“El cine es el único sueño que se tiene con los ojos abiertos. Una sala es el único lugar en el que, a oscuras, vemos más. Si fuera arquitecto me hubiera especializado en la construcción de cines. No ya por mi amor a las películas, sino porque no creo que haya una misión más poética de la arquitectura que la construcción de espacios donde la gente va a soñar. Cuando me hice director profesional, mis sensaciones en la oscuridad de la sala se fueron modificando. Ahora confieso que cada vez que se apaga la luz siento una especie de acuciante pregunta que me hermana con todos los cineastas: ¿Y ahora qué te cuento? Aunque la película no sea mía”. Así pensaba el director, guionista y docente de cine Eliseo Subiela, fallecido en la madrugada del 25 de diciembre, dos días antes de cumplir 72 años.
Hijo de la argentina Isabel de la Fuente y del gallego Eliseo Demófilo Subiela, Eliseo vivió su infancia en el barrio de Palermo, junto con su hermano menor, Héctor. De pequeño sabía lo que era sufrir por un ser querido, ya que su padre tenía serios problemas del corazón –una dificultad física que de adulto le acarrearía trastornos al propio cineasta–, pero ese padre era poco afecto a demostrar emociones, diferencia sustancial del futuro realizador que luego jugaría con las emociones de quienes iban a ir a ver sus películas. Pero no sólo el padre tenía problemas de salud: su madre tenía fuertes dolores de cabeza, lo que obligaba a mantener la casa en penumbras para que tanto Isabel como Eliseo Demófilo pudieran tener un poco de tranquilidad frente a sus dolencias. Esa oscuridad tan dolorosa fue la que años más tarde el joven Eliseo convertiría en algo mucho más disfrutable: una penumbra mágica era lo que les proponía a los espectadores al ingresar a una sala de cine para ver un largometraje suyo y jugar a soñar.
El joven Subiela era un fanático de la aviación. Estudió varios años esa carrera, pero también tuvo un paso por Filosofía y Letras. Le interesaba la política y estaba dispuesto a no dejar de poner en práctica sus convicciones. Militó, entonces, en la Juventud Peronista y abrazó el movimiento montonero, luego de realizar la colimba durante dos años en la Marina. Ya entonces admiraba Crónica de un niño solo, de Leonardo Favio, de quien llegó a ser su ayudante de filmación de la ópera prima del director mendocino. Con 19 años, Subiela dirigió su primer cortometraje, Un largo silencio (1963). En 1965 filmó su segundo corto Sobre todas estas estrellas, que indagaba sobre los anónimos del cine: los extras. En 1969, su vida personal cambió al conocer a Mora Moglia, con quien tuvo tres hijos: Guadalupe, Eliseo Ignacio y Santiago. Ya trabajaba como director publicitario, una profesión a la que volvió varias veces.
Un año antes de que comenzara la década del 70, Subiela participó en el film colectivo Argentina, mayo de 1969: Los caminos de la liberación, documental en blanco y negro en el que participaron los mayores exponentes del cine político argentino: Rodolfo Kuhn, Humberto Ríos, Nemesio Juárez, Fernando “Pino” Solanas, Octavio Getino, Jorge Cedrón y Enrique Juárez, entre otros. “La estructura narrativa se organiza en nueve episodios, un prólogo y un epílogo sistematizados sobre la misma tesis: violentar la percepción del espectador para luego violentar su conciencia política”, escribió al respecto Gisela Paola Honorio. “Para obtener un mayor alcance en sus fines didácticos, se valieron de rupturas con el documental clásico. De esta manera, trastocan la velocidad natural de las imágenes, incorporan dibujos animados, ensamblan fotografías de la lucha del pueblo con carteles opuestas al discurso oficial que enumeran las atrocidades de la dictadura de Juan Carlos Onganía”, argumentó Honorio.
En 1980, Subiela debutó como director solista con La conquista del paraíso, cuyo elenco estaba compuesto por Arturo Puig, Katia D’Angelo, Guillermo Battaglia y Alicia Bruzzo. El film abordaba la historia de un publicitario que heredaba el mapa de un tesoro y lo buscaba intensamente con una prostituta y otros personajes. Ya en su ópera prima, Subiela mostraba temas que serían esenciales en su filmografía, como la búsqueda del padre y la relación entre el amor y la muerte.
Se puede considerar a Eliseo Subiela como parte de los directores poéticos del cine argentino. Y eso quedó plasmado en su obra maestra, la película con la que siempre será recordado: Hombre mirando al Sudeste. En 1986 se estrenó este film protagonizado por Hugo Soto (fallecido en 1994). Conviene recordar la historia: en el manicomio donde trabaja el doctor Julio Denis (Lorenzo Quinteros) en Buenos Aires aparece Rantés (Soto), un paciente que ingresa voluntariamente con el supuesto delirio de ser un extraterrestre enviado a cumplir una misión. Denis lo trata como paranoico, pero, poco a poco, Rantés se va introduciendo en su vida, haciéndolo dudar de si realmente está loco, con lo que lo obliga a replantear su profesión e, incluso, su vida. Hombre... fue una de las primeras grandes películas de la recuperada democracia y traza no sólo una mirada cuestionadora al mundo manicomial –deshumanizado y cruel–, sino también a la sociedad que venía de hundirse en años de represión y locura de la dictadura. Pero el gran foco –y lo que la convierte en una historia universal– es el funcionamiento de los manicomios, donde a Rantés le aplican drogas y electroshocks para “calmarlo” cuando, en realidad, son los métodos utilizados para silenciar la verdad. Hombre... ganó el premio a la Opera Prima en el Festival de San Sebastián 1986 y el premio de la crítica en el Festival de Toronto de ese año. En 2001, el film estadounidense K–Pax contó prácticamente la misma historia sin darle crédito a Hombre mirando al sudeste, por lo que Subiela consideró que se trataba de un plagio.
A pesar del reconocimiento obtenido, no aparecía un productor para que Subiela realizara su siguiente película. Como contracara le llovían propuestas para trabajar en el exterior y en especial en Estados Unidos. Por aquella época, el cineasta publicó una solicitada que comenzaba diciendo: “Señor presidente, mi familia no quiere vivir en Hollywood”. De manos extranjeras llegó la financiación para su segunda gran película: Ultimas imágenes del naufragio. Escrito y dirigido por Subiela y protagonizado por Lorenzo Quinteros, Noemí Frenkel y Hugo Soto, se estrenó primero en el exterior y en abril de 1990 en la Argentina. Relata la historia de Roberto, un vendedor de seguros, cuyo sueño fue siempre escribir una gran novela. Cuando conoce a Estela, una joven con tendencias suicidas, ve su gran oportunidad: escribir su Informe sobre Estela. Al igual que en otros casos, la historia tiene un sentido metafórico sobre la sociedad argentina. Y no es un dato menor que haya sido rodada en plena crisis hiperinflacionaria de 1989. Ultimas imágenes… superó en galardones a Hombre…, ya que obtuvo quince premios internacionales.
El siguiente proyecto fue El lado oscuro del corazón, anunciado por Subiela como “una fábula sobre la vida y la muerte, que luchan bajo la Cruz del Sur: una metáfora sobre los sentimientos y el sexo, un romance de ángeles heridos, la historia de una cenicienta de cabaret y un príncipe loco, la confirmación de que, aún heridos, los que ganan son siempre los que se animan a dar”. De género dramático y tono surrealista, la trama está inspirada mayormente en la poética de Oliverio Girondo y, en menor medida, en poemas de Mario Benedetti y Juan Gelman, a través de la figura de Oliverio (Darío Grandinetti), un poeta bohemio que recorre Buenos Aires en busca de una mujer que sepa “volar”. El film tuvo su secuela en 2001.
Así como Subiela realizó grandes películas, también tuvo films malogrados. Tal es el caso de largometrajes como No te mueras sin decirme a dónde vas (sobre un hombre que inventa una máquina que acumula sueños), Despabílate amor (sobre los ideales de la generación de fines del 60) y Lifting de corazón (un cirujano plástico que debe decidir entre el amor de su mujer y el de una amante). Pero, sin dudas, Subiela quedará en el recuerdo de los argentinos como el director de la poesía, como el hombre de los interrogantes filosóficos y metafísicos que buscó plasmar en la pantalla mundos mágicos con imágenes, en algunos casos, surrealistas y por qué no melancólicas. “Una sala de cine es el único ámbito donde los adultos confiesan la supervivencia de la infantil necesidad de ser arrullados por un cuento. ¿Se imaginan al director de un banco, tomándome la mano, diciéndome: ¿Me cuentas un cuento? ¿A un general de brigada, suplicándome: Cuéntame un cuento, que me da miedo la noche...? ¿A un ministro de economía tratando de disimular su pudor al pedirme: cuéntame un cuento donde lo que más importe sea el amor...? ¿Se imaginan que algo así pudiera ocurrir en la vida real?”, se preguntaba Subiela. “Por supuesto que no”, se respondía. Y tenía razón. Su oficio fue, como él mismo señalaba, el que eligen unos pocos: el de entretener en la oscuridad.