Hace muchos años que el Ballet Contemporáneo del Teatro san Martín no se presentaba en la sala Casacuberta del complejo de la avenida Corrientes, ese espacio amplio y con la platea rodeando el escenario en semicírculo, tipo anfiteatro, que permite un contacto cercano con los bailarines. El elenco abrió la temporada con El reñidero, versión coreográfica de Alejandro Cervera del texto de Sergio De Cecco, estrenado en esa misma sala en 1964. Esta puesta traslada el drama criollo de comienzos del siglo XX, inspirada en la tragedia griega Electra, al lenguaje de la danza: es un montaje en blanco y negro que suma al cuerpo de baile, dos músicos en escena (percusión y bandoneón) y una actriz. Poco más de un mes de funciones (la última es hoy a las 20.30) para un trabajo de alto impacto que respira violencia familiar y social.
Pero no es la única apuesta de Cervera, un creador de larga trayectoria que durante casi diez años formó parte de esta misma compañía, creó piezas para los principales elencos estables del país y también lo hizo en el exterior, además de montar óperas en el Teatro Colón y en otras salas locales. Su doble formación como músico (en el Conservatorio Manuel de Falla) y como bailarín y coreógrafo (en el Instituto Superior de Arte del Colón y en la Escuela de Danza Contemporánea dirigida por Oscar Araiz) le permite moverse con comodidad, diluyendo fronteras entre danza, teatro y ópera. Muy pronto (el sábado y domingo próximos a las 11 horas) repone la elogiada versión para grandes y chicos del ballet Alicia en el País de las Maravillas en el primer coliseo porteño, además de preparar la coreografía de Aída, la ópera de Verdi con la que el Colón celebrará, en mayo próximo, los 110 años de la inauguración de su edificio actual. De todo ésto y de las particularidades de trabajar con compañías públicas dialogó con PáginaI12.
“La violencia está más presente que nunca en nuestra sociedad: guerras, atentados, el hambre que es una forma brutal de violencia, la plata que se invierte en armas en vez de invertirla en sostener la vida. Se habla del pibe que robó un celular pero no de las formas más ocultas de la violencia. Hay un retroceso a nivel social y político y, a la vez, un desarrollo fuertísimo de la ciencia y del conocimiento. En Argentina la violencia lo atraviesa casi todo y esta obra lo refleja: la muerte al interior de la familia Morales (la madre y su amante matan al padre, y la hija y su hermano se vengan y los matan) pero el contexto es también un campo fértil para más destrucción. El padre es un puntero político que vive dentro de esa violencia de malevos y asesinos”, comenta Cervera. Si De Cecco trasladó la tragedia griega al Buenos Aires de comienzos del siglo XX, Cervera desliza elementos que la reactualizan. Es cierto que el vestuario remite a esa época pero se cuelan novedades. A los cuchillos se suman revólveres y en el coro de cuchilleros (formado por hombres y mujeres de traje) aparecen remeras, zapatillas y gorros de lana. La música de Zypce recupera tangos de los años 20, los distorsiona y genera toda una paleta de sonidos y texturas que juegan con lo áspero, con la intensidad y lo urbano. Hasta suenan unas cumbias que transportan al elenco a una danza casi en trance, a la deriva, con cuerpos que parecen descomponerse, desmembrarse. Cervera se permitió abrir sentido, romper con la narración lineal y crear un montaje que va y viene en el tiempo, con escenas que funcionan como luces que se encienden y se apagan. Hay cinco personajes protagonistas (los Morales y el amante de la madre) y una masa de cuchilleros que la empatan en cuanto a intensidad. “Es una obra muy extrema que exige un estado, una emoción y una disposición corporal muy fuertes. Creo que esa violencia que vemos en la calle lo atraviesa un poco todo, está solapada en casi todos lados. Y trabajamos mucho para sostener esa intensidad en la hora y diez que dura el espectáculo. Me interesa la intensidad aún en lo liviano, en lo sutil”, comenta el director.
Cervera es docente en el Taller de Danza Contemporánea del San Martín, conoce y se involucra con sus alumnos y destaca las particularidades de la compañía oficial. “Tienen algo que no sé bien qué es, tal vez la disciplina, la entrega, lo abiertos que están al proceso de creación. Creo que este elenco y el Ballet Estable del Colón, con los que estoy trabajando casi al mismo tiempo, están trabajando mucho. Los dos están en un buen momento más allá de lo que se pueden seguir corrigiendo. El compromiso, la expresión, el contacto con el otro, el intercambio de ideas son muy valiosos”, asegura.
La versión del clásico de Lewis Carroll que los afilados bailarines de Colón desplegarán este fin de semana es una explosión de energías, ocurrencias y diversión. Cervera estrenó la obra en los años 90 para el Ballet Estable de Bahía Blanca, luego la montó en el Teatro San Martín con Roberto Carnaghi como el relator. Fue Lidia Segni (entonces directora del cuerpo de baile del Colón) quien le propuso llevarla a la catedral de la música y de la danza de la ciudad. “Alicia… es otro mundo que también me llena de felicidad. Tiene una llegada al público casi desde el inconsciente. El juego con la fantasía y con la lógica, la crítica social de la Inglaterra victoriana, el extrañamiento del mundo y su rareza son atrapantes”, describe. El montaje que por tercera vez se presenta en el Colón (2013, 2017 y 2018) tiene cambios en relación al original: la música, la coreografía y la secuencia de escenas se modifican y, quizás, ganan en libertad. “¿Qué lógica hay en una pesadilla, en un sueño como el de Alicia?”, se pregunta. No duda: “La intención es que ese delirio propio de lo onírico aparezca, por ejemplo, en el sonido. Por eso hay campanas tibetanas seguidas de Mozart o Purcell. Y ya que cuento con bailarines increíbles, algunos llevan zapatillas de punta. Hay una mezcla de lenguajes: ballet, danza contemporánea, danza española”, describe.
Dentro de unos meses, viajará a Mendoza para montar esta propuesta, invitado por el Ballet de la Universidad de Cuyo. Pero antes, también en el Colón, tendrá a su cargo la coreografía de Aída, de Verdi, con puesta de Aníbal Lápiz, mano derecha de Roberto Oswald, quien la dirigió en 1996. Cervera participó también entonces y recuerda esa época como el momento en que descubrió “el mecanismo de construcción de una ópera”. “Un mecanismo de relojería que se va armando, con distintas partes que se ensayan por separado y se ensamblan”, cuenta. En este caso, va a conducir un grupo de treinta bailarines, entre solistas y cuerpo de baile, además de los más jóvenes, estudiantes del Instituto de Arte del Colón, que lo sorprenden y mucho. “Están tan dispuestos, tienen unas ganas de trabajar, de estar ahí, de aprender, que me emociona”, confiesa. “Trabajamos un estilo que remite a lo egipcio, una danza que tiene que ver con lo arcaico, lo bidireccional”, agrega.