La noche de la inauguración de la muestra Ahora voy a brillar, de Omar Schiliro, en la Colección Fortabat, lo primero que me llama la atención es una mujer que, subida a un escaloncito, frente a una ruleta multicolor erigida sobre un pedestal hecho de objetos de plástico, luces y vidrio esperaba su oráculo bajo la mirada expectante de una amiga. La manecilla, una cucharita larga, también de plástico, se detuvo en “Trabajito liviano” y las dos mujeres se alejaron riéndose. Cuando quise hacerla girar yo, no encontré el mecanismo que la activaba. Seguí  recorriendo la exposición, un desborde de colores, brillos y luces tan deslumbrante que me resultaba inabarcable con la mirada. Las diferentes piezas que componen las obras de Schiliro (palanganas, compoteras y cucharitas de plástico, perlas, cuentas y gemas de fantasía, bolitas de vidrio, adornos para árboles de navidad, tubos fluorescentes, lamparitas y un largo etcétera) cobraban vida ensambladas en una danza quieta, radiante, y me remitían, cada una en su singularidad, a momentos de la vida doméstica y a la infancia. Al rato estuve de nuevo frente a la ruleta y esta vez sí, encontré el botón para hacerla funcionar. Lo pulsé y la manecilla se detuvo entre dos casillas: “Amigos buenitos” y “Viajecito placentero”. Sobre el pequeño escalón brillaba una pulsera que parecía de oro. No la levanté. Deduje que se le había caído a alguien, pero también parecía parte de la instalación, o quizás una ofrenda: Omar Schirilo, durante mucho tiempo se dedicó a fabricar bijouterie. También fue bailarín y disc jockey en un boliche del Gran Buenos Aires. Nació en 1962 en un hogar pobre de Villa Lugano en el que fue criado junto a su hermano por su madre soltera, quien los educó según los preceptos de los Testigos de Jehová. En su familia, Omar era rechazado por homosexual.  

Francisco Lemus (autor de uno de los artículos del exhaustivo y hermoso catálogo en el que también escriben Mariana Cerviño y las curadoras de la muestra, Cristina Schiavi y Paola Vega) encuentra en la vida de Schiliro dos puntos de inflexión que determinaron su producción artística: el primero, haber conocido a Jorge Gumier Maier, y el segundo, haberse enterado de que era portador de VIH. 

En 1985, Gumier Maier trabajaba como periodista de la revista Diferentes, y allí llegó un día Schiliro con un anuncio que había redactado para la sección de contactos gays. Así se conocieron. Ese mismo día quedaron en tomar un café a la semana siguiente, y al poco tiempo Schirilo fue a vivir al departamento de Gumier, quien además de abrirle las puertas de su casa, lo animó iniciar su camino como artista: “Yo hacía bijouterie y pensaba en la plástica, pero nunca me había lanzado -cuenta Schiliro en 1993, en una entrevista para la revista La Maga. Pasó el tiempo, me enfermé de sida y estaba muy deprimido y Gumier me invitó a participar de la muestra Bienvenida primavera, para la cual hice una obra que veo como una explosión de angustias, depresiones que se tornaron primaverales. Esto lo relaciono con síntomas míos, llagas, manchas en la piel; todo se transformó en eso. Mi intención es manifestar un estado de hiperalegría, incluso yo trabajo con el virus, lo pongo afuera de distintas formas porque el virus se transforma… La intención general es transmitir lo mejor”. 

LOS AÑOS LOCAS

En la sala de exposiciones de la Colección Fortabat había varios amigos que, al igual que Schiliro, habían mostrado en la galería del Rojas, creada y dirigida entre 1989 y 1996 por Gumier Maier. Estos artistas -escribe Lemus en su artículo “La supervivencia de Omar Schiliro”- se caracterizaban en su mayoría “por el autodidactismo y por no gozar de un capital social relacionado con el campo cultural”; en sus obras “encontramos apropiaciones de las formas populares traducidas a los códigos de la cultura gay, procedimientos y operaciones desarrollados por fuera de la autonomía artística como la artesanía, la arteterapia y las manualidades y abstracciones aliadas con el diseño y la decoración”. Muchos esperábamos encontrar a Gumier Maier en la inauguración de Ahora voy a brillar. Fue él quien la ideó y encaminó, facilitando además el acceso a la mayoría de las obras y a varios documentos. Se trataba de un proyecto  que hacía mucho tiempo quería concretar. Pero Gumier prefirió quedarse en su casa en el Delta del Tigre, podíamos imaginar un montón de motivos para su ausencia. Al día siguiente publicó en su muro de Facebook, así en mayúsculas: “AYER OMAR SCHILIRO INAUGURÓ SU RETROSPECTIVA. ÉL, NIETO DE ESCLAVOS BRASILEÑOS, JUSTO CUANDO CONDENABAN A LULA A MAS DE DOCE AÑOS DE PRISION. LULA, EL NUEVO ESPARTACO. OJALA OMAR PUEDA IRRADIARLE SU LUZ. FORZA LULA!!!!!!!!!!!! OBRIGADO OMAR!!!!¡¡!!!¡!!!!”.

DAME UN TALISMAN

El dolor, así como la belleza, estuvo presente esa noche. Quienes conocían a Schiliro estaban a la vez maravillados y entristecidos. Uno de sus amigos, el artista Ariel Montagnoli, me contó una anécdota que refleja cómo, por aquellos años, vivíamos (y moríamos) con HIV/sida, pendientes o dependientes de una medicación que por entonces apenas demoraba la aparición de enfermedades mortales. Nos esperanzábamos con terapias alternativas, lecturas espirituales, visitas a curas y sanadores milagrosos y toda una parafernalia de soluciones mágicas: “Yo era amigo de Feliciano (Centurión) -cuenta Ariel-, y por él conocí a Omar (Schiliro). Mi mejor amigo de la adolescencia, el negro Pirucho, que se había infectado con VIH por inyectarse drogas, había conseguido un agua bendita que había en México. Chano se enteró y por él se enteró Omar. Entonces empecé a tener una relación con Omar, por teléfono. Él no salía del departamento. Hablábamos todos los días sobre el agua que yo le iba a conseguir en México. Me llamaba a cualquier hora a mi panadería. Le había puesto al teléfono un cable de siete metros para poder hablar con él mientras trabajaba. El agua nunca llegó, era una desesperación. Había gente que iba a México, incluso había tours para buscar esa agua”.  Refuerza este clima de época lo que cuenta Francisco Lemus en el catálogo: “Feliciano Centurión tenía en su casa, para contrarrestar el deterioro de su cuerpo, una obra de Schiliro, Salud, Dinero y Amor, un conjunto de talismanes para la buena vida. El correspondiente a Salud tiene forma de copón y porta un sorbete relleno con perlas que simbolizan píldoras sanadoras o cápsulas de energía”.

El día que velaron a Schiliro -me cuenta Paola Vega- lo maquillaron, le pusieron una túnica blanca y sus collares, y lo rodearon de su obra. Gumier Maier le pidió a Alberto Goldenstein que le sacara fotos, pero estas no fueron incluidas en la exposición, ninguno de los dos soportaba verlas. Sin embargo, algo de funerario sobrevolaba esa noche, por un lado la belleza exultante y, por otro, la sombra de la muerte. Una gran parte de las obras son artefactos lumínicos, atravesados por unos cables que no se ven y, sobre todo, rebosantes de la energía vital de Schiliro. Marcelo Pombo, otro de los artistas que lo conocieron, dio con las palabras justas para sintetizar el impacto de su obra: “Todo esto que ves acá lo produjo cuando se convirtió en artista hacia finales de sus veintiocho años y murió a los treinta y uno, o sea, un lapso de cuatro años. Es el emblema del arte devocional y proletario, un pibe sin capital simbólico y económico, tal vez el más pobre de todos. De pronto, la desgracia de enterarse en esa época de que tenía sida, la convirtió en una ofrenda para todos, y fue sumamente emocionante la obra, su existencia y su muerte”.

Martes a domingos de 12 a 20 en la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141.

Schiliro por Alberto Goldenstein