzo. Tras un fallo del árbitro que cobró un gol que no fue, los jugadores de Emérico se sentaron en la cancha y con un 7 a 1 en contra el partido acabó en medio de un escándalo. Aquellos años le dieron una fama a Hirschl poco usual para un entrenador, sobre todo porque salía en las fotos pero los medios evitaban nombrarlo. La E mayúscula en su buzo azul era mucho por entrenador y un poco por la primera inicial de su nombre. Los medios no miraban a un tipo que ya le gente conocía.
“Emérico fue, además, el primer entrenador al que le pagaron para que vaya de un club a otro. Lo hicieron los dirigentes de River, que se lo llevaron para que el equipo cambie la forma de jugar y salga campeón. Llegó en 1935, ganó 4 títulos y generó lo que hoy conocemos como el paladar de juego que caracteriza al club. Un estilo que le permitió a Bernabé Ferreyra pasar de ser sólo un jugador que pateaba fuerte a uno que jugaban por abajo”, dice Roitbarg, recordando el lugar que tendría Hirschl en la historia del club y que hoy está en el museo.
Emérico se llevó de Gimnasia a River a José María Minella, quien se convertiría en ídolo millonario, hizo debutar a José Manuel Moreno y a Adolfo Pedernera y para los historiadores del club fue el pre fundador de la Máquina. Es más, en algunas fotos de la muestra hasta Ángel Labruna aparece con Hirschl, quien lo hacía jugar en la reserva. El nuevo entrenador del Millonario entabló una gran relación con Antonio Vespucio Liberti, estuvo muy presente durante la construcción del Monumental y en los dos años que estuvo ganó el torneo de 1936 con aquella famosa delantera de Renato Cesarini, Carlos Peucelle, Bernabé, Moreno y Pedernera y otros títulos que con el tiempo fueron oficiales como la Copa de Oro, la Copa Campeonato y la Ibarguren. Era tal la fama que cuando se hizo la película “El Cañoñero de Giles”, con Bernabé Ferreyra como homenajeado, en 1937, Emérico aparece en las filmaciones con su prestancia europea, su nariz aguileña y su imagen casi de gigante.
Su carrera lo devolvió a Gimnasia LP, luego fue el primer entrenador de Rosario Central cuando inició su carrera en la AFA con dos grandes temporadas que los historiadores canallas no esconden. Después tuvo un paso en 1941 por San Lorenzo donde no se coronó, pero tuvo la categoría del vasco Isidro Lángara y el debut de un histórico como Rinaldo Martino. Precisamente Mamucho luego sería parte de un equipo histórico del Ciclón junto a Armando Farro y René Pontoni en 1946.
Todo lo que entrenaba Emérico dejaba huellas, pero pocos se daban cuenta y empezó a tener detractores. Por entonces no gustaba la planificación y el orden en el juego. Encima lo hacía un extranjero y judío en un mundo partido en dos por una guerra donde el racismo estaba en el centro de la escena.
Además de toda esa mala prensa que tenía, apareció una denuncia de soborno en 1943 cuando era DT de Banfield, en un partido ante Ferro. Aquello acabó en un escándalo público y una denuncia del periodista Dante Panzeri que lo expuso a Emérico y no por sus títulos y el modo de juego de sus formaciones. Hirschl, que hasta ese momento aparecía en las fotos de los equipos que dirigía pero nadie lo nombraba, empezó a ser señalado por un acto de corrupción.
El soborno lo originó un periodista de la época del diario Crítica, Oscar Traba, a pedido de Florencio Sola, presidente de Banfield, para que el arquero de Ferro se deje hacer goles y Banfield evite el descenso. Aquello le dio de rebote y en la frente a Hirschl y nunca se supo si estaba al tanto de ese caso que sacudió el fútbol. La falta de pruebas contra el DT fue evidente, por eso la sanción se la levantaron a los pocos meses. Ya era tarde, el mal estaba hecho y tuvo que irse a dirigir a afuera del país.
Pero como su fama ya había trascendido la frontera y los uruguayos casi que convivían con el fútbol argentino, no le faltaron propuestas. Peñarol lo vino a buscar y Emérico que había estado en 1945 en Brasil -en Cruzeiro- cruzó el charco para hacer historia. En el equipo aurinegro logró formar lo que se conoce como “La Escuadrilla de la Muerte”: Ghiggia, Hobberg, Miguez y Schaffino, con el gran Obdulio Varela, harían un mojón histórico imborrable con dos vueltas olímpicas y un reconocimiento popular que originó una votación de los socios para que regrese luego del Mundial de 1950 que ganó Uruguay con esos mismos jugadores.
Las investigaciones de Roitbarg aseguran que debió ser el entrenador de la selección uruguaya y que lo que se conoció como el Maracanzo es parte de una semilla de Hirschl. Pero la puja interna en la Federación uruguaya con la gente de Nacional y lo que había sucedido años antes en Argentina, le jugaron en contra y se le negó la chance de ser el entrenador de una selección que tuvo su sello, aunque el DT haya sido otro. No tuvo suerte. Le había pasado lo mismo en 1938 en Argentina cuando luego del fenómeno River lo designaron para armar el equipo de cara al Mundial. Al final la AFA decidió no participar y sus ideas quedaron en el túnel del olvido y en un par de carpetas archivadas, ya que eran tiempos en los que la selección no le importaba demasiado a la casa del fútbol.
La historia de Hirschl se ramifica y todavía hoy hay decenas de aspectos que esperan salir a cubierta como el propio Emérico lo hizo, lleno de sueños, en el barco que lo dejó en Brasil en 1929. Seguramente el libro que está incubando el historiador Roitbarg revele muchas más horas de este húngaro que tuvo logros increíbles y que los relatos de la época convocaron poco y nada. Es posible que su condición de extranjero y judío lo dejaba sin defensores en un país que miraba con recelo y envidia lo que venía de afuera, en especial en el fútbol. Los tiempos aquellos donde lo nuevo parecía una herejía le quitaron la silla en la tradicional mesa de los hombres del fútbol. Hirschl murió el 23 de setiembre de 1973, alejado del universo de la pelota y sin el reconocimiento que debería haber tenido.