¿Cómo se hace para mirar a un costado de la realidad sin sentirse un traidor? Me refiero a hacerse el boludo por un rato ante los dolores del mundo. A todos nos sucede, creo. Empieza uno de esos días en que no podés, o no querés, ocuparte de los que sufren ni tenés ganas de indignarte. Lo que tenés, es ganas de hacerte el boludo.

Eso siento yo en esos días en que sucede algo trágico y que en lugar de reclamar justicia, a mí se me da por hacer un chiste, escribir sobre otra cosa, hacerme el obtuso por un rato. Es como decir: que esta vez se haga cargo otro, cualquiera. No me importa. Es un estado que puede durar semanas o meses, a algunos les dura toda la vida. Cada uno sabrá.

En el corazón y en la cabeza, queremos creer que es un estado pasajero, una distracción, tal vez una forma de cargar las pilas y de volver mejores, con más energía que nunca, purgados del hartazgo, del dolor, del miedo. Nos decimos que es como desensillar hasta que se aclaren nuestro ánimo y nuestros objetivos.

Quizá en el fondo es sólo un dolor insoportable, un hartazgo sin remedio, o simple miedo. Miedo de estar equivocado, de sufrir, de ser reprimido, incluso de morir (parece exagerado, pero todos sabemos que no lo es). Tal vez no sea para tanto, aunque por ahí se te cruce el verso de Paco Urondo: "Si ustedes lo permiten, prefiero seguir viviendo".

Entonces aceptamos que sí, que nos vamos a hacer los boludos por un rato, nos vamos a tomar un descanso, dejaremos que las cosas sigan sin uno. Y que por mucho que la lucha de cada uno sea indispensable, por el momento el mundo puede prescindir de nosotros.

Yo creo que es casi un derecho. Algo sano. Una forma, como dije, de purgarse de lo que uno traga y traga cada hora, que me recuerda a una frase que leí hace años en una nota de un diario: "A partir de ahora, sólo los muertos conocidos".

Parece una claudicación, aunque no sea otra cosa que reconocer la imposibilidad de hacerse eco de cada dolor del mundo, porque te puede explotar el corazón, o, como diría Pessoa, "si el corazón pudiera pensar, se pararía".

Si a usted le toca vivir uno de esos días, déjese estar, no se sienta amenazado por la presencia de los luchadores a tiempo completo. Algunos son imprescindibles, otro son simples revoltosos. En el fondo uno hace lo que puede, con su inteligencia, con sus límites.

Y no se deje martirizar por el recuerdo de los Lorca, los Roque Dalton, los Víctor Jara, los Walsh; o, sin que sea necesario nombrar mártires, de los Berger, de los Chomsky. Seguro que también tuvieron también días de debilidad, de dejarse arrastrar por la molicie. Si no recuerdo mal, creo que Chomsky declaró: "Qué ganas de hacerme el boludo que tengo hoy".

En esa etapa de boludo/a, recuerde que por más que uno le dé la espalda al mundo, el mundo no nos dará la espalda. Mientras nosotros nos embarcamos en esa ensoñación, las injusticias seguirán su camino. La justicia, un poco menos.

Y habrá líos, como cada día: chicos abusados, operaciones de prensa, Brasil. Y el Papa que declara que el infierno no existe. Para colmo ahora los malos no sólo no irán presos sino que tampoco irán al infierno. Por qué no recordarse como en un mantra que, como dijo Sartre, "el infierno son los otros", y mandar a todos a la mierda. Aproveche, hágalo, que son sus quince minutos de boludo y quién sabe si habrá otros.

No sería mala idea ir preparándose para esos días, dejar escritos anticipatorios que enviaremos por e-mail con fechas futuras. Y cuando nos crean fuera de circulación, seremos nosotros (a partir de ese plan) los que hagamos circular un poema que quizá (sólo quizá) les dé algo de vergüenza, como aquel de Benedetti: "Por eso digo / señor ministro / de qué se ríe / de qué se ríe / aquí en la calle / sus guardias matan / y los que mueren / son gente humilde".

De hacerse el boludo/a no es necesario volver al dolor de un viraje corto, también podemos pasar por una especie de vigilia, de la risa como vigilia, sea de felicidad o de tontera. ¿Reírse ante el dolor? Por qué no. Incluso reírse como una respuesta posible al dolor, como le escribió Lorca en una carta a su último compañero: "Juan: es preciso que vuelvas a reír. A mí me han pasado también cosas gordas, por no decir terribles, y las he toreado con gracia".

Basta guglear fotos de masacres y guerras, para ver que siempre hay alguien riendo. Tal vez sea simplemente locura. Ahora recuerdo que a Neruda lo acusaron de escribir poemas felices, a lo que respondió que era tan feliz, que "me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar". Y siguió luchando, a su manera.

Al fin la tregua con uno mismo se termina, ¿viste? Es el mundo o sos vos, no importa. No hay forma de sacarle el cuerpo a los problemas porque tu cuerpo es el blanco. Y ahí vas, tarareando a Miguel Hernández: "Tristes guerras / Tristes guerras, si no es amor la empresa. Tristes, tristes. / Tristes armas, si no son las palabras. Tristes, tristes. / Tristes hombres, si no mueren de amores. Tristes, tristes". Entonces sí, estás de regreso.

 

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