Confieso que estoy deprimido para no ingresar en debates acerca del Derecho. Hace ya muchos años me tocó hablarles a adolescentes y luego a estudiantes y juristas acerca de la pregunta: ¿para qué sirve el Derecho? Me pidieron permiso para publicar ese breve discurso no sólo aquí, en mi país, sino también en otros de la región y lo vi reproducido hasta en Cuba y hasta en otro idioma. En la época actual y a pedido de la defensa del Sr. presidente de la República federativa del Brasil tuve que estudiar la sentencia de condena de primera instancia contra él, enorme en páginas pero más que endeble argumentalmente, flaca en fundamentos jurídicos, inexistentes o falsos, para producir un dictamen sobre ella (publicado en castellano en la revista digital Horizontes del Sur, Novedades, 26/1/2018). Confieso también que aquel opúsculo sobre el significado del Derecho, del que me sentía orgulloso, carece hoy de sentido. Me parece que el lenguaje, sobre todo el lenguaje jurídico, se ha disuelto en la voluntad de quien lo aplica, representa sólo al poder. Una persona va a la cárcel por haber recibido como dádiva algo que nunca tuvo ni tendrá, ni exigió ni pidió, ni conoció, incluso con alteración de todas las leyes civiles que rigen el derecho de propiedad y mediante un procedimiento judicial de farsa que no merece hoy en día, culturalmente, mencionarse con el nombre de juicio. Lo único que emitió mi depresión constituye el pobre poema que sigue a continuación, que no presume de genio literario y, si se quiere, resulta menos que pobre en ese sentido, pero es genuino como descriptor de mi estado de ánimo y de lo que hoy pienso sobre la llamada “ciencia jurídica”.

Soy de esa región

de esa parte del mundo y del tiempo

donde desigualdad y exclusión son la regla

donde se conjuga a los verbos tener y poder

en primera persona y en presente del indicativo

“yo tengo luego puedo”, “yo puedo luego existo”

total, tú no tienes, no puedes ni existes 

de aquel mundo en donde las palabras poco significan

las puedes interpretar a tu antojo

y las palabras de la ley son duras con quien pierde

y pierde siempre el que no puede

mientras ellas acarician a quien gana

y gana siempre quien poder tiene.

De ese mundo

donde existen jueces sólo para interpretar esas palabras

según la ocasión

a favor de quien tiene y puede

donde la ley poco importa

basta con tener y poder

pues si eres pobre y nada tienes

nada puedes esperar de aquellos jueces

ni misericordia ni solidaridad

ni justicia ni verdad.

Soy de esa región

donde conviven sin violencia, la mentira y la verdad 

unidas en la posverdad

donde no se distingue lo malo de lo bueno

y sólo interesa la retórica, el discurso y su éxito

Soy de aquel mundo

donde significante y significado no se corresponden

están vacíos, a la espera de que alguien les atribuya algún sentido

vagan y flotan a la búsqueda de quien los reúna

por conveniencia, sin razón alguna

donde las palabras igualdad y democracia

nadan insertas en una sopa de letras

en cualquier sentido

la palabra juicio representa al poder

la condena y la absolución confunden su significado

son parte de la interpretación y de aquel antojo.

Nací en esta región

que adora la prisión

como forma de exclusión

del pobre y del adversario

como vulgar y brutal expresión 

de la desigualdad y del odio.

* Profesor Emérito UBA.