Había pañuelos verdes en cuellos, muñecas, escritorios –y hasta en una vincha– de diputadas. Verde brillante en la corbata de quien presidía el plenario en el Anexo de la Cámara de Diputados, también en la calle, donde empezaban a verse algunas banderas que iban a seguir hasta el fin de la tarde, y en quienes iban a exponer argumentos durante la mañana. La previa de la primera reunión de las Comisiones no contó con la emoción de las barras que, a veces, acompañan algunas iniciativas legislativas –estaba acordado que no se permitiría público en el encuentro–, pero sin duda tuvo un color en común: el verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Ese color acompañó un plenario particular, en el que además de viejos conocidos de los debates por la ampliación de derechos –muchos de ellos, favorables y opositores, supieron tener actuaciones destacadas hace ocho años, durante el debate por matrimonio igualitario–, hubo lugar para las voces (y acciones) de figuras poco habituales en el mundo legislativo, como las de actrices y periodistas, una dinámica que se replicará en plenarios por venir.
Ante diputados y diputados de las comisiones de Legislación General, Acción Social y Salud Pública, Legislación Penal, y Familia, Mujer y Adolescencia, entre los argumentos favorables se plantearon cuestiones de orden práctico y jurídico, como la ineficacia y la injusticia de la penalización del aborto, los problemas de salud pública que genera, la violación de los derechos de las mujeres que supone la prohibición, y el peso del deseo de cada mujer a la hora de elegir, o no, ser madre (ver aparte). Entre los opuestos, se esgrimió que la legalización del aborto podría alentar el abuso sexual intrafamiliar (porque la interrupción de gestaciones engendradas así permitiría ocultar ese delito), que tiende a aumentar las tasas de violencia familiar y abuso infantil y, además, es un método colonialista de control de la población para evitar el desarrollo de algunos países, que es equiparable a la desaparición de personas y que algunos de los oradores, además, podrían no estar hablando ante las y los legisladores si el aborto hubiera sido legal cuando sus madres los gestaron.
El verde, salpicado en un espacio institucional que durante años evitó tratar la interrupción voluntaria del embarazo, le puso intensidad a la jornada que comenzó poco después de las 10 de la mañana y terminó, paréntesis de hora y media al mediodía mediante, a las seis de la tarde, ocho horas y 32 expositores después. En otras seis oportunidades, el proyecto había ingresado pero había perdido estado parlamentario mucho, muchísimo antes de que en el horizonte se avizorara la firma de un dictamen que llegara a recinto. La séptima fue la vencida, o al menos eso pareció ayer, cuando la jornada cerró con la confirmación de la agenda prevista: el siguiente plenario será mañana, jueves, y tendrá horarios y dinámica similares a los de ayer.
Durante la mañana hablaron quienes expusieron argumentos favorables a la legalización del aborto, acerca de la cual actualmente la Cámara de Diputados registra ocho iniciativas. El presidente de la Comisión de Legislación general, Daniel Lipovetzky, quien esta vez no lucía el pañuelo verde pero sí el color en su corbata, fue estricto con el cumplimiento del tiempo asignado a cada expositor (siete minutos) y el protocolo del reglamento.
Hubo, sin embargo, dos traspiés que generaron algunas rispideces; curiosamente, ambos tuvieron por protagonistas a los únicos expositores que hablaron sin que hubiera murmullos de fondo. Uno de esos momentos álgidos ocurrió poco antes del mediodía, cuando el periodista Luis Novaresio, sobre el final de su intervención –en la que advirtió que, aun cuando le alegraba estar allí, sentía que sobre las mujeres pesa un fenómeno específico, porque “si el proceso de gestación fuera masculino, estaría despenalizado el aborto”– se dirigió explícitamente a la presidenta de la Comisión de Salud, Carmen Polledo. “Carmen, (los legisladores) no pueden dejar que las mujeres se sigan muriendo. No puede seguir favoreciendo que las ricas puedan acceder al misoprostol y que las excluidas sigan con la rama de perejil”. La diputada aludida, en cuanto terminó la exposición del periodista, insistió a Lipovetzky para que le autorizara dos preguntas “por sí o por no” a Novaresio, porque “he sido mencionada tres veces”. Finalmente, pudo formularlas: “¿usted es consciente de que una niña de 13 años, que no puede comprar un litro de cerveza en la esquina (...) según el proyecto de la Campaña va a poder ir sola a pedir un aborto?” y “¿es consciente de que existe algo que es objeción de conciencia y que el proyecto del colectivo, de la Campaña por el aborto, no lo contempla?”. Como el código de las reuniones con expositores impide el intercambio, las dudas de Polledo quedaron en la nada.
El otro episodio había ocurrido poco antes, también con expositoras poco usuales en el ámbito legislativo. A la hora de comenzado el encuentro, se anunció la participación de la actriz Carla Peterson, pero ella llegó hasta el atril acompañada de otras dos colegas, Verónica Llinás y Griselda Siciliani. Lipovetzky se excusó: había más participantes que las anunciadas, “hemos establecido un método de trabajo, pido disculpas” porque de momento la situación era levemente atípica.
“Estamos ante un grave problema de salud pública”, dijo Llinás al comienzo, antes de añadir que el aborto es “una realidad, y a la realidad se la modifica primero conociéndola y luego obrando en consecuencia”. Luego, Peterson leyó la carta abierta en la que más de 400 actrices pidieron a los legisladores: “hagan historia y salden sus deudas con las mujeres”. Luego, mientras comenzaba la intervención de Novaresio, Llinás, Siciliani y Peterson distribuyeron copias de la carta entre diputadas y diputados.