Desde Oaxaca y Ciudad de México
Las dóciles colinas de Oaxaca encierran el secreto del último ataque de nervios del patético presidente de peluquín artificial que dirige la primera democracia del mundo. El rostro de María Colindres Ortega lleva las huellas del vacío y el cansancio. Esta diputada hondureña del partido Libre del ex presidente Manuel Zelaya es una de las integrantes de la caravana de 1.500 migrantes oriundos de Honduras, El Salvador y Guatemala que tenía la intención de llegar hasta la frontera norte y pasar a Estados Unidos. Donald Trump lo supo y sacó la Guardia Nacional.
Cada vez que Míster Twitt se levanta iracundo traslada su mal humor hacia México. Esta vez, Donald Trump saltó la frontera con un Twitter donde anunció el despliegue de la Guardia Nacional en varios puntos de la frontera entre Estados Unidos y México. Con ello removió los cimientos de la campana electoral para las elecciones presidenciales del próximo mes de julio en donde los candidatos oficialistas, hasta ahora, no le hacen sombra al favorito de las encuestas de opinión, Manuel López Obrador, al frente del movimiento Morena.
El “corrido” trumpista es una mezcla de notas improvisadas que ha indignado a los mexicanos y, una vez más, obligó a la presidencia a fijar una posición ante el vandalismo del vecino. A falta de los fondos para construir el muro entre los dos países que Trump prometió durante la campana presidencial, el Jefe del Estado norteamericano militarizó la frontera. Las primeras unidades de las tropas de la Guardia Nacional de Estados Unidos empezaron a desplegarse este fin e semana en Arizona y Texas (ver pag. 24). Al mismo tiempo, todo el aparato trumpista se ha volcado a culpabilizar a México e izó la bandera más fructuosa de la ultraderecha estadounidense: la inmigración. El fiscal general, Jeff Sessions, ordenó la implementación de una política de “tolerancia cero” con la entrada de inmigrantes ilegales a través de la frontera en los distritos de sur de California, Arizona, Nuevo México, el oeste y el sur de Texas. Esas gesticulaciones parecen mero papel mojado frente los apenas 90 segundos que hacen falta para que un ilegal salte la valla de seis metros que divide el territorio entre los dos países en puntos como el de Ciudad Juárez.
La ira twittera contra México tiene su origen en estas colinas de Oaxaca, capital del Mezcal y una de las regiones más hermosas de México. Parte de la caravana de 1500 centroamericanos siguió su ruta, otra permanece en el Municipio oaxaqueño de Matías Romero, algunos de sus miembros también se trasladaron a la ciudad de Puebla para realizar consultas legales y hay migrantes que han decidido viajar a la capital y ver cómo se quedan en el país que, antes y después de las fanfarronadas trumpistas, les ofreció “un abrazo reconciliador y mucha solidaridad”, según dice María Colindres Ortega. La historia que la trajo a México con la intención de migrar a los Estados Unidos uno de los rostros más crueles de esta región de América Latina.
La ex diputada emprendió la travesía más peligrosa luego de que el candidato presidencial Juan Orlando Hernández ganara las elecciones en un clima de sospechas y fraudes tan evidentes que la hasta la Organización de Estados Americanos las consideró irregulares. La empañada victoria de Juan Orlando Hernández trajo la muerte de 30 personas y posteriormente una represión sistemática contra los líderes sociales y políticos de Honduras. La persecución puso a la ex diputada en el camino del exilio. “Es un abismo para mi. Tuve que huir de Honduras y dejar allá mis siete hijos. Pensaba cruzar la frontera con Estados Unidos y allí pedir el asilo político. Ahora ya no sé como quedará todo esto”.
La caravana es un muestrario de todos los horrores humanos que sufren los pueblos de América Central ante la indiferencia global del resto de países del Continente. Cegados por Venezuela, los gobiernos liberales no dicen ni una palabra sobre los crímenes contra la humanidad que se cometen en los pueblos centroamericanos. Pablo, un salvadoreño que huyó con toda su familia, escapó del chantaje, los asesinatos y los robos de las bandas criminales que pululan en el país. Todos parecen salidos de un infierno.
Es más seguro atravesar México que quedarse en nuestro país”, dice Jorge Vinedos, guatemalteco que salió con su familia y un par de bártulos a cuestas. Otros migrantes han escapado de la persecución sexual. En la caravana se encuentra cerca de una docena de hondureños ligados a la comunidad LGBT. Nadie quiere dar su nombre y no hace falta preguntarles sobre las agresiones o los golpes recibidos. En el cuerpo tienen grabadas las profundas cicatrices de las torturas y las golpizas con que los sancionaron.
Los integrantes de la caravana no se esperaban ni la reacción de Trump, ni la solidaridad de los oaxaqueños. “Cuando vimos llegar a las primeras mujeres con platos de arroz, frijoles y un montón de alimentos más no lo podíamos creer. No nos venían ni a echar ni a maltratar. Nos traían la vida,” cuenta Marta, una salvadoreña que arrancó por las rutas con sus dos hijos y su suegra y paró en la localidad de Matías Romero junto a los demás.
A México lo aprietan tres nudos: su propia migración hacia el norte, la llegada de los migrantes oriundos de Cuba o de América Central con el único objetivo de pasar la frontera con Estados Unidos y las iracundas y groseras salidas de Donald Trump. El Twitt de Trump con las decisión de desplegar a la Guarda Nacional para frenar a estos migrantes terminó haciéndoles un favor: destapó una ola de solidaridad nacional y, una vez más, puso a Trump como un títere sin inspiración ni sentido político de nada.
El mandatario norteamericano acusa a México de no mover las piezas para frenar la inmigración ilegal pero las cifras contradicen sus arremetidas de baja calaña patriótica. Según datos de ambos lados, mientras las deportaciones de mexicanos y centroamericanos alcanzaron en Estados Unidos porcentajes históricos, los cruces de ilegales conocieron mínimos igualmente históricos. “Son gesticulaciones de política interna que terminan golpeando a México”, comenta Rodrigo Abeja, uno de los responsables de la organización Pueblos sin Fronteras que hoy esta respaldando legalmente a la caravana de migrantes en sus gestiones ante las autoridades de México y los Estados Unidos.
No es la primera vez que Washington militariza su frontera con México, pero Donald Trump lo hace con la única metodología que sabe manipular: la agresión, la ofensa, la mentira rotunda y la humillación del vecino país. El sábado, justo cuando se estaba instalando en la frontera la Guardia Nacional en apoyo a la Patrulla Fronteriza, Trump twiteó otra de sus barrabasadas: “Estamos sellando nuestra frontera sur. La gente de nuestro gran país quiere seguridad y protección”. Está todo dicho en los puntos suspensivos que siguen. Para Míster Tweet, México es la inseguridad. Para el mandatario, esas tropas son “el inicio del muro”. El jueves pasado, el presidente mexicano Peña Nieto le respondió a Trump a través de las redes sociales. Con una mezcla de tacto político e ironía, el mandatario mexicano le dijo: “Presidente Trump, si usted quiere llegar a acuerdos con México, estamos listos. Como hemos demostrado hasta ahora, siempre dispuestos a dialogar con seriedad, con buena fe y con espíritu constructivo. Si sus recientes declaraciones derivan de una frustración por asuntos de política interna, de sus leyes o de su Congreso, diríjase a ellos, no a los mexicanos. No vamos a permitir que la retórica negativa defina nuestras acciones. Solo actuaremos en el mejor interés de los mexicanos”.
Con el argumento de la caravana de los migrantes centroamericanos Trump consiguió poner unas piedras militares en su soñado muro. El problema lo siguen teniendo México, en plena campaña electoral, y los migrantes. La caravana se fue dispersando sin que muchos de sus integrantes renunciaran a su proyecto de llegar hasta la frontera a pedir el asilo político. Las posibilidades son muy escasas.
Los miembros de las ONG norteamericanas que se desplazaron a México para asesorar a los migrantes adelantan cifras pasmosas. Uno de ellos, Alex Mensing, recuerda que en 2017 “del grupo de alrededor de 200 personas que pidió el asilo sólo tres lo consiguieron. El resto sigue esperando desde entonces”. Allí están ahora, repartidos entre Oaxaca, Puebla y algunas localidades cercanas a la Ciudad de México. Son ellos las víctimas y los héroes de este desastre humano: el ogro del norte utiliza a los migrantes para darle de comer a sus electores y a sus furibundos aliados de la ultraderecha. México sufre por los dos lados y ellos se detienen allí donde pueden, allí donde una mano mexicana les ofrece el agua, el techo, el arroz y los frijoles con que saciarán el hambre, la soledad y la impotencia hasta que vuelva a amanecer y sabrá Dios cómo serán sus destino en ese nuevo día de esta infinita noche del migrante.