Basada en una novela de la escritora británica Penelope Fitzgerald, La librería confirma la predilección de la realizadora catalana Isabel Coixet (cuyo film más conocido es La vida sin mí, 2003) por filmar en inglés películas de distribución global. Situada en un pueblito pesquero ficcional de la costa británica, a fines de los años 50, La librería plantea el mismo conflicto que El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante: una oposición entre el orden conservador, que reniega de los valores de la ilustración, y la cultura, que presuntamente se le opone. A diferencia del film de Peter Greenaway –una suerte de opereta farsesca, cruel y guignolesca–, La librería elige una clave redondamente realista. No sólo por las precisas indicaciones de tiempo y espacio, sino por la modalidad costumbrista con la que aborda la vida en ese pueblito de Hardborough, cuya inmovilidad política, social y cultural se verá afectada por el arribo de una recién llegada, que sueña con instalar la primera librería del lugar.
El tono, amable aun frente a la tragedia, también está, desde ya, a años luz de la intención revulsiva de Greenaway. Tal vez la figura de Emily Mortimer, de aspecto manso y modesto, voz baja y sonrisa agradable, condense el tono del film. Conocida por sus actuaciones en Match Point, La isla siniestra y La invención de Hugo Cabret, Mortimer es Florence, viuda de guerra que tres lustros luego de finalizada aquélla llega (no se sabe bien cómo se le ocurrió elegir ese destino) a Hardborough, un pueblo cuyo nombre hace pensar en un distrito duro. Aunque los vecinos no lo parecen, en verdad. Todos son tan cálidos y acogedores como puede serlo un súbdito británico ante un desconocido, con lo cual ese ser sospechoso que es el espectador contemporáneo rápidamente se pregunta dónde están, cuáles son y cuándo saldrán a la luz los esqueletos en el aparador de Hardborough.
La respuesta no es difícil de imaginar, mucho menos viendo que es Patricia Clarkson quien interpreta a la “dueña” virtual del villorrio, la rica y poderosa Violet Gamart. Conocida entre otros papeles por los de Lejos del paraíso y Dogville, además de la villana de la serie Maze Runner, pocas actrices contemporáneas están tan dotadas como esta pelirroja para hacer de turras. O de bitches, que queda más fino. Lady Gamart tiene un plan para el predio donde Florence abrió su librería, y ese plan difiere radicalmente del de ella. La contraparte de esa poderosa figura (aunque dramáticamente bastante diluida) es Mr. Brundish (Bill Nighy, de El exótico hotel Marigold, un gentleman casi más británico que el Big Ben), heredero solitario de un aristocrático caserón, quien odia al resto de los vecinos pero ama la literatura. Ha nacido una pareja, en el más platónico de los sentidos.
La librería es como una taza de té, confiable, tibia y siempre a mano. Más allá de algún lejano regusto amargo, si se echa un cubito de azúcar deja un sabor previsiblemente placentero. El gusto de las cosas que se mantienen siempre iguales a sí mismas. Y ese es un placer más conservador que transgresor.