En tiempos de internet, de piratería y de venta online de casi cualquier cosa, una medida judicial que prohibe la lectura de un libro parece, en principio, anacrónica y bastante inútil. Pero si, además, el volumen censurado lleva tres años en las librerías y fue adaptado por la más importante productora de ficción del país en cuestión, entonces la medida se torna ridícula. Es lo que pasó hace algunas semanas en España: la Justicia dispuso el secuestro de toda la edición y la negativa a volver a editar Fariña: Historia e indiscreciones del narcotráfico en Galicia, una investigación con ritmo de policial negro escrita por el periodista Nacho Carretero sobre el modo en el que los grandes cárteles colombianos de la droga se colaron en la Europa de los años ´80 por las costas del norte de España. “La reacción aquí fue bastante generalizada: primero, una incredulidad unánime por lo poco práctico del asunto y, después, por lo desproporcionado”, dice al otro lado del teléfono Carretero después de varios días en los que tuvo que apagar el celular por el tsunami de popularidad, interés y sorpresa que lo tiene como protagonista involuntario.
Fariña fue publicado en 2015 por Libros del KO, una editorial pequeña que se especializa en crónicas periodísticas. Un año después, un ex alcalde del municipio gallego de O Grove llamado José Alfredo Bea Gondar sintió que el texto mancillaba su honor porque decía –en un párrafo minúsculo y en una nota al pie– que había sido juzgado y condenado a cuatro años de prisión por narcotráfico aunque el proceso fue anulado por un tribunal superior debido a una falla técnica. El dato es cierto. De hecho, más tarde el ex alcalde –franquista primero y del Partido Popular luego– volvió a ser juzgado y condenado a otros cuatro años de prisión por blanqueo de fondos vinculados al tráfico de drogas. Pero, aunque verdaderos, los hechos recordados en el libro afectaron su honor y tanta sensibilidad encontró oídos dispuestos en un juzgado de Collado Villalba, una pequeña ciudad en la periferia madrileña, que consideró prudente proteger las emociones del político gallego censurando y secuestrando el libro.
Si el asunto tiene, hasta aquí, tintes de realismo mágico, que nadie se mueva de su silla porque la cosa apenas acaba de comenzar. Como recuerda Alberto Saez Silvestre, socio de la editorial Libros del KO: “Todo esto sucedió en una semana conflictiva para la libertad de expresión en España en la que coincidieron el retiro de la feria de arte ARCO de un cuadro de Santiago Sierra titulado Presos políticos en el que muestra las fotografías de 24 personas, entre las que se encuentran los líderes independentistas catalanes encarcelados Jordi Sánchez y Oriol Junqueras, por citar un par de ejemplos; la condena a prisión para el rapero Valtónyc por el contenido de sus letras en las que critica a la monarquía; y finalmente con el secuestro de Fariña”.
Por lo visto, las democracias modernas que se usan como ejemplo aquí, van teniendo en los últimos tiempos poco de modernas y menos aún de democráticas. El decano de la asociación profesional de reporteros gallegos, Xosé Manuel Pereiro, enmarca lo sucedido en una lista incluso más frondosa de casos de censura: “Esto pasa porque dieron con una jueza bastante idiota. Igual que lo que sucede con el tribunal que condenó a un muchacho por poner la foto de su cara en una figura de Cristo y subirla a su facebook; igual que la gente que está en prisión por las canciones que escribe; por la misma razón que, hace unos años, unos chicos se agarraron a trompadas con la Guardia Civil y no pasó nada y ahora hay cuatro pibes que llevan 500 días presos por pelearse con unos efectivos en un bar”, enumera desde Coruña.
Ladrón de bicicletas
Si hay algo en lo que todos coinciden es que en Fariña no hay novedades. “Yo siempre digo que el libro tiene un espíritu recopilatorio. Por eso, lo que hago es ordenar todo el material que ya había sido publicado y hacerlo de una manera distinta. Mi intención era contarlo de un modo que atrajera al lector aunque eso sea muchas veces un tabú en España porque aquí se confunde un buen relato con una admiración por los narcos. Y yo creo que se puede contar con atractivo, como se ha hecho con la mafia italiana o con casos latinoamericanos”, declara el autor.
El libro comienza con una historia real. “Un vecino mayor cruzaba a diario la frontera entre Galicia y Portugal en bicicleta, cargando siempre un saco al hombro. Cada vez que la atravesaba la Guardia Civil le daba el alto y le preguntaba qué llevaba en el saco. El hombre, paciente y educado, mostraba siempre el contenido: ‘Es solo carbón’, explicaba. La misma escena se repitió durante años ante el malestar creciente de los guardias fronterizos. No solo eran incapaces de encontrarle material de contrabando, sino que en cada nueva pesquisa se manchaban el uniforme de carbón. Como en el cuento de Poe, el secreto del hombre estuvo todos esos años a la vista. Era un contrabandista de bicicletas”.
Y en ese anciano en bicicleta se concentra todo.
Galicia se arrincona al norte de la península Ibérica, apoyada sobre Portugal y balconeando sobre el Atlántico. Tiene la misma cantidad de habitantes que la ciudad de Buenos Aires en un territorio 145 veces más grande. Hacia adentro, la región tiene 29.500 kilómetros cuadrados. Algo así como toda la provincia de Misiones. De cara al mar, su costa se enrosca de manera inverosímil alcanzando los 1.498 kilómetros. En otras palabras, la distancia que hay desde el Obelisco a Chubut. “Si se mira el mapa con detalle, se descubre que la orilla gallega tiene aversión a la línea recta. Se enreda tozuda en recovecos y rincones ideales para entrar y salir sin ser visto. Es también un monólogo de acantilados y rocas propicios para el naufragio”, escribe Nacho Carretero en Fariña.
Esa Galicia costera y abierta al mundo no se parece demasiado a la Galicia interior, más reservada y desconfiada. Sin embargo, ambas supieron dar forma a un fenómeno singular: el contrabando. “Cientos de vecinos y familias se dedicaron durante la posguerra a pasar productos de primera necesidad desde Portugal”, apunta el autor. Había hambre. Racionamiento. Miseria. Mientras que a pocos kilómetros, por los caprichos de la frontera entre países, se conseguía de todo. Así, los que estaban en los montes conseguían comida, jabón, telas, electrodomésticos, dinero o remedios, perdiéndose entre caminos escondidos o disimulando el botín como el anciano de la bicicleta. Por su parte, en Pontevedra y Coruña tenían el mar: un generoso y abigarrado estuario repleto de islotes que forma la frontera costera en la desembocadura del río Miño. En lanchas, descargando en la playa y tejiendo una red de transporte terrestre para su distribución, aquel estraperlo empujado por la necesidad fue el embrión del narcotráfico en Galicia.
El camino del tabaco
“‘Ahí, en ese rincón de España, tienen montado todo un tinglado que funciona de maravilla. Llevan años haciéndolo’, debió de decir algún narco. Y allá fueron. Hasta hoy, los gallegos siguen siendo los favoritos de las organizaciones sudamericanas”, supone Carretero en el libro. El famoso tinglado creció y creció desde la Posguerra. Luego de los productos de primera necesidad, llegó el tabaco. El negocio era surrealista. Las propias tabacaleras vendían parte de su producción legalmente al mercado y destinaban el resto al tráfico ilegal. Eran los años ´60 y aquellos contrabandistas minoristas mutaron en verdaderas organizaciones encabezadas por un capo. “Los mandamás de la década del ‘60 tenían a su cargo a centenares de trabajadores; entre todas las organizaciones daban empleo a miles de vecinos de la zona. Vestían con trajes comprados en Madrid y Barcelona, iban al volante de coches de alta gama, eran los protagonistas de grandes banquetes, filántropos de parroquias y fiestas populares, estaban siempre rodeados de mujeres bellas. Y lo más importante: los jefes del tabaco flotaban en la misma charca que políticos, alcaldes, banqueros y empresarios”, apunta Carretero y pone un mojón: el delito florecía gracias a dos socios imprescindibles: la política y la policía. El tercer aliado era menos frecuente:”Lejos de ser considerados delincuentes, los contrabandistas gozaban del respaldo social y vecinal sin fisuras. Era una profesión por la que suspiraban muchos gallegos, y quien accedía a ella, sacaba pecho”.
Al teléfono en un extraño momento libre de este día martes, el periodista del momento dice desde Madrid que esa aceptación social fue la perdición de toda una generación de jóvenes. “El contrabando de tabaco en Galicia durante décadas fue una actividad no solo permitida socialmente, sino bien vista. Entonces, cuando algunos de esos tipos dan el salto al narcotráfico, esa aceptación social que habían conseguido, resiste. Eran tiempos difíciles: desempleo, desmantelamiento de las industrias productivas de Galicia, pobreza. Por eso, llevan a cabo su actividad delictiva con el respaldo o la connivencia de la gente y, por extensión, de la política. Pero sucede que el narcotráfico no era el contrabando y de eso se va a empezar a dar cuenta Galicia a partir de lo que conocemos como ‘la generación perdida’: miles y miles de jóvenes que caen en la adicción y que mueren por culpa de la inmensa cantidad de droga que entra y que queda en la región”. Para ese momento, los muertos y los adictos ya no eran unos pocos marginales. Eran sobre todo los hijos de las familias de clase media, de los laburantes. Eran todos. “La sociedad reacciona con la punta de lanza de las Madres de la Droga”, recuerda Carretero. Aquellas mujeres, desesperadas, se juntan y salen a la calle a denunciar a los que vendían la droga. La palabra escrache no existía entonces, pero ellas escrachaban a los narcos, a los bares y negocios en los que se vendía la cocaína y el hachís y lo hacían con una temeridad notable. “Con un valor que yo no puedo entender porque, entonces, enfrentarte cara a cara con ellos suponía jugarte la vida”, subraya. Detrás de las marchas de las madres fueron los medios de prensa y detrás de los medios llegó Baltazar Garzón.
“Si no hubieran reaccionado estas madres y no hubiera reaccionado la sociedad gallega, no se cuánto se hubiera demorado esa reacción oficial del Estado y de las autoridades, pero seguro que varios años y fueron unos años en los que el narcotráfico estuvo muy cerca de penetrar en las instituciones gallegas y de controlar la política. Estaríamos hablando de otra cosa si no llega a ser por ellas”.
Carretero llegó hace pocas horas de Sri Lanka donde se tomó unas vacaciones. Tiene 36 años y es gallego. Desde hace años trabaja escribiendo crónicas para medios como Jot Down, XL Semanal, Gatopardo, El Español o El Mundo. Hay veces que cuentan historias sobre el genocidio de Ruanda, otras sobre el ébola en África, o sobre Siria, también ha retratado su pasión por el Deportivo La Coruña, sus viajes a Buenos Aires o puede contar algo sobre su tía Chus. Sin embargo, dice que el narcotráfico gallego es un asunto que le viene desde que era chico y vivía rodeado por los desembarcos de droga, las detenciones y algunos ajustes de cuentas entre cárteles. Un paisaje habitual que no sorprendía a nadie.
Y un día llegó Garzón
Sin embargo, aquella normalidad que hacía la vista gorda al narcotráfico fue interrumpida por un rayo que nadie esperaba. Desconocido, joven, usaba los mismos lentes que ahora pero tenía bastante más pelo en la cabeza. Se llamaba Baltasar Garzón, era juez de la Audiencia Nacional y un día de junio de 1990 bajó en helicóptero en Galicia y metió a todo el mundo preso. Usando cientos de policías que no sabían a dónde iban para evitar filtraciones y derrumbando a golpes las puertas de las mansiones de los capos. A lo guapo. Desmesuradamente. Al estilo Garzón. Se llamó Operación Nécora y fue la primera de muchas que llevaría a los narcos a la cárcel (a varios de ellos repetidas veces). “Desde luego que Garzón y la Operación Nécora lo que consiguen es, por primera vez, mostrarles a los capos que no son intocables”, define Carretero. Para él, aquella movida descomunal fue impulsada, sobre todo, “por el empeño personal del juez que detecta que no se trataba solo de una cuestión de tráfico de drogas, sino que ahí había implantados unos clanes muy bien organizados que tienen un control político, económico y social muy grande en una parte en la que el Estado nacional no llegaba adecuadamente”.
El sacudón alertó al mundo de la política. “En un principio, los políticos se acercaban a los traficantes porque era gente que generaba votos y admiración. Y tan cerca estaban que muchas veces se mezclaban: había alcaldes que también eran contrabandistas, contrabandistas que eran políticos, y otros afiliados a partidos. El contrabandista de tabaco más importante que ha conocido Galicia, Vicente Otero, alias Terito, era amigo íntimo del varias veces presidente autonómico Manuel Fraga. En aquella época, ese acercamiento era algo muy natural en Galicia”. Carretero lo dice porque ahora las cosas son distintas. De hecho, Alberto Núñez Feijóo, el aspirante a sucesor del presidente español Mariano Rajoy, tuvo que salir a dar explicaciones porque fue retratado junto a un traficante y la imagen salió en la portada del diario El País. Pasar, no pasó nada. Es que todos los partidos políticos, quien más, quien menos, tienen un álbum de fotos vergonzantes.
Pero hay alguien que no las tiene. A pesar de que los lazos entre el narcotráfico y la política tienen a sus favoritos entre los cuadros del partido gobernante (Partido Popular), Mariano Rajoy sale muy bien parado en Fariña. “Es un hecho que en su época como presidente de la Diputación de Pontevedra siempre se opuso a la connivencia con el contrabando y con el narcotráfico. Fue una de las pocas voces, ya que el PP pontevedrés llegó a estar prácticamente controlado por los traficantes. Rajoy no estaba de acuerdo con esa cercanía y se plantó ante ella. Y eso le costó caro. Entre otras cosas, le costó verse desplazado y fue uno de los factores que le llevó a irse a Madrid”, confirma el autor. Cuando salió el libro, el Presidente le mandó una tarjeta con su saludo y felicitaciones a Carretero. Dicen que fue su adversario político y líder de Podemos, Pablo Iglesias, quien le regaló el texto al mandatario. “No sé si me felicita porque le gustó o porque él sale bien”, se ríe el periodista.
Mala fariña
José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco. Laureano Oubiña y su vistosa mujer Esther Lago. Manuel Charlín Gama y sus hijos. Marcial Dorado. Los capos gallegos fueron y siguen siendo celebridades en toda Galicia gracias a sus vidas de película. O de serie de televisión. La mayor productora audiovisual española, Bambú, compró los derechos de Fariña y adaptó los hechos que ahí se cuentan en formato de diez episodios. La producción está protagonizada por los actores gallegos más relevantes, las caracterizaciones son notables y, además, se rodó en los escenarios reales. Tanto atractivo generó algunos reparos: ¿y si la gente encuentra que los narcos son unos héroes?
Un dato se impone: a diferencia de lo que sucede en América Latina, los traficantes gallegos son mucho menos violentos. “El escenario no tiene absolutamente nada que ver. Sí que existió la violencia, como en cualquier fenómeno criminal, y hubo ajustes de cuentas. Pero desde un punto de vista estadístico, no es nada comparado con lo que fue en Sicilia o lo que es México. Tampoco suelen amenazar ni a periodistas ni a autoridades: esto atraería un foco de atención muy grande y una de sus características es la discreción”, dice Carretero. Coincide el decano de los periodistas de Galicia: “No fue una relación idílica la que tuvieron los narcos con la prensa, pero quitando alguna rotura de cámara y alguna amenaza telefónica, la cosa no fue mucho más allá. Al escritor Manuel Rivas, periodista en aquellos años, uno de ellos lo agarró del cogote en Portugal cuando intentó entrevistarlo y a un compañero camarógrafo de TVE que tenía un hermano adicto, lo apretaban por ahí”, recuerda Pereiro. Por cierto, Manuel Rivas escribió además de muchos artículos en esa época, una novela llamada Todo es silencio sobre este tema.
Sin embargo, la discreción fue algo que aprendieron tras el paso de Baltasar Garzón. En su época de esplendor, los capos se hacían notar. “Horteras y sin gusto”, los define una periodista especializada en Fariña. “Iban con la camisa desabrochada para lucir collares de oro y llevaban sortijas y pulseras”, agrega. Así los retrata la serie en los primeros episodios que nadie se pierde. La idea era lanzarla por el canal Antena3 dentro de varios meses. Pero la censura sobre el libro cambió los planes. “Antena3 aprovechó el escándalo y un marketing imprevisto y anunció la salida”, dice Carretero. Desde entonces y cada miércoles, la serie paraliza al país. Solo en Galicia tiene casi el 50 por ciento del rating y en el Estado Español el primer capítulo fue seguido por 3,4 millones de espectadores. Mientras tanto, la venta de los derechos del libro está paralizada y los acuerdos avanzados en Francia y Alemania esperan que la Justicia revea la medida. También Manuel Bragado, presidente de Edicións Xerais de Galicia, la editora de Fariña en lengua gallega quiere lo mismo: “Quedamos atónitos. Ningún editor podría imaginar una medida cautelar de este tipo, que secuestra los libros en los depósitos e impide a los lectores y lectoras poder comprarlos en las librerías. Por ventura, no fue retirado de las bibliotecas. Para nosotros, es una medida que forma parte de la confusión que se está viviendo en España que implica un recorte de los derechos ciudadanos”, dice. Derechos cascoteados por una democracia moderna y liberal. Modélica, dicen por aquí.