Si la política fuera una ondulación de fuerzas y hubiera un aparato científico para medirlas, podríamos decir que el macrismo está en un momento donde el ciclo inicial de acumulación no ha concluido aún. Pero por suerte, la política no tiene aparatos tan sinuosos de medición, aunque continuamente este gobierno más que cualquier otro, se la pasa midiendo. Cómo mide Macri luego de tal o cual declaración desafortunada, carente de trazos mínimos de humanidad o de la información cultural, incluso de la menos exigente. Cómo mide luego de una muerte por el factor Chocobar, cómo mide luego de rehacer un cálculo para bajar las jubilaciones, cómo mide luego de privatizar un instituto tecnológico del Estado. Los medidores macristas, tanto los públicos como los secretos –encuestas, focus, trolls, escuchas clandestinas–, dirigen la robótica del gobierno según parámetros de la inteligencia artificial y otros lineamientos del cientificismo empresarial y la mercantilización de informaciones personales privadas. ¿Cuál es la mercancía que miden? Las pasiones públicas. Y allí encuentran razones para sus hipótesis de permanencia en el poder, considerándose dentro de un tiempo abstracto donde sólo existen conceptos como aceleración o gradualismo, donde impera la idea de objetivos, no de plazos. Esta frase ya se escuchó en la historia argentina, tener un punto de mira fijo suprimiendo el tiempo complejo de una sociedad cortada por sacudidas abruptas, significa en este caso convivir con las instituciones con profundo desprecio. Y el medidor, el llamado amperímetro ¿dice que hay tanto más aceptación cuanto más empeño se ponga en ser despiadado, pero con sonrisa indiferente en los labios? Toda política emancipatoria descansa en el hecho de demostrar que no es así.
A la politología usual, no necesariamente oficialista, le es costoso explicar este fenómeno. Se cree que con el macrismo permanecen las instituciones democráticas, los ejercicios de representación, las alternativas con las que se empalma el juego abierto entre Estado y sociedad, lo cual es aceptable como apariencia pero erróneo como realidad. Estamos ante un problema conocido. Durante el gobierno kirchnerista arreció una campaña que prácticamente abarcó a todos los medios de comunicación en torno al llamado relato gubernamental, que llevaba a dividir lo real en una zona dominante de imposturas y en una franja declaracionista destinada a disfrazar esas imposturas. Por ejemplo, la política de derechos humanos era una narración de último momento, un acto de políticos acomodaticios. Sin quererlo, estaban introduciendo el fundamental tema de las relaciones entre el símbolo y lo simbolizable, la realidad y lo realizable.
Les pedimos a quienes formularon esa cuestión como si hablaran en nombre de una realidad desnuda, monolítica, hecha de granito y piedras duras, que digan en qué situación estamos ahora. Parece aceptable –de acuerdo a todas las tradiciones clásicas– decir que la realidad se compone de varios estratos, donde la propia realidad siempre se desdobla en diversos argumentos y lenguajes necesarios para hablar de ella misma. ¿Qué novedad nos querían comunicar con eso? ¿Es Macri una vuelta a la realidad, tomada unívocamente como último soporte de una verdad objetiva? ¿O el imperio final de un golpe brutal en los sustentos reales de una sociedad, donde un proyecto social identificable por lo que decía de sí mismo y lo que sus críticos o partidarios opinaban, fue sustituido ahora sí, por fábricas secretas del simulacro y oficinas de diagramación digital de la felicidad personal? ¿Sustituidas entonces por qué? Por un gigantesco adiestramiento para la sujeción a las cadenas de una trans-verdad. En un ensayo final de experimentación humana, el macrismo está a punto de industrializar la conciencia pública y llamar pluralismo a la aceptación de ese molde genérico, y dentro sentirse “libremente” vanguardista o “libremente” contestatario.
Ya solo tenemos una serie de maniobras de alta capacidad de dominación alusiva –una forma de dominación indirecta y figurada, más violenta que una orden directa o un grito del centinela–, con las cuales el gobierno ve la política como un adosamiento exterior, manejado para que las víctimas se sientan felices de serlo y el victimario sea envidiado. Como han creado una intangibilidad en torno de los actos del gobierno, expresado en frases calculadas, primero fue la pesada herencia, luego el háganse cargo, luego el vamos todos juntos, luego las tretas de reconocimiento –sí, vamos más lento de lo esperado–, luego las variaciones sobre el sensor de mediciones, que lleva del “curro de los derechos humanos” a la mención del “terrorismo de Estado” y finalmente el feminista menos esperado. Venimos de un ciclo político pos dictatorial donde reponer la palabra política significaba ciertas ataduras con la creencia y con la verosimilitud de las líneas argumentales a lo largo del tiempo. Eso se ha roto, porque hablar, aunque un gobierno no puede dejar de hacerlo, ahora es simplemente un acto que surge de la evanescencia de las maquinarias de medición. Es un gobierno, el macrismo, que habla lo que se mide y mide lo que se habla. En ese sentido es un gobierno de papel maché sostenido por hierros duros de un capitalismo de mastines.
Aquellos medidores no son como los de la luz y el gas, que castigan visiblemente cada vez más a la población, sino antenas capilares que van más allá de los viejos servicios de informaciones, que apuestan al intercambio entre una irritante liviandad –entrevistas televisivas con un batallón de periodistas adictos que jamás se ha visto en la Argentina–, hasta la impudicia con la que enuncia sus acuerdos mercenarios, desde el G20 hasta matar por la espalda, con la certeza de cuánto más brutal y magro de ideas es el pensamiento, más va a ser aceptado por una sociedad desmantelada, o en víspera de serlo, por su acatamiento a la voz del Poder, encarnado en la Medición. Según arcaicas etimologías, hombre quiere decir medida. Pueden sacarse extraordinarias conclusiones de este hecho.
Pero en el macrismo, hombre es medida de pérdida de autonomía del sujeto, pérdida de soberanía del común nacional, pérdida de entidad subjetiva en el intercambio de bienes y servicios, pérdida de la noción social de la política y de la noción política de la representación social. La combinación entre el ejercicio de la ternura y la confianza de que mide bien la crueldad, caracterizan a Macri como a Vidal. Otrora se había definido el liberalismo como falta de crueldad. Ahora se han encontrado en la bisectriz adecuada, los dos vocablos se han conjugado.
Todo está medido por la nueva forma del fetichismo de la mercancía, cual es la del fetichismo del gobierno que mide su crueldad y está satisfecho de los resultados conseguidos. El descaro y la capacidad de daño infligido velozmente en razón de la pérdida masiva de derechos, se mide; el aumento exponencial de la pobreza, la reducción de la calidad de vida en alimentación, salud, vestimenta, acceso a la educación y el trabajo; se mide y se aprueba. Forman un conjunto distintivo del gobierno actual que excede cualquier calificación en la que se pretenda ceñir ese conjunto de males. Porque en la medición, la curva estadística favorable, para el gobierno sería lo popular apoyando, y lo popular, previamente inducido por la medición, se amolda sin saberlo a la curva. De no haberse conocido épocas de trazas feroces, podría decirse que no se parece a ninguno y a todos a la vez, siendo una novedad la rareza en que se envuelve el clima social, ahogado económicamente e intoxicado de engañosas promesas de futuro. Pero medir es la ocupación menos feroz del mundo. Objetivamente, puede medirse la propia ferocidad. En el casillero del medidor figura como “lo que la gente quiere”. Esta es la posta post del relato.
Si resistimos con la memoria de lo hecho y la potencia de una voz nacional curtida en cantos y marchas de trabajadoras y trabajadores, de mujeres, de agrupaciones políticas y de independientes, es porque resistir es hacerlo no solo con los resultados de un plan económico, cultural político y geopolítico desastrado, sino contra el gobierno de la medición y el cálculo de las sensibilidades colectivas. Por eso damos una voz de alerta: el gobierno elegido por el pueblo, que hace de las elecciones no un evento de la democracia sino un estudio de casos que el laboratorio en las sombras luego mide y sopesa, está destruyendo las instituciones, tergiversando la función de la justicia a la que también somete a su propio balancín, que concluye en la figura presidencial como Gran Juez en última instancia, sin que ello se debilite por ser una figura carente de elocuencia, de alimentos culturales y de sensibilidades sociales.
Una metodología direccionada a cercenar obscenamente la libertad de expresión, con aprietes, expulsiones y mensajes de contenido mafioso a los periodistas, no son novedad. La novedad es que lo hacen en un mundo en el que no viven, no lo habitan pues se repliegan lejos en la ultratumba de los medidores, hoy en una cena íntima con Mirtha Legrand, mañana con Tinelli o Madame Lagarde, donde todo fluye con el auxilio de banalidades ilimitadas, mientras que la otra realidad anulada quedó a cargo de inventores de fraseologías, consultores del estado de conciencia colectiva donde introducen la varilla que mide el aceite. Los niveles parecen correctos, dice alguien, sigamos conversando con la pérfida inocencia del caso con la Señora de Villa Cañás, asombrados que se nos ataque por lo tan bien realizado. La realidad no se muestra a nuestros ojos como una calle, o un parque, o un episodio captado in fraganti por las cámaras. Por supuesto, las representaciones son otra forma de la realidad, que nada es sin la imagen que la acompaña y le da sustento. Pero toda imagen es parte de un modo de alternancia de lo real. Para ellos es una frase fugaz leída en telepromter, y pronto a otra cosa.
Pero para el verdadero realista, la realidad está escondida, velada como en tiempos en que la violencia se hacía desde el estado y a punta de fusil pero con la tortura recóndita, que nadie podía testimoniar, tormento sin habla ni posibilidad de cobijo a la víctima, cargando quizás la culpa de un silencio cómplice de su desaparición. Que son otros tiempos, es cierto. Que hay una violencia que es distinta, pero busca inéditos diálogos con la otra, también es cierto. Entonces hablemos de lo real como de unos estamentos que se combinan entre sí bajo la forma del manipuleo de la relación de lo legal con lo ilegal, triunfando siempre este último, o haciendo pasar a lo legal las porciones enteras de lo ilegal, como cuando se dice que los capitales off shore no son ilegales. Novedad macrista: basta “blanquear” la ilegalidad para que se torne legal.
Todo esto enturbia el juicio crítico, lacera la memoria y distorsiona el dato fáctico al sustraer la mirada hacia un territorio libre de conflicto: los ilusorios espacios verdes que encubren un urbanismo especulativo y pseudo sociable, la promesa de un mundo más simple y moderno, con tecnologías renovadas para trámites y comunicaciones celulares, confunden la democracia con una ciudadanía que consiste en “viralizaciones” y las dificultades de la existencia colectiva con una psicopatía para la gente linda, que acepta la epidemia de una época llena de rebusques discursivos y palmaria escasez en los repartos del ingreso público –que consolida y acrecienta la desigualdad–.
Bajo la sonrisa sobradora del verdugo, vienen las novedades del Comando Sur, las instrucciones conjuntas de las fuerzas de defensa Argentinas convertidas en fuerzas transnacionales de seguridad; bajo la sonrisa sobradora del verdugo viene el endeudamiento, el desafuero económico de la fuga de divisas, los negocios de familia, la regimentación de lo que queda de correcto en el instituto judicial; bajo la sonrisa sobradora del verdugo viene el arrasamiento del trabajo debilitando a la clase trabajadora, bajo la sonrisa sobradora del verdugo se degrada intencionalmente la estatura de la capacidad intelectual y productiva de un país; bajo la sonrisa sobradora del verdugo, nos humillamos ante los poderes mundiales y eso con la sórdida complacencia de ser medidos por la máquina de control de pulsiones, dirigida a homenajear la propia sumisión de una parte de la población. Bajo la misma sonrisa sobradora del verdugo se consuma la adhesión –más aun, la disposición a convertirse en su vértice–, a un nuevo plan ofensivo para quebrar los proyectos nacionales y populares de América Latina, la continua injerencia para provocar la desestabilización institucional de Venezuela, los roces para complicar las relaciones con Bolivia y la cofradía con el golpismo brasileño, que primero nació embozado en una torcida institucionalidad vacía de democracia y ahora se despliega en forma abierta con la proscripción de Lula y la tutela e intervención directa de las fuerzas armadas en la actividad del Poder Judicial y el destino político del Brasil. El gobierno Temer militariza las favelas, asesina a dirigentes populares como Mirelle Franco –luchadora feminista y defensora de los derechos de los pobres– y a decenas de concejales, elogia el intento de magnicidio del primer trabajador que llegó a la presidencia en nuestro subcontinente y desaloja violentamente asentamientos campesinos. La proscripción y cárcel a Lula constituyen el gran intento por destruir la resistencia de América Latina frente a ese nuevo plan de las derechas, desarmando su bastión más potente y poblado. Que tiene otros métodos que el Plan Cóndor es cierto, pero que está emparentado con objetivos, metas y actores que participaron de aquél también es verdad.
Ante todo esto, festejamos que haya resistencia y que sobre esos cimientos, tanto antiguos como emergentes, se construya un frente social de unidad entre todos los sectores que no fueron absorbidos por la aspiradora conceptual del macrismo, disparando a las espaldas de la memoria colectiva. Y que esa resistencia también sea solidaria con el pueblo brasileño y su líder Lula, como con las varias alternativas populares latinoamericanas, también nos conmueve, solidariza, moviliza y apasiona.
Podemos tener muchas opiniones sobre este frente político a construir ante el acoso de la urgencia de las elecciones de 2019. Promovemos la amplia unidad para derrotar al macrismo y cerrar el paso a toda opción neoliberal. La proliferación de conceptos frentistas debe ser festejada hasta que se llegue a un conglomerado activo no complaciente ni sucesor alivianado del macrismo, dispuesto a desandar, con la misma audacia y energía de 2005 y 2010, el agobiante e inútil endeudamiento contraído por este gobierno como a cerrar la fuga de capitales regulando las finanzas y el comercio exterior y penalizando el refugio en guaridas fiscales de recursos sustraídos a la economía nacional. Decidido a establecer una política de seguridad democrática que desarticule el dispositivo represivo en despliegue pensado para reprimir la justa protesta o matar al pobre sin respeto a Ley alguna. Imbuido del espíritu de la Patria Grande latinoamericana y lejano al concepto de “ser parte del mundo” con el que las derechas solapan las ataduras con que amañan a la Nación con los centros del capital financiero.
Nos parece evidente que la figura de Cristina Fernández de Kirchner, más allá del destino que ella elija y las posibilidades que se presenten, sigue siendo un símbolo perseverante ante la necesidad de aventurarnos por caminos nuevos y exigencias que puedan desafiarnos por ser desacostumbradas, pero que se presentan como imprescindibles para mantener la entereza y plenitud de una política emancipadora. El 2019 está cargado de sentido, si la unidad del peronismo no se hace solo con criterios contables –si tal o cual situación alcanza o no alcanza–, y si se da en simultáneo con las unidades concéntricas de todas las fuerzas sociopolíticas contrarias al desacople macrista de la política con el vigor de una sociedad libre. El futuro inmediato, el punto de condensación y puesta en tensión de todas las fuerzas democrático-populares, nacional-populares, de izquierda y del movimiento social, está llamándonos desde un nuevo horizonte de luchas.
Carta Abierta, 7 de abril de 2018