“La diva del pop brasileño”, es presentada ahora. Antes fue “la diva de la bossa negra”, una etiqueta quizás más acorde, aunque seguramente insuficiente para definir a una mujer que, apenas aparece, se percibe como extraordinaria. Lo de diva se ajusta al caso, claro: si hay que enumerar los atributos posibles para esta idea, Elza Soares los cumple todos, hasta el de negarse a responder la edad (“las mujeres no tenemos eso”). Solo que esta diva, de gigantes anteojos negros, impecable traje blanco que marca su figura y pelos despampanantes, habla y canta sobre el poder de las mujeres, de los marginados, sobre la lucha del pueblo unido, sobre esperanzas, exponiendo las tristezas. Lo hace doblemente habilitada: por saber de lo que habla –saber lo que es que un hijo se te muera, literalmente, de hambre–. Y por ser portadora de una voz que hace medio siglo fue comparable a las de las grandes cantantes de jazz de la historia, y que hoy sigue mostrando un swing único. Esta tarde a las 18 habrá una oportunidad para ver y escuchar a Elza Soares, gratis, en La Usina del Arte (Caffarena 1).
Un detalle más: Soares es una figura mítica de la música popular brasilera. Por lo que hizo y vivió dentro y fuera de la música (sus quince años de matrimonio con Garrincha la metieron dentro de una verdadera telenovela pública en Brasil). Con idas y venidas en su carrera y en su vida, siguió cantando siempre. Pero pasó el tiempo y ella no se quedó cantando samba al modo tradicional. Como podrá escucharse en su show A Voz e a Máquina, hoy es capaz de sumar sonidos de la electrónica, samplers, loops, sintetizadores, su propia voz procesada, deconstruida y reconstruida por las máquinas musicales. Y al mismo tiempo de volver sobre clásicos como Cazuza, a quien ubica como “un compositor muy actual”. En este show, de hecho, estará acompañada por dos músicos de la escena electrónica, Ricardo Muralha y Bruno Queiroz, y por su productor musical y guitarrista Caesar Barbosa.
“No se puede parar, hay que crecer. Las cosas mudan, y uno tiene que acompañar esos cambios en el tiempo. El mundo es así, la vida es así: quien no cambia, no crece”, explica con naturalidad en la entrevista. No se trata de electrónica sí o no, o de cambiar por cambiar, aclara. Se trata de ir modificando, acrecentando, sumando. De acompañar el tiempo actual para mostrarles a los jóvenes lo que es la música brasilera. En fin, lo que es la música. Por eso digo que aquí entra también Cazuza, ¡claro! Si lo que él cantó tantos años atrás, es lo que está pasando hoy…”.
Poder mujer
El último disco de Elza Soares, A mulher do fim do mundo, sonó fuerte por el cambio de rumbo que mostró en lo musical, entre el rock, el samba y la electrónica, entre scratchs, samplers y rapeos, y al mismo tiempo entre intensos momentos a capella. Pero también por lo que canta Soares en sus letras: allí habla de mujeres violentadas y mujeres empoderadas, negros y negras de las favelas, pobres acorralados por las drogas y capaces de cambiar sus destinos. Como cantó en “A carne”, uno de los temas de los que se volvió emblema: “La carne más barata del mercado es la carne negra”: “Es la que va gratis a la prisión y debajo del plástico, la que va gratis al subempleo y a los hospitales psiquiátricos”.
“A mulher do fim do mundo tiene un tono político muy fuerte, y también una defensa de las mujeres muy fuerte. Porque estamos viviendo el momento de las mujeres, y el momento del pueblo. Buscamos defender lo que tenemos de mejor. Tenemos que mostrarle al mundo que podemos bien vivir bien, salir de esta situación, transformarla”, arenga la cantante detrás de sus lentes negros. Y si se le pregunta cómo, vuelve a ella, a la nena de la favela que a los doce años fue mandada a casarse para que en su casa hubiera una boca menos que alimentar: “Yo nunca me conformé con lo que me decían que tenía que ser para mí, con la desgracia, con lo terrible. Muy por el contrario, siempre elegí luchar, transformar. Yo soy esa lucha”, define.
–Está hablando de lucha, de posibilidad de transformación, en un momento muy difícil para Brasil y Latinoamérica…
–Sí. Por eso traigo mi voz, mostrando que cuando se quiere, se puede cambiar. Está todo en las manos del pueblo, y el pueblo es el que sabe. Tiene que volverse consciente de lo que está sucediendo.
– ¿Sigue sosteniendo esto aún en un día como hoy, en el que Lula puede quedar inminentemente preso?
–El no va a ir preso. No.
–¿Está segura?
–Ya va a ver usted. Va a ver de lo que es capaz el pueblo. Yo sé que Argentina también pasa por un momento muy serio, muy difícil. Yo sigo mucho todo lo que sucede en la Argentina porque empecé aquí, es un país que me resulta muy cercano. Sé que aquí las cosas están mal también. Pero si supimos salir de momentos muy trágicos, sabremos salir ahora. Yo creo que en Brasil también se puede salir de este momento. Hay que luchar.
–¿Y la música es un modo de luchar?
–Sí. Si hacés una música con recursos, con contenido, una música que incentiva al pueblo a vivir mejor, que le muestre otras posibilidades, si ofrecés belleza, es una forma de lucha. Por eso me importan mucho las letras. Fíjese lo que cantó Cazuza, cuántos años atrás: “Yo veo el futuro repetir el pasado”. Es tan actual…
La novela de Garrincha
La entrevista comienza en un hotel cercano al obelisco, mientras llueve como hace tiempo no llovía en Buenos Aires. Elza Soares dice que está bien, que le gusta la lluvia. Luce impecable, un grupo de colaboradores la rodea, acota datos, otra gente filma un documental sobre ella. Da la nota sentada, también canta sentada en el vivo: un grave accidente al caer de un escenario hace unos años, más otras circunstancias de la vida, le dejaron graves secuelas para mantenerse parada y caminar. Nada de esto afectará esa energía elegante, ese aire de diva.
Antes de comenzar la charla, pide mostrar un cuadrito con un papel amarillento. Es el diploma de Huésped de Honor de la Ciudad, que recibió en 2003, firmado por Aníbal Ibarra. “Es muy valioso para mí porque fue aquí que empecé a cantar, en la Argentina”, dice, y el recuerdo vuelve sobre aquellos años 50 en Buenos Aires, “una de las ciudades más lindas, con sus shows de tango, sus espectáculos hasta en los cines, sus esquinas con bares, su gente vestida tan elegante”, describe. Y cuenta sobre aquel encuentro con Piazzolla: “Yo no sabía quién era Piazzolla, él había transformado el tango y muchos se enojaban con él. Yo estaba encantada”.
Llega la pregunta por Garrincha, y Elza Soares suspira. “Grande Garrincha…”, repite, como repasando mentalmente una película. “Fue un momento de mucha lucha para que él permaneciera como un gran jugador. El siempre lo fue, pero era muy simple, él nunca deseó ser un rey, ni nada. Yo quería que a él se lo respete. Sin corona de rey, no la necesitaba”. Aquellos años duros, enfrentando el alcoholismo de su esposo, expulsados ambos del país por la dictadura brasileña, fueron más bien de retroceso en su carrera. “Cuando la mujer se compromete mucho con un casamiento, principalmente si es artista, pierde mucho. Porque no todos los hombres lo entienden. Es difícil”, evalúa ahora.
–¿Volvería a repetir ese modelo de vida, donde la mujer tiene que resignar algo de su carrera por esta junto a su esposo?
–Nunca.
–¿Qué la impulsa a seguir cantando, a seguir actuando y viajando?
–La vida. El seguir viva. Yo no puedo parar. Una máquina puede parar, un auto puede parar si se rompe. Yo no. Ya ve: las piezas están enteras.
Elza Soares dice que ya tiene listo su próximo disco, Dios es mujer. Sus colaboradores lo describen como “más orgánico, más sutil, con Elza siendo más Elza”. Y cuentan que será el disco número 81 de la carrera de esta mujer, que tiene tantos discos como años, y que dice que, si está viva, no pude parar.
La entrevista termina y la cronista agradece a Elza Soares por la energía que ha transmitido en este rato, pero acota que dadas las circunstancias, le es imposible compartir tanta esperanza. “No, no se lo permito. Usted es mujer. Y nosotras tenemos que ser fuertes. Porque hoy el mundo depende de las mujeres”. Y por si no queda claro, en el saludo final agrega: “¡Vivan las mujeres!”.