Se cumplieron quince años desde las trágicas jornadas de diciembre de 2001. Fue el clímax de la crisis más grave de la historia argentina, generada por el neo conservadorismo en la presidencia del peronista Carlos Menem y rematada en el gobierno de la Alianza. El ex presidente radical Fernando de la Rúa prosiguió la política económica suicida del menemismo y le agregó una seguidilla de decisiones anti populares, muchas inconstitucionales. Entre estas destaquemos la reducción de jubilaciones y salarios estatales y el “corralito”. La declaración del estado de sitio y la represión sanguinaria a la respuesta popular, única en la historia democrática, fueron parte de la herencia de ese Gobierno. 

De la Rúa se explayó en días recientes sobre ese momento, incurriendo en las mentiras que viene repitiendo desde entonces. Denunció un golpe de estado del peronismo, negando la existencia de movilizaciones populares con participantes de surtidas pertenencias. Adujo que se anotició recién en la noche del día 20 de las muertes sucedidas a metros de la Casa Rosada, en la que estaba atornillado. Elige pasar por tonto a asumir sus responsabilidades. Hasta en eso miente: no tenía un pelo de zonzo aunque no tenía ni la enjundia, ni la dignidad, ni la capacidad para su cargo.

Claro que conocía todo sobre la masacre, el ataque de “cosacos” policiales a las Madres de Plaza de Mayo, la sangre que corría en la City. Muchos de sus allegados le pedían que renunciara, mientras otros (con su hijo y los integrantes del “Grupo Sushi” a la vanguardia) lo instaban a quedarse. Temían que “Chupete” terminara linchado por la turba popular como el presidente rumano Nicoláe Ceasescu. Incluso correligionarios y compañeros de gestión como los entonces ministros Chrystian Colombo y Adalberto Rodríguez Giavarini o el fallecido diputado Melchor Cruchaga le encarecían que se fuera y ordenara cesar la represión. Lo hizo, in extremis, y sigue aferrado a su perversa versión.

Para el ex presidente no existió la pueblada, que abarcó un cacerolazo nacional con marcha a la Plaza de Mayo en la noche del 19 de diciembre. Se empaca en atribuir lo sucedido al peronismo bonaerense y en particular al ex intendente de Moreno, Mariano West. En un patético reportaje, lo rebautizó “West Ocampo”, confundiéndolo con un conspicuo dirigente sindical. Reversionó, en otro contexto, las incoherencias que volcara en el programa de Marcelo Tinelli.


El  ex súper ministro transversal Domingo Cavallo, autor calificado de la entrega del país y la destrucción de su economía con Menem y De la Rúa, fue un cómplice calificado de la tragedia. Psicópata consumado, pidió un monumento en vida para él mismo. En sus ratos de ocio, alaba al presidente Mauricio Macri. Mantiene coherencia, hay que reconocerle.

En un arrebato de furia, ante el pedido de una moción de desagravio para su colega Mayra Mendoza (ver nota central) el jefe del bloque de diputados radicales, Mario Negri, prorrumpió en un ataque de furia recriminando al kirchnerismo y al peronismo en general. Su catilinaria podría tener aspectos entendibles y hasta compartibles si hubiera sido acompañada por algún ejercicio de introspección o de autocrítica por lo cometido por el último presidente de su partido.

De la Rúa alega ignorancia, finge amnesia o demencia. Sus correligionarios, ya es hora, deberían asumir lo que hicieron cuando gobernaron por última vez. El ejercicio vendría bien, porque tal vez los ayudaría a repensar los riesgos que entraña el creciente autoritarismo del gobernador boina blanca Gerardo Morales quien fue funcionario de De la Rúa y ahora, sin incongruencia ideológica, acompaña a Macri.