Si se dejan de lado las dos primeras ediciones, allá por fines del milenio pasado, la Competencia Oficial Internacional del 20° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente –que acaba de terminar ayer su primera jornada completa de exhibiciones– es la que menos títulos en carrera por los principales premios le ha ofrecido a su público a lo largo de dos décadas de vida: 16 contra los usuales 18, 19 o incluso 20. Lo cual no implica que esta sección sea la más corta en la historia del festival. Por el contrario, tal vez se trate de la más larga: la inclusión de La flor, el mega-largometraje dirigido por Mariano Llinás –con sus casi catorce horas de duración divididas en tres partes– aporta una cantidad de minutos considerable a la suma del metraje de todos los films. Otra película argentina, Paisaje –que ya pudo apreciarse en las pantallas del Village Recoleta– y una coproducción con Chile son los aportes nacionales de una selección que, fiel a su costumbre, recorre los más distantes puntos del planeta (siempre y cuando se trate de primeras, segundas o terceras obras en las respectivas carreras de sus autores). Este año el planisferio será marcado con una cruz en regiones como Suiza, India, Japón, Francia, China, Brasil, Dinamarca y Colombia, entre otros países productores. A esos dieciséis títulos se les suman otros tres que, por diversas razones, se exhibirán fuera de la competencia, entre ellos el último largometraje del alemán Christian Petzold, el director de Barbara y Ave Fénix.
“Rima Das nació en la región de Assam, India”, dice el catálogo sobre la directora de Village Rockstars, su segundo largometraje y el primero en disfrutar de un recorrido internacional en festivales cinematográficos de primera línea. La primera imagen antes del título de apertura encuentra a Dhunu (la debutante Bhanita Das, prima de la realizadora), una chica de unos once o doce años, observando el campo sembrado que la rodea, un plano que puede traer a la memoria cinéfila otro similar, el de la hermana mayor de Apu en la ópera prima de Satyajit Ray. Pero los tiempos son diferentes y la región donde transcurre la historia también es otra, a unos 1000 kilómetros al noreste de Calcuta. El lugar de nacimiento de la directora es Chahaygaon, un pueblo rural cuyos habitantes, en su mayoría muy pobres, continúan trabajando la tierra sin ayuda de la tecnología, acosados por la temporada de lluvias e inundaciones. Dhunu, su hermano y su madre viven en una pequeña y humilde casa; luego de la escuela, los dos hermanos y su grupo de amigos juegan al aire libre y sueñan con formar una banda de rock. A falta de instrumentos reales, la imaginación los empuja a recortar sus figuras en bloques de telgopor, minuciosamente ornamentados luego.
Pero el film de Das, rodado intermitentemente a lo largo de más de tres años, no es una típica fantasía bollywoodense: imposible hallar aquí números de canto y baile que interrumpan la trama realista y la protagonista, desde luego, no terminará sus días transformada en una estrella de la música teen. El deseo de Dhunu de ser dueña de una guitarra real es casi una excusa para que la realizadora retrate un estilo de vida y una etapa en la biografía de la niña que inevitablemente está por agotarse: las correrías con los varones no son bien vistas por las vecinas, en particular ahora que se acerca la pubertad. De hecho, la película registra en un estilo semi-documental un ritual de iniciación luego de la primera menstruación. Luego llegarán las aguas y la pérdida de toda una cosecha, aunque si hay algo a lo cual el film se resiste es a caer en la trampa de la explotación estética de la miseria. Las bondades de la historia deben buscarse allí, en la cruza de realismo y cuento amable sobre la infancia que roza la descripción antropológica sin imponer una mirada de exportación sobre los rostros y paisajes. Village Rockstars es, finalmente, una excelente oportunidad para encontrarse con el cine indio –fatalmente ausente de las pantallas locales– y, muy posiblemente, de ver por primera vez un film en asamés, una lengua hablada por veinte millones de personas, pero poco representada en pantalla: el gigante cinematográfico indio no produce más de un par de decenas de títulos al año en ese idioma.
De una edad un poco mayor que Dhunu son las protagonistas de Paisaje, de la argentina Jimena Blanco, usualmente abocada a la producción ejecutiva en películas de otros directores y que ahora debuta en la realización. Una serie de planos fijos describen espacios comunes de lo que parece ser un pueblo chico a la hora de la siesta, durante un verano cualquiera. Poco tiempo después se sabrá que el sitio en cuestión no está tan lejos de la ciudad de Buenos Aires, aunque para llegar a ese destino los personajes deban tomar uno o dos colectivos y el subte. El tiempo en el que transcurre la historia también es puntual, según se desprende de algunos detalles como una lata de gaseosa vintage o la presencia de varios cassettes: algún momento a fines de la década del 90, antes de la explosión de los teléfonos celulares como extensión del cuerpo humano, ausencia nada menor en el desarrollo de la historia. Luego de las casas y las calles, fragmentos de los cuerpos de un grupo de adolescentes; planos muy cerrados de piernas, brazos, cabellos, acompañados por los primeros diálogos, casi oídos al pasar.
Sin que sus padres lo sepan, las chicas se escapan al “centro” para asistir al recital de rock de un conocido, alguien de quien una de las chicas gusta. La aventura está servida y la realizadora concentra toda la acción en unas pocas horas, entre la llegada al lugar de encuentro y el desenlace, luego de que la irrupción imprevista de un patrullero haga que las cuatro amigas salgan disparadas de una fiesta, olvidando una mochila con una carga importante. La faceta más atractiva está presente durante los primeros tramos, cuando la cámara y el micrófono se concentran en pequeños detalles de esa aparentemente férrea amistad, los primeros escarceos con un chico, el asombro por las novedades (que, en ciertos momentos, parece un poco excesivo, como si las protagonistas salieran por primera vez a la vida real). Luego llegarán los problemas, la indecisión del rumbo a seguir y aquello que se termina definiendo como el núcleo del relato: la eclosión de una serie de cuestionamientos y conflictos latentes en el grupo. La insistencia del guion por incluir una serie de revelaciones finales rompe en gran medida el hechizo de las sutilezas que el film había logrado conseguir y transforma el cierre de la historia en una pequeña fábula con moralejas un tanto obvias.
* Village Rockstars se exhibe hoy a las 18.30 en Village Recoleta 8 y el domingo 15 a las 20.15 en Artemultiplex Belgrano 3.
* Paisaje se exhibe hoy a las 16.10 en Village Recoleta 5 y el domingo 15 a las 23 en el cine Gaumont.