Desde Curitiba
Todas las mañanas, la gente del MST, aquí en el campamento en que nos concentramos, al lado del edificio de la Policía Federal, donde Lula está preso, se reúne en la calle más cercana a ese edificio y grita:
–¡Buen día, Lula!
Lula lo oye, como dijo a su abogado, quien puede visitarlo todos los días. Yo mismo, en la reunión improvisada con los nueve gobernadores que habían venido a visitarlo, cuando hablé, pedí que después del “buen día” la gente gritara:
–“¡Yo soy Lula!”
Y la gente lo coreó, porque sabe que es la única forma de contacto directo con él. Lula, que vive de conversar con la gente, de hablar, de oír, que piensa mientras habla, que se alimenta de ese contacto, que alimenta a todos con su palabra, su aliento, su sonrisa, su abrazo, tiene prohibido todo eso. Está en un lugar donde no tiene contacto con nadie, salvo con sus limitadas visitas.
Tiene autorizada la visita diaria de sus abogados, y la de sus familiares una vez por la semana los miércoles. Pero a los nueve gobernadores, que habían invocado la ley que permite la visita de amigos, se les prohibió encontrarse con Lula el miércoles pasado. Todo tipo de arbitrariedades son cometidas en contra de Lula, intensificando su persecución.
En ese mismo día los bienes del Instituto Lula fueron bloqueados, después de que la cuenta bancaria del Instituto ya había sido bloqueada. Todo tipo de procesos recaen sobre el Instituto, mientras que el Instituto de Fernando Henrique Cardoso sigue gozando de todos los privilegios. Quieren asfixiar todo lo que tenga que ver con Lula.
En el campamento se concentran miles de personas, principalmente del MST y de la CUT, con sus barracas para dormir (foto) y sus carteles. Vinieron para estar cerca de Lula y tratar de sacarlo de la masmorra donde los chacales lo tienen encerrado. Vienen de todas las partes de Brasil, se organizan con sus cocinas, sus baños, sus reuniones de discusión política, sus votaciones.
Pepe Mujica y Pérez Esquivel anunciaron que vendrán el 18 de abril. Un grupo de parlamentarios ingleses también vendrá. Lo mismo que Rafael Correa. Diariamente dirigentes políticos, personalidades del mundo artístico, intelectuales, vienen al campamento.
Mientras tanto, el absurdo jurídico, el golpe jurídico que tiene a Lula preso sin crimen, ni prueba alguna en su contra, transita por las instancias del laberinto del Judiciario. Se aplaza para la próxima semana la discusión sobre la constitucionalidad de la aplicación actual de la presunción de inocencia, con la cual se encarceló a Lula. Si el Supremo Tribunal Federal no la reafirma, Lula podría ser excarcelado. Hay presiones diarias sobre los jueces, especialmente sobre aquella –Rosa Weber– que decidió en contra de Lula, pero que dijo que votaría a favor del restablecimiento el criterio más amplio que favorece al ex presidente.
Lula lee en su celda, y le manifiesta a su abogado su profunda indignación con lo que le pasa. Uno piensa que Lula ha enfrentado tantos desafíos y siempre los ha sorteado. Basta con pensar los 13 días de viaje de pau-de-arara (camión en el que las personas quedan sentadas en los costados, con un palo en el medio para sujetarse) de Pernambuco a San Pablo, con sus ocho hermanos y su mama –Doña Lindu–, con la misma camiseta, comiendo vaya a saber qué cosa. El, que hasta los siete años solo tomó café con leche. El, que ha pasado las peores miserias que un niño brasileño puede pasar, ahora, a los 72 anos, esta sometido de nuevo a duras pruebas. A sabiendas de que su destino es el destino de Brasil, porque si él no vuelve a estar libre, si no puede ser candidato, no se restablecerá la democracia en Brasil. No tiene sentido discutir qué otro candidato puede representar a esas inmensas fuerzas populares que se identifican con Lula.
Las primeras encuestas desde su detención muestran que Lula sigue creciendo, ahora con más rapidez. Al punto que Folha de Sao Paulo ha resuelto sacar su nombre de las encuestas que hace, de forma igualmente arbitraria, para no seguir midiendo el sentimiento popular.
Entre nosotros en el campamento y Lula se extiende una fila de policías, que nos impide acercarnos al edificio de la Policía Federal, y los muros del odioso edificio blanco donde lo tienen encerrado. Pero nunca estuvimos tan cerca de Lula, y él nunca estuvo tan presente entre nosotros.