Estudió Historia en la universidad y en 1983 finalizó sus estudios con el trabajo El cine de los 70. De algún modo, esa investigación fue el preludio a su propia carrera como realizadora. Nacida en Barcelona hace 57 años, Isabel Coixet es la cineasta española más internacional. Si bien su debut como directora de cortos fue en 1984, con Mira y verás, para su primer largometraje se trasladó a Estados Unidos y rodó Cosas que nunca te dije (1996), con Lili Taylor y  Andrew McCarthy. Entre otras producciones internacionales, Coixet realizó también La vida secreta de las palabras (2005), cuyos protagonistas fueron Tim Robbins y Sarah Polley. Más cercana en el tiempo es Nadie quiere la noche, protagonizada por la actriz francesa Juliette Binoche, que Coixet estrenó en 2015. Su último largometraje, La librería, también es hablado en inglés, pero eso no impidió que ganara tres premios Goya –y los más importantes– en febrero de este año: a Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Adaptado. Y el elenco también es internacional ya que destacan Emily Mortimer, Bill Nighy y Patricia Clarkson. El film se estrena el jueves 12 en la Argentina.

La librería es una adaptación de la novela homónima de la escritora británica Penelope Fitzgerald, que también le valió a Coixet el premio a la mejor adaptación literaria de la Feria del Libro de Frankfurt. Emily Mortimer encarna a Florence Green, una joven viuda de un soldado de la Segunda Guerra Mundial, que tiene un sueño pequeño y lindo: quiere abrir una librería en un pueblo costero de Inglaterra durante 1959. Green es una apasionada de la lectura y su sueño es transmitir eso, a través de su modesto comercio. Pero en una sociedad clasista como la que le toca vivir, el sueño corre el riesgo de convertirse en una verdadera pesadilla, sobre todo cuando se topa en el camino con la aristócrata Violet Gamart (Patricia Clarkson). La villana Gamart no descuida sus modales refinados, pero tiene sus influencias de la alta sociedad en la que se mueve y buscará hacer uso de las mismas para frustrar el plan de Green. Florence, en cambio, sólo cuenta con Christine (Honor Kneafsey), una niña inteligente de diez años y con el señor Brundish (Bill Nighy), un hombre solitario que comparte con Florence la pasión por los libros. “Yo leí la novela hace unos diez años”, recuerda Coixet en la entrevista telefónica con PáginaI12. “Soy una lectora voraz, pero no leo pensando en una adaptación cinematográfica. Sin embargo, ésta tenía algo que me hizo sentir muy cercana a Florence Green. Me sentí muy identificada con ella, a mí me hubiera pasado algo así. Y siempre soñé con tener una librería”, reconoce la cineasta catalana. 

–Cuando leyó la novela, ¿vislumbró una película? ¿Le pareció cinematográfica de por sí?

–Sí, desde el principio pensé en hacer la película, aunque como dije no es algo que haga automáticamente después de leer cualquier libro. Pero había algo en esa especie de conspiración de silencio contra alguien inocente que me cautivaba. Lo que sucede es que pasó mucho tiempo hasta poder hacer la película, pero finalmente ocurrió. 

–¿Qué elementos modificó de la novela?

–Hay una parte en la novela con una presencia sobrenatural, una especie de duende en la librería que me costaba visualizar. Sobre todo, hay una serie de libros que me parecía importante poner, no sólo Lolita, y también autores de esa época como Ray Bradbury. Creo que Ray Bradbury es un autor poco valorado. Y era importante introducirlo en la historia cinematográfica. Luego, el final de la novela es mucho más oscuro y desesperanzado que el de la película. 

–¿La librería es un homenaje a las mujeres luchadoras?

–Yo creo que cualquier persona es luchadora. Cualquier persona que tiene un sueño pequeño (no estamos hablando de grandes sueños) no mide las consecuencias que el mismo puede tener en el entorno en el que vive. Sobre todo es un homenaje a las librerías, a los que amamos todavía tener un libro en las manos y a los que todavía creemos que la literatura es una manera de construir la vida y el mundo.

–¿Es también una crítica al poder de los roles sociales?

–Está claro que hay una serie de figuras en ese pueblo que están decididas a hacerle la vida imposible. Yo creo que ahí hay también una cosa que siempre me ha chocado como observadora de la naturaleza humana: la banalidad del mal. ¿Para qué realmente quieren impedirle que tenga la librería? ¿Por qué? No hay ninguna razón. Básicamente porque sí.

–¿La historia es equiparable a una suerte de David contra Goliat en un contexto muy marcado de diferencias de clases?

–Sí, está claro que todas esas fuerzas vivas del pueblo quieren destruir la vida de Florence Green y su sueño y evidentemente lo hacen con prerrogativas de clase. Pero más que nada, reitero que siempre me ha sorprendido la banalidad del mal. Siempre creo que esa cosa de “Vamos a hacerle la vida imposible al prójimo” es para nada. 

–¿En qué aspectos ve a La librería como una película actual, a pesar de estar ambientada a mediados del siglo pasado?

–Creo que las fuerzas que mueven a los personajes de La librería siempre han existido, existen y existirán. Y creo que hay algo contemporáneo en la película que no se aplica estrictamente a las librerías o a la literatura sino a la gente que quiere hacer algo diferente y que encuentra una oposición completamente absurda. A veces, esa oposición llega a destruirlas.  

–¿La ingenuidad que tiene la librera le impide distinguir la maldad humana?

–Bueno, ha estado en una especie de burbuja de libros por esa vida protegida, pero cuando intenta tener una manera de vivir con los libros la realidad la golpea.

–¿Con qué aspectos de Florence Green se siente usted identificada?

–Con muchos. A veces, en la ingenuidad. Por otro lado, creo que el no medir las consecuencias también me ha impulsado a hacer cosas que de haberlas medido no las hubiera hecho. Me siento identificada también en mi pasión por los libros y en los sueños de tener una librería. 

–¿La película promueve la idea de la perseverancia, a estar decidido a conseguir lo que uno quiere, aun sin cambiar en situaciones adversas?

–Sí, porque hay también algo de orgullo en ella. Cuando todo el mundo le dice: “Vende la librería, cambia”, ella no lo ve, no piensa en eso. Hasta el banquero le dice: “Si ya no tienes dinero, puedes venderla, estás a tiempo”. Hay algo de ceguera, de orgullo, de no querer ceder en algo que ella considera injusto. Hay que tener derecho a tener sueños.

Emily Mortimer encarna a una joven viuda que abre una librería en un prejuicioso pueblo inglés.

–¿Y en cuanto a los suyos? ¿El llegar a ser directora fue un sueño largo y perseverante?

–Fue un sueño largo que tuve desde pequeña. Las únicas razones por las que lo he conseguido fueron por mi cabezonería, perseverancia e inconsciencia.

–¿Qué tipo de poder otorga la lectura?

–Para mí, la lectura te cambia la cabeza cuando eres niño. Cuando eres adolescente te hace vivir otras vidas, te hace ser muy consciente del prójimo porque todo lo que te es ajeno deja de serlo a través de los libros. Me dan mucha pena las personas que no aman la lectura porque pienso que se pierden muchas vidas que podrían tener.

–¿El mundo de los libros es de los temas que más le apasiona?

–Me apasionan muchas cosas más: comer, beber, hablar de libros, películas, escribir, recomendar libros y películas, descubrir restaurantes. 

–¿Cómo establece el vínculo entre la literatura y el cine?

–Justamente en estos días estoy participando en unas conferencias sobre adaptaciones literarias. Y ahí hablé de que hay un momento en que uno se enamora de un libro pero que para llevarlo al cine tiene necesariamente que traicionarlo. Entonces, ahí hay una dicotomía, una contradicción en la que todos los que adaptamos libros al cine estamos expuestos. Siempre digo que es mucho más fácil llevar al cine un libro que te gusta pero que no admiras, que no te parece fundamental. Por ejemplo, hice una adaptación de un libro de Philip Roth, que es un escritor al que admiro mucho, pero justamente el que adapté no me parece un gran libro. Y creo que por eso me atreví a hacer ese trabajo. 

–El afiche de la película señala: “Entre los libros nadie puede sentirse solo”. ¿En su caso la lectura funcionó como un antídoto contra la soledad?

–Debo decir que esa no es una frase del libro sino que yo siempre la digo. Y por eso, la puse. Pero es verdad que muchas veces los personajes de la literatura te hacen sentir que la soledad es una quimera, un mero fantasma porque tú estás acompañado por ellos. A la vez, muchas veces te hacen ser más consciente de tu soledad.

–¿Cómo analiza la relación entre la tecnología y el placer por la lectura? ¿Contribuyó, fragmentó el hábito de la lectura, implicó un retroceso?

–Veo que cuando no existía Google y yo iba a la universidad uno tenía otra relación con los libros como fuente de información. Había un trabajo, una búsqueda, muchas horas dedicadas a buscar información, a usarla. Ahora, eso no existe. Hay una facilidad para conseguir información brutal que hace que te esfuerces menos, que todo sea más fácil. Pero al final, esa facilidad no sé exactamente qué te proporciona. No veo cuál es la ventaja de la facilidad para absorber información. Quizás adoptas los cánones de los que la han procesado antes de ti. Lo que te dan las redes sociales, incluso para escribir, resulta muy fácil y yo desconfío de las cosas fáciles. 

–¿Alguien al que no le gusta leer puede disfrutar esta película?

–Pues sí. En España ha ido a verla mucha gente a la que no le gusta especialmente leer y lo que le puedo decir es que algunos han ido a comprar luego el libro de Penélope Fitzgerald. Y al menos, ese lo han leído por pura curiosidad de ver qué tiene diferente el libro respecto de la película. 

–¿El arte y la literatura pueden funcionar como un motor de cambio social?

–Es la pregunta del millón. Cualquier cosa que te haga abrir la cabeza a cuestiones que están lejos de ti, incluso físicamente, tiene que ser un motor de cambio. Luego, en la realidad vemos que no es así, pero debería serlo. 

 –Usted ganó por segunda vez el Goya a la Mejor Dirección por La librería (el primero fue por La vida secreta de las palabras) ¿Qué le sugiere que en 32 años de historia de esos galardones esta fue la cuarta ocasión en que una mujer lo obtuvo en el rubro Mejor Dirección?

 –A ver cuándo somos la mitad y un poco más, ¿no? Ya que somos la mitad y un poco más del mundo pues deberíamos tener tantos Goyas, tantos premios y tanto acceso a la dirección. No me refiero solamente a la dirección de películas que no es algo tan relevante sino a la dirección de los países y del mundo.

 –¿De qué depende?

 –De nosotras y de que los hombres sean conscientes también de que es lo justo. Es un cambio que no se puede producir sin la colaboración activa de los hombres, que además van a estar mucho más descansados si nosotras realmente llevamos la mitad del mundo (risas). 

 –¿Qué opinión le merecen los premios?

 –Me gustan, me parece estupendo pero tampoco es algo que me obsesione. Si un premio sirve para algo práctico, como para que la gente vaya a ver la película, es estupendo. Siempre es bueno que te los den, pero no me quitan el sueño. 

 –En relación a la coyuntura, ¿existe abuso de poder en la industria cinematográfica española?

 –Existen abusos de poder y acoso en todas las industrias. Lo que pasa es que lo del cine es un escaparate mucho más vistoso. En el compendio de todas las industrias del mundo no tiene un peso específico, pero está claro que hay un serio problema en todas las industrias. Quizá la del cine tiene más visibilidad porque a la gente le parece más fascinante, le choca más o es más espectacular cualquier cosa que ocurra. Pero no creo que haya más abuso que en otras industrias.

–Por último, ¿es un halago o por momentos se vuelve una carga ser considerada la cineasta española más internacional?

–No sé si es un halago. Siempre pienso en esa frase de Ciro Alegría: “El mundo es ancho y ajeno”. Ser internacional significa estar realmente en el mundo y, desde luego, intento estar en el mundo. Y el mundo no son las fronteras de mi país sino que es un mundo sin fronteras. Y bueno, me lo voy a tomar como un halago.