Cada etapa creativa consumada en la vida de Babasónicos parece un movimiento tectónico de efectos irreversibles. Después de dos temporadas abocadas a revisar su largo catálogo de canciones en plan acústico por teatros de todo el mundo –experimento que quedó registrado en los discos Impuesto de fe y Repuesto de fe–, esta reaparición en formato eléctrico, nada más y nada menos que en Obras, representa el comienzo de una nueva etapa para la banda liderada por Adrián Dárgelos. En medio de la grabación de su próximo disco de estudio que saldrá a mitad de año, el futuro del grupo parece estar escribiéndose ahora mismo, en tiempo real.
“No saben cómo se disfruta volver”, dijo el cantante con los brazos bien abiertos y una mueca de ternura en su cara, después de una poderosa versión de “Pendejo”, en el primer gran punto de combustión interna del grupo en lo que iba de la noche. Babasónicos ya había atravesado un inicio algo dubitativo en canciones como “Tormento” y “Saturno”, en donde Dárgelos –en su actual versión de pelo largo y barba tupida, a mitad de camino entre Jeffrey Lebowski y José Larralde– solo se limitó a recorrer los contornos internos del escenario, como desplegando una danza de seducción algo tímida y esquiva, hasta conquistar el frente de la escena de forma total en ese himno desafiante y jetón titulado “¿Y qué?”.
A partir de ahí, el set –que pese a lo que podía suponerse, no contó con ninguna de las nuevas composiciones que se están definiendo en Juno, el estudio del grupo– significó una celebración por más de 25 años de carrera, con su conocido encadenado de clásicos, más algunas rarezas. En canciones como la ranchera “El ídolo” o el efecto sintético y climático de “Flora y fauno”, la austeridad de la puesta en escena, sin imágenes en las pantallas de led, tan sólo con efectos de luces blancas y rojas, pareció potenciar el componente sagrado de Babasónicos, esa maquinaria perfecta de fantasía y seducción que no sólo late en la gola y en el talante efectivo de Dárgelos: también en el magnetismo distante y recio de Mariano Roger al frente en “Curtis”, en la picardía juvenil de Diego Uma, cada vez más animado en su papel de frontman para su número “Microdancing”, o en el porte de dandy lisérgico de Diego Tuñón, a cargo del vuelo sintético del grupo durante todo el show.
“Quiero más de ustedes. No me conformo con nada, ni siquiera con todo”, incitó Dárgelos, con esa sonrisita de tenerla enorme, después del lapso bailable con “Microdancing” y “La Lanza”. Ya había pasado una distorsionada versión de “Fiesta popular” y su contrapartida del público con el clásico “MMLPQTP”, y ahora era momento de “Fan de Scorpions”, una de las sorpresas de la noche. La canción incluida en Infame, que la banda no tocaba hacía años –y lo había hecho por última vez en este mismo escenario–, parece condensar en su letra una de las máximas que definen la forma en la que Babasónicos aborda y define su obra: “La música no tiene mensaje, la música no tiene moral. La música no tiene mensaje, y sin embargo te lo da”.
Ya en los bises, otras de las rarezas fue “Confundismo”, esa pieza lenta y bamboleante incluida en Luces –2003–, que Dárgelos trajo al presente sin rugosidades ni sobresaltos, ostentando una vez más la vigencia de un cancionero que en ningún momento deja de sonar a clásico. Después, “Patinador sagrado” y “Así se habla” cerraron la noche de forma efervescente, frente a un Obras que había vuelto a activarse con un lleno total. En su regreso al formato eléctrico, Babasónicos parece inaugurar el comienzo de un nuevo capítulo en su camaleónica biografía. ¿Y ahora qué?