“Coito interfémora”. Así calificó en 2008 la Cámara Criminal Segunda de Neuquén las violaciones reiteradas de un ex comisario de 73 años a una nena de 11, que no tuvo la posibilidad de interrumpir ese embarazo y parió a un niño con el ADN del violador. “Coito interfémora”, en ese momento la coartada jurídica que utilizaron los jueces Héctor Dedominichi, José Andrada y Emilio Castro, significa que hay eyaculación pero sin penetrar a la víctima. De esa manera favorecieron al acusado, Esteban Muñoz, que sólo fue condenado por abuso sexual deshonesto, un delito más leve que el de violación. Era entonces –y lo sigue siendo– una denominación indignante e inaceptable que descategoriza y prácticamente reduce a cero todas las vulneraciones que sufren las niñas y las adolescentes sobre sus cuerpos y sus psiquis. “Una violación interminable”, definieron en ese momento muchas representantes emblemáticas de la Campaña Nacional por el Aborto Seguro, Legal y Gratuito que esta semana, diez años después, abrieron un nuevo tiempo histórico de los debates para el tratamiento de la ley de despenalización y legalización. Las trampas de la injusticia se rompen en mil pedazos pero con paciencia infinita, nos dijo alguna vez Dora Coledesky, figura emblemática de la Campaña, a un pequeño grupo de periodistas con intensidad difusora pero claramente sin redes para globalizar el paradigma de los derechos más urgentes. Tres meses después del fallo vergonzante, Dora manifestó a Las12 que más allá de los problemas de salud, de maltrato y de muerte que genera el aborto clandestino, se estaba hablando de liberación. “El aborto no punible ya existe, hay que ir más lejos. La interrupción voluntaria del embarazo es un tema prioritario de salud pública, y más allá de los problemas de salud, de maltrato y de muerte que genera el aborto clandestino, estamos hablando de un punto central en la liberación de la mujer.” La frase que quemaba en el pecho se diseminó como semilla para seguir sembrando porque, sabemos, no se nace feminista. Pero el tiempo de la palabra se escurrió muchas veces de las manos aunque la marea avanzara ondulante y sin pausa. Ese tiempo épico se fundió este martes en miles de fueguitos verdes sobre los cuellos y los brazos de activistas, estudiantes, periodistas y comunicadoras feministas, trabajadoras, migrantas, artistas, médicas, abogadas, escritoras, luchadoras políticas y sociales. Una tarde de julio de 2008, Verónica Marzano reversionó conmovida aquel párrafo de Dora. “En la Argentina las mujeres se mueren por ignorancia, no debería haber muertes por aborto. Son muertes inútiles.” Lo repetía como un mantra peronista, bromeaba, en sus talleres populares de Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto. Al año siguiente, después de la condena vergonzosa a cuatro años de prisión para Esteban Muñoz, las activistas de la colectiva La Revuelta se organizaron para hacer reclamos legislativos, educativos, judiciales y de salud pública, “y surgió nuestra propuesta de la consejería legal y en derechos sexuales y reproductivos Socorro Violeta, para mujeres heterosexuales, bisexuales, lesbianas, personas trans y travestis”, explicaba Ruth Zurbriggen. Cuando todavía el término sororidad semejaba un repiqueteo exótico en la lengua, Zurbriggen desgranó la relevancia de trabajar el aborto seguro y gratuito desde una formulación que permitiera desnaturalizar en su propia designación la heterosexualidad y la dicotomía. Las marchas de Ni Una Menos dan cuenta de ese abanico que costó expresar cada vez que una mujer violentada por su pareja o una adolescente abusada por un varón de su entorno relataban los abortos clandestinos que debieron hacerse para no parir hijos de aquellos que las sometieron. No había, y aún no hay, un Estado presente que las asistiera y acompañara para garantizarles sus derechos y el cumplimiento de la normativa vigente. Esta semana, otra Dora entrañable, Barrancos, volvió a hacerles un guiño a todas las que rodearon un Congreso nacional que por mucho tiempo costará recordarlo de otro color que no sea verde. “Nuestro país ha subrayado una tremenda desigualdad de clases con el aborto. Las de las clases altas han abortado con seguridad y nuestras mujeres populares han pagado con sus vidas los abortos inseguros. Es evidente que para estas últimas existió una forma larvada de pena de muerte, porque han pagado con sus vidas esas decisiones.” Un poco maestra de todas las que nos formamos en el periodismo de género, no olvidó llevar al estrado esa bomba que solía lanzar en debates privados y públicos. “Defiendo el aborto legal para afirmar el derecho al disfrute sexual separándolo de la reproducción, porque es un derecho humano fundamental.” Que nada grande se hace con tristeza, habrá querido decir en esta construcción inédita donde las mujeres siempre estaremos para nosotras acompañándonos y discutiéndonos en los disensos para reclamar el buen vivir, la justicia social aunque sea debajo de las piedras y la alegría de sabernos poderosas para seguir tramando nuestros feminismos contrahegemónicos.
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