En Eat Your Makeup (1968), el primer corto que John Waters filma en 16mm, su estrella Divine aún no había ascendido al papel protagónico, y actúa literalmente a los pies de su mentor drag Maelcum Soul. Con expresivos ojos alucinatorios, una de sus marcas actorales, Divine hojea tirada en el pasto una publicación amarillista sobre el asesinato de John F. Kennedy, y comienza una ensoñación donde es Jackie Kennedy acompañando a su marido en el Lincoln Continental convertible en su último paseo fatal por Dallas. Así, en esa secuencia gore onírica que reconstruye el célebre asesinato, Divine es Alicia leyendo un libro que la hace caer en Wonderland, habitante de la tierra de los sueños, como se llamó la productora under de Waters, Dreamland, que también es el título de un poema de Lewis Carroll y de Poe. Aunque ese corto es una fantasía terrorista del secuestro de modelos que comen maquillaje y son obligadas a desfilar hasta morir, la realidad y la literatura se filtran en los márgenes, como un extraño punto de fuga. Fue más fácil encasillar a Waters en extraños títulos de nobleza como el “Papa de la Basura” o el “Príncipe del Vómito”, que dar cuenta de la dimensión de sus obras, que no solo incluyen películas, por eso no solo es un cineasta de culto, sino también una decena de libros, muchas obras de arte contemporáneo, shows, conferencias, testimonios en tres decenas de documentales, actuaciones en películas de Woody Allen, Jonathan Demme, en las sagas de Chucky o de la ardilla Alvin. Waters es multitud, pero creo que su principal talento y generosidad pervertida es sacar esos monstruos que lo habitan para exhibirlos como un pedagogo de la contracultura, paideia de la resistencia a cualquier forma de domesticación. Su último libro, que aún no tiene traducción al castellano, se llama Make Trouble, fue publicado en 2017 y es una suerte de tutorial para vivir en el territorio delictivo del lado oscuro de la diversión: “Hoy puede ser el final de tu delincuencia juvenil, pero debería también ser el primer día de tu nueva desobediencia adulta.” La mejor lección de Waters en más de cincuenta años manteniendo su sonrisa de villano debajo del bigote finito es que la rebelión no termina a los veinte años, dura toda la divina comedia de la vida.
Este pedagogo excéntrico, que a cada golpe de su obra desencadena al género y a la orientación sexual de toda reglamentación (por algo también lo llaman “Anarquista Anal”), tiene la grandeza de celebrar una y otra vez a quienes, antes o después de él, hicieron del estilo extremista una forma de diversión libertaria. Por eso no es raro que en su temprana autobiografía Shock Value (1981) entreviste a los cineastas H. G. Lewis y Russ Meyer, ni es inesperado su generoso libro de retratos Mis modelos de conducta o que sea el más entusiasta embajador de Armando Bó y la Coca Sarli en el mundo. Su obra no solo trata de arrastrarnos a los altos y bajos fondos, sino también de hacernos partícipes del festín caníbal del saber oscuro, con el don de un ocultista pop que nos enseña sobre personas, razones y sentimientos que nos reúnen en el mismo lodo, todos manoseados.
En Mondo Trasho (1969), su primer largo, Mary Vivian Pierce, actriz que está en todas las películas de Waters, carga para leer durante las primeras escenas el libro Hollywood Babilonia del cineasta experimental, homoerótico y luciferino Kenneth Anger, antes de ser arrastrada a un demencial cuento de hadas. Ese libro sobre el glamour podrido de la industria del cine es una de las tantas llaves que comparte Waters para usar como arma de resistencia antes de Stonewall, no solo inventando la insubordinación punk y queer sino enseñando cómo ser el punk más ilustrado, ese que tiene la misma rebeldía hacia la cultura hétero como hacia la gay. Catálogo de perversiones o de influencias (que para él son casi la misma cosa), expuestas en un voyeurismo muy parecido a la curiosidad de alumno perpetuo, las obras de Waters llevan tatuados mapas de la cultura, uniendo con puntos o demarcando momentos de epifanía donde la comedia estalla, sin guiñar el ojo al entendido sino haciendo del conocimiento algo comunitario hasta lo tribal. Waters visitará por primera vez Argentina y traerá consigo toda la obsesión por una cultura que “no tiene valor de redención social” sino que es una contraguía para perderse en el saber plebeyo, por eso es fundamental escuchar todas las voces que vomitan, excretan o esputan sus obras poseídas.
John Waters dará dos charlas en el BAFICI: el sábado 14 a las 14 en el Auditorio de la Usina del Arte (Agustín R. Caffarena 1), con moderación de Axel Kuschevatzky, y el domingo 15 a las 18.30 en la Sala 8 del Village Recoleta (Vicente López 2050), con moderación de Diego Trerotola.