Camila Vallejo contestó las preguntas de Página/12 y Clacso TV en una sala de trabajo del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales. La entrevista, que puede verse también en su versión filmada haciendo click en http://bit.ly/2hpeJGx, se desarrolló después de un encuentro de la diputada chilena con organizaciones juveniles.
--En el gobierno de Sebastián Piñera me tocó ser presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) --recordó Camila Vallejo durante el diálogo--. Pero en ese mismo tiempo hubo otros movimientos. Por ejemplo la lucha contra HidroAysén, que fue un movimiento ambientalista muy fuerte; la pelea por la situación del dirigente de los pesqueros Iván Fuente...
—El tema de la represión a los mapuches, también.
—Sí, hubo muchas manifestaciones sociales. Se produjo una acumulación social, pero también con organización social y con capacidad de cuestionar el modelo más allá de las reivindicaciones particulares. Ahí empezamos a ver las posibilidades de construir una apuesta programática más transversal. Es decir, ya no era el programa sectorial sino un programa más político, de gobierno, que involucrara muchas más aristas. Con el golpe que sufrió la Concertación por la derrota y el triunfo de Sebastián Piñera en 2010, empezaron los partidos a replantearse sus situaciones. Ahí surgió la alternativa de que Michelle Bachelet retornara al país para sacar a la derecha del gobierno - y retornaran al gobierno las mujeres-, siendo capaz de representar este programa que se empezaba a vislumbrar en materia de reforma educacional, nueva constitución política, una reforma tributaria, que es algo que planteó el movimiento estudiantil nuestro para financiar los cambios en educación, y el cambio en el sistema binominal, que era una demanda histórica también del Partido Comunista. Esos temas ya empezaron a materializarse en un programa.
—¿Las agendas fueron convergiendo?
—Claro. Yo creo que es una lectura política del momento y decir que sí, que aquí hay voluntad de recoger demandas históricas -que hoy en día están un poco más claras-, de manera transversal. Entonces había que ser capaces de construir de una alianza que nos permitiera disputar el poder, sacar a la derecha y avanzar con estas reivindicaciones que estaban en la calles pero no se expresaban en la institucionalidad política, sino que chocaban permanentemente con la institucionalidad política, más aun estando la derecha en el poder.
—¿Qué balance hacés?
—No es el momento todavía para hacer balances. Me sentaría al final de este periodo de gobierno a evaluar cuánto pudimos cumplir de las reformas comprometidas y si quedaron bien orientadas.
—Tu respuesta provisoria, ¿cuál es?
—Por ahora, en lo educacional hemos tenido avances, pero muchos están sujetos a la aprobación de otras cosas, porque se complementan. Entonces, podría decir que el Proyecto de Inclusión es un progreso, porque avanza en gratuidad, en el no lucro en las escuelas particulares subvencionadas, para que no seleccionen y discriminen en el acceso. Pero si eso no va acompañado de la aprobación, todavía pendiente, de la nueva educación pública -que es la recuperación de la escuela pública en manos del Estado y no de municipios que han hecho y deshecho con la educación pública- creería que es un paso peligroso el que se dio en ese proyecto de inclusión. Estaríamos simplemente consolidando un sistema particular -gratuito, claro-, pero al final no público-estatal. Estamos en ese proceso. Cuesta sacar una visión más sistémica un saldo positivo porque las reformas aún están en curso. Falta todavía la educación superior. Entonces, estamos en un mientras tanto donde además hay una situación de crisis generalizada a nivel mundial y también en Chile, con un gobierno que se planteó transformaciones pero que ha tenido sus propias contradicciones internas. Un gobierno que se ha enfrentado a la reacción de los sectores conservadores y poderosos frente a la reforma del mundo empresarial. Entonces, está todo muy tensionado, bastante revuelto. Eso va a tener que desencadenar pronto en algo. Pero si tú me preguntas si había que dar este paso y había que llegar adonde estamos, yo te digo que sí.
—Si te pregunto si estás arrepentida, ¿vos me contestás que no?
—No, no estoy arrepentida, para nada, en absoluto. Era la apuesta que había que hacer. Estar en el Parlamento es una apuesta difícil, más compleja que ser vocera o tratar de representar un movimiento estudiantil, como en el 2011. Dar la batalla ahí y enfrentarse a los diferentes intereses de clase, políticos, ideológicos es, de repente, mucho más rudo y es más ingrato también, porque significa estar en un espacio que nadie ve de buena manera. Hoy en día, además de ser militante de un partido, ser parte de un parlamento en medio del cuestionamiento a la democracia representativa, con los hechos de corrupción que comete otro pero salpican a todos, te pone en una posición mucho más compleja para poder transmitir tanto los avances como las ideas de futuro.
— ¿Por eso hiciste la difusión de tu dieta con el detalle de composición y gastos?
—Lo que pasa es que nosotros cometimos una ingenuidad, que era que podíamos hacer un programa de transformaciones profundas sin comprender bien el rol que iban a jugar los medios de comunicación. Y resulta que, además, siendo yo, particularmente, comunista, mujer y joven estoy sujeta a mucho flanco de críticas. O sea, si ya al Congreso se le cuestiona por el nivel de dieta parlamentaria que se entrega, no basta simplemente con proponer rebaja a la dieta. Lo hemos hecho, la hemos aprobado de nuestra parte y lo han rechazado otros. Basta con que algún medio instale que se gana lo que se gana o que en redes sociales inventen que los parlamentarios ganan 15 millones o que tengo un Audi. Han inventado una serie de cosas que obligan a que uno diga: "Ya basta, esto es así. Yo no gano esto, gano la mitad". Es lamentable que uno tenga que salir a dar explicaciones de cuestiones que son mentira. Pero, además, el cuestionamiento es distinto entre hombres y mujeres, porque a los hombres en general, más si son de derecha, no se les cuestiona que tengan una dieta millonaria. Porque son de derecha y porque son hombres. Si eres mujer y de izquierda permea ahí una suerte de estereotipo que hace que en el discurso se discrimine, por machismo, a las que somos mujeres y de izquierda.
—En Chile los temas de corrupción no parecían un asunto central. ¿Es porque no eran visibles?
—Pues para nosotros siempre fue una realidad, pero no estaba evidenciada. O sea, muchos sabíamos que en Chile había corrupción y que la extrema concentración del poder económico estaba amparada también en una concentración del poder político y viceversa. Operaban juntos con una constitución política que era inamovible, que era conveniente para muchos partidos, porque les permitía mantener sus privilegios con esta desigualdad económica. Pero se evidenció, se empezó a evidenciar, empezó a calar más en el debate público. Finalmente, eso hizo que pareciera que es una realidad actual. Pero venía pasando hace mucho tiempo. Chile se dedicó mucho tiempo a señalar al mundo que éramos los jaguares de Latinoamérica. Que éramos un modelo exportable en todo ámbito. En pensión, en educación, en la capacidad de gobernabilidad, de gobernanza y en la casi paz social que había por este modelo exitoso traído de los Chicago Boys. Entonces no había otra cosa que contar. Todos asumían que esto era lo mejor y que éramos los mejores. Esa imagen se vendió durante mucho tiempo y, por lo tanto, resultó un poco violento empezar a conocer las realidades ocultas de Chile. Está bien que haya sucedido. Nosotros, como partido, sabíamos qué hacía tiempo que existía. No nos iban a sorprender mucho. Pero fue positivo que se planteara casi como escandaloso. Esa es la realidad chilena y se da porque es un país muy desigual. Por ejemplo, los casos de colusión, más que por falta de leyes que penalicen o por falta de fiscalización, se producen por la extrema concentración de los mercados. O sea, un mercado lo manejan una, dos, tres grupos o familias.
—Por ejemplo, ¿en qué sector?
—En todos: en el tema forestal, minero, energético, comunicacional, en materia de recursos naturales, en productos farmacéuticos, en pollos, en papel confort (higiénico), en pañales. Tenemos un mercado muy concentrado y eso facilita que se pongan de acuerdo.
—En una entrevista con Página/12 Álvaro García Linera me dijo que existe esa corrupción de la que vos estás hablando, que él llamó estructural e institucionalizada, y que existe la corrupción de los funcionarios propios frente a la cual los gobiernos progresistas tienen que ser muy duros.
—Sí, claro. Principalmente las izquierdas, los sectores progresistas, tienen que revisar mejor el tema porque a la izquierda y a los sectores que están en pos de transformaciones se los mide con otra vara respecto de la derecha o de un presidente que viene del mundo empresarial. La gente sabe que si vota, por ejemplo, a Piñera en Chile, él es alguien que está acostumbrado a hacer negocios y casi que es legítimo que haga negocios, porque lo ha hecho todo la vida y es alguien que sabe hacer plata. Pero para la izquierda, la medición ética y moral es distinta. Entonces, aunque en un gobierno de izquierda progresista se cometa algo que, podríamos decirlo, es mínimo en comparación a una red, como se decía en Chile, a una máquina para defraudar al fisco constituida, estructural y sistemática, esto impacta de igual manera o peor a un gobierno progresista y de izquierda. En ese caso hay que ser mucho más agudo, tajante, claro y certero para no solamente condenar cuando se produce en la interna sino para saber separar. Puede sonar feo, pero es como cuando hay un fruto podrido: es mejor sacarlo inmediatamente antes de que empiece a contagiar al resto.
—Si te parece que suena feo va un consuelo. García Linera me dijo: "Si uno tiene un dedo infectado y es el propio se lo tiene que cortar uno mismo". Más duro todavía.
—Es que son prácticas contagiosas. Cuando no se paran, se empiezan a transmitir y es fácil que otros empiecen a asumir que se puede hacer como natural. En general, esto le ha costado a los sectores progresistas en toda Latinoamérica y en Chile también. Eso lo conversamos con los compañeros del Partido Comunista. Una de las cosas que nos ponen en ventaja con respecto al resto de los partidos es que tenemos las manos limpias. No hemos tenido casos de aportes reservados ni nada de eso. Pero no tenemos que dormirnos en los laureles, porque esto de ser parte de un gobierno, de tener cada vez más compañeros que son parte de la instancia burocrática, implica que hay que prepararnos bien para que pueda pasar algo, saber identificarlo y atacarlo. De repente, hay compañeros a los que les pueden temblar las manos y dirán: "No, pero con esto puedo abrir un flanco, porque lo central está en otro lado". Cuando uno discute los temas de corrupción y estas cosas, ese tipo de argumentos hay que saber enfrentarlos. Esto es lo más sano. Así aumenta la credibilidad.
—Me pongo en abogado del diablo con algo que comentaste antes.
Vos decías que mujer, comunista, de izquierda y joven forman un estereotipo más fácilmente atacable. Cuando arrancaste fuiste noticia, además de por tu postura política, porque eras dirigente estudiantil, mujer, comunista, joven y linda. ¿Te sirvió o te obstruyo?
—Esa ha sido siempre un arma de doble filo, porque es como decírselo a una mujer que trabaja en la televisión. Ser bonita en la televisión te sirve, pero también te cosifica. Eso siempre se ha puesto conmigo. Me decían: "Pero igual eso te sirve". ¿Me sirve para qué? Porque si me pongo a decir lo violento que es que siempre a mí se me pregunte si me peino o no me peino a la mañana, que me ando vestida como ando vestida, que si tengo pololo, que cómo es mi vida íntima, que si ahora que tengo hija la llevo al jardín o no... Es violencia también. Es violencia permanente. Pasó en 2011. Hubo también, en principio, una razón política por la cual se trató de personalizar mucho el movimiento estudiantil. En general, la gente tiende a necesitar ponerle caras a algunas causas.
—La política está cada vez más personalizada, y no solo en Chile.
—Pero ésa, también, es una construcción a la cual favorecen mucho los medios de comunicación, porque después es más fácil destruir un movimiento si simplemente cortas una cabeza.
—Tal cual.
—En ese entonces, hicimos un trabajo muy grande cuando nos invitaban a distintas instancias de debate, tanto en Chile como en el extranjero, con Giorgio Jackson -que era el otro dirigente estudiantil-, de decir: "Esto no es un movimiento nuestro, no fuimos lo creadores del movimiento estudiantil, no somos los únicos, hay mucha gente atrás, son muchos estudiantes, familias, gente que viene luchando antes de nosotros”. Lo hacíamos para que supieran que, estando o no estando nosotros, tenía que seguir y era, en el fondo, propiedad de todos, no de un vocero o una vocera en particular. Además, sabíamos que la personalización era peligrosa políticamente. Nos ha pasado en Latinoamérica, donde se personifican mucho los procesos. Se van esos liderazgos -por distintas razones-, muy golpeados también, porque los medios de comunicación, los intereses de los grupos económicos o de países como Estados Unidos, los queman mucho, y luego se debilitan los procesos. Con el movimiento estudiantil se trata de hacer lo mismo: elevar mucho y después empezar a golpear, golpear, golpear. Es mucho más fácil y un flanco predilecto de crítica que yo sea mujer y, además, ser comunista, porque al principio, en el 2011, cuando gané la elección se dijo que era comunista, pero a nadie de la gente le quedó la idea de que yo era comunista. Muchos creyeron que yo pasé a ser militante del Partido Comunista cuando fui a la elección. Lo que se decía era: "Dejó el movimiento estudiantil, ahora se fue con el Partido Comunista, ahora le interesa el poder". Esa fue la construcción que se hizo y hubo mucha intencionalidad en ese relato, aprovechando también el apoliticismo, la crítica a la institucionalidad política, el creer que los cambios solo se pueden hacer desde la calle sin disputar a nadie el poder y que mejor los cambios los hagan ellos y tu solo plantéalos sobre la mesa. Eso es muy conveniente o funcional a los sectores conservadores.
¿Por qué Camila Vallejo?
“Articular las luchas”
Todavía no cumplió 29 años y es una figura popular en la política chilena. Nacida en abril de 1988, Camila Vallejo ingresó en la Juventud Comunista de Chile en 2007 y todavía integra su dirección. Llevaba solo un año como dirigente estudiantil, desde que comenzó a cursar la carrera de geógrafa, y muy pronto terminaría como presidenta de la Federación de Estudiantes de Chile y figura conocida mundialmente por la pelea contra el lucro y por la gratuidad de la educación en su país. Muy poco antes se había realizado la Revolución Pingüina, la protesta de los estudiantes secundarios en tiempos del anterior gobierno de Michelle Bachelet.
Antes del comunismo Vallejo pasó brevemente por una organización con fuerte predominio de compañeros suyos que reivindicaban el anarquismo. “Yo no era anarquista, pero en la organización donde yo participé que tenía una biblioteca popular, y participé en espacios como una junta de vecinos en una población de La Florida.” La Florida es un distrito de Santiago de Chile. “Población”, en Chile, es “villa”. “Levantamos un proyecto de biblioteca popular. Esa fue mi primera incursión en la praxis política. Eran anarquistas bien de teoría, lectura y estudio. Su acción directa era esa, era estar en la población, educar. Estar en la calle encapuchado y tirando piedras es más bien un estereotipo del anarquista a través de los medios de comunicación.”
Si se le pregunta cuánto le queda de anarquismo ella contestará: “Poquito”. Y dibujará una sonrisa antes de seguir. “Yo creo que no me queda nada ya, porque justamente esa lógica de solo lo comunitario, solo la acción muy focalizada, me parece insuficiente. Yo sentía que había que apostar a estar en una organización, partidaria o no. Mi idea era ver el problema más estructural, sistémico y abordarlo, sí, y no por desconocer la idea de hacer praxis política local, de base, sino para ligar eso con otras luchas y articularlas.”
En 2009 ganó el conservador Sebastián Piñera, que gobernó entre 2010 y 2014. En las elecciones de 2013 el comunismo se alió a Michelle Bachelet como uno de los partidos de la fuerza Nueva Mayoría. Así Bachelet ganó la presidencia por segunda vez (había ocupado La Moneda entre 2006 y 2010 pero en Chile no hay reelección) y desalojó a la derecha. Una movida de la que Vallejo no se arrepiente.