Tiene una casita en el medio del río, en una islita perdida, donde se va para no ver a nadie. Pueden pasan tres, cinco o siete días, pero casi que ni los cuenta. La vida se le va en la pesca y en la cocina. Los ejemplares grandes se los come y los pequeños los devuelve al agua para no interrumpir el proceso de reproducción. Al cabo de varias jornadas escucha a su propia voz, esa que parecía perdida, saliendo de la garganta para mandar un mensaje de voz en el teléfono. Marcos René Maidana, el Chino de Margarita, el que se comió un Guaymallén en Las Vegas, el que casi caza a Floyd Mayweather, el millonario de Instagram, el de los puños pesados como un camión, ese y todos esos, puede pasarse una semana en silencio en el medio de la naturaleza sin darse cuenta. Ese tipo que no habla es el más feliz del mundo.
Se prende el grabador y hay cualquier cosa menos aquella calma. Es Buenos Aires y son 57 minutos y 53 segundos de conversación en un día de lluvia y caos por los múltiples cortes en el centro de la ciudad. El hombre de los ojos rasgados está en medias en una habitación de un hotel porteño, su hogar de momento hasta que la escapada a la urbe termine por agotarlo. Eso está por pasar. Luego de la excursión, volverá a su Santa Fe natal, a la calma de la guita bien ganada a guantazos, pero, más que nada, a la paz de su pueblo. Al retiro en plenitud. A un buen, largo y placentero final. Marcos Maidana entendió todo. Ganó. Todos los que nos juntamos a su alrededor a escucharlo lo envidiamos un poco.
-¿Hace cuánto que no pegás una piña?
-Uff... Desde que dejé de boxear. Desde mi última pelea con Mayweather. Bah, no sé, porque a él no le pegué tampoco.
-¿Extrañás algo del boxeo?
-No, porque en realidad estoy en el boxeo. Ahora empiezo otra carrera, (la de promotor), pero del entrenamiento y de las peleas no extraño nada.
-¿Te retiraste en el momento justo o estabas para un poco más?
-Estaba para dos o tres peleas más. Después de la última con Mayweather, yo dije que iba a descansar un año, pero descansé cuatro o cinco meses y me gustó. Entonces, seguí y después del año me dije que podría haber hecho un par de peleas más. Me sentía con ganas, pero pensé: “No vuelvo más, ya pasó mucho tiempo”.
-¿Te arrepentiste?
-Un poquito. Cuando pasó un año me arrepentí un poco, pero la decisión ya estaba tomada.
-¿Cómo es pegar una mano de campeonato mundial y cómo es recibirla?
-Pegar una mano es buenísimo. Y recibir una mano, uf, es ver que se te viene la noche.
-¿Cuándo te das cuenta que una mano tuya es “la mano”?
-Cuando la impactás. Porque por ahí vos tirás una mano y el otro está preparado para esquivarla y te hace errar.
-¿Y cuándo la pegás te encendés más? ¿La adrenalina te lleva?
-Yo, pegara o errara, tiraba una atrás de la otra. Como “cachetada de loco”, je.
-¿Le volaste un diente a Mayweather?
-Así parece. La verdad, no sé. Algo se ve que vuela en el video.
-¿Qué te acordás de esa piña?
-Yo lo estaba cazando. Tiraba la izquierda, él hacía un paso para atrás y volvía con la derecha. Entonces yo le tiro la izquierda, me agacho, me tira la derecha y yo por adentro lo contragolpeo y lo agarro. ¡Pum!
-¿Cómo es pelear contra Mayweather?
-Antes, en las conferencias y en el pesaje, yo sabía que iba a pelear con él, pero una vez que lo ves en el ring no lo podés creer. A mí me pasó eso. Cuando estuve en el ring con él me decía para adentro: “Mirá contra quién estoy por pelear”.
-¿Te sorprendió algo de lo que hacía?
-Era muy mañoso. Y muy rápido con las manos. El más sucio de todos con los que tuve que pelear. Pero si me hacía una, yo le hacía dos.
-¿Qué sentiste cuando te dio la revancha?
-Creo que fue por la primera pelea. Fue muy pareja. Igual no sé si él me eligió o yo me la gané a la revancha. La primera fue muy pareja. Él sabía que me podía ganar bien, entonces me dio la revancha.
-¿Qué pasó en el vestuario con los guantes?
-Estábamos ahí y él fue a ver el guante mío y dijo que no iba a pelear. Yo no estaba ahí, porque ni había mirado sus guantes. Yo sabía los guantes míos y los de él no me importaban. Entonces, él quería que yo use unos que eran con goma espuma y los que yo usaba eran unos Everlast mexicanos que te tocan el nudillo. Yo hice toda mi carrera con esos.
-¿Y cómo llegaron a un acuerdo?
-Se llegó a un acuerdo. Antes que no hubiera pelea era mejor arreglar.
-Dicen que hubo un millón y medio de razones para llegar a ese acuerdo…
-Hubo, pero no sé cuánto (se ríe). Lo que puedo decir es que hice un buen negocio.
-¿Pero eran muy distintos los guantes?
-Otra cosa. Con los que usaba yo hubiese podido ser otra historia. Pero bueno, por ahí me ponía los que yo quería y perdía igual. Y ahí perdía todo. Me quedaba sin el pan y la torta.
-En la calle, a Mayweather, los dos solos, ¿le ganabas?
-Y, si corre capaz que no lo alcanzo (risas). No sé. En la calle es otra cosa.
-¿La palabra miedo está prohibida en el boxeo? ¿Se siente miedo?
-Sentís nervios. Dudas. Yo siempre antes de una pelea sentía nervios, porque no sabía lo que va a pasar. Pero una vez que subís al ring, ya está. Una vez que tirás un par de trompadas se te olvida todo. Que sea lo que Dios quiera.
-¿Y Marcos Maidana a que le teme?
-Para mí no existe el miedo. A nada. Si estoy solo, no le temo a la inseguridad. Quizás a eso cuando estoy con la familia. Pero cuando estoy solo, a nada.
-¿Y al paso del tiempo, a volverte viejo?
-Eso pasa igual, tengas miedo o no. Hay que esperar nada más.
-¿Te sentís un ídolo de la gente?
-De la gente fan del boxeo.
-Pero estás acá en Capital, caminás por la calle y te piden fotos...
-Yo me siento re incómodo. Le escapo a eso. Me cuesta creer que una persona quiera una foto conmigo. Más ahora que estoy allá (en Margarita) y estoy tranquilo y no me saco fotos con nadie. Ni con una vaca. Pero acá me siento incómodo. Que se entienda, no es que no quiero sacarme la foto, sino que me da vergüenza.
-¿Qué son los amigos del campeón?
-No los conozco. Para mí es uno el que elige los amigos.
-¿Tus amigos son los de siempre?
-Son los de mi pueblo. Los de toda la vida. Es cierto que se acerca gente a estar con uno y está todo bien. Charlamos y, si hay que comer, comemos, pero más de eso no.
-¿Qué significa la palabra amigo?
-Es una amistad que viene de hace rato. No podés ser amigo de alguien que no conocés. Tiene que pasar mucho para que alguien sea tu amigo.
-¿Perdiste el rumbo en el algún momento?
-No. Yo tengo claro quien soy. Igualmente es sencillo perder el rumbo, porque la cabeza es fácil de perderla. La fama y la guita se hacen difíciles de controlar. Lo que pasa es que yo de acá me vuelvo a mi pueblo, no me voy a otro lado. Y allá es como que todo te baja. Todos te hacen estar con los pies bien en la tierra. Allá soy el Chino.
-¿Por eso le escapás a Buenos Aires?
-No estoy acá porque a mí me gusta estar en Margarita. Pero en Buenos Aires tenés muchas distracciones, muchas cosas para gastar. Y por ahí se te va todo.
-¿En qué la gastás?
-Y acá en Buenos Aires hay de todo. Tenés auto, tenés fiesta, tenés joda y, si te gusta la ropa, hay ropa. Me gusta comprarme ropa. Me gusta la ropa deportiva y la ropa para salir. Todo. Pero insisto con que acá tenés muchas cosas para gastarla y allá no. En Margarita vos te quedas en tu casa. Y acá... Yo, que vengo de un pueblo, le digo “las grandes luces” a Buenos Aires. Es eso.
-¿Podemos decir que Buenos Aires es más peligrosa que Mayweather?
-Si no sabes controlarte, sí.
-No es menor que tu historia, la de un boxeador que fue de la nada a todo, haya terminado bien. No es la historia común.
-Es que es difícil que no se te vaya el humo a la cabeza. Pero es uno el que tiene que entender que está actuando mal.
-¿Es tu historia de chico lo que te mantiene con los pies bien en la tierra?
-Por ahí es la gente que te rodea y cómo es uno. Yo nunca me la creí, nunca mentí, ni me llevé el mundo por delante. Es esto que ves. Siempre pegando piñas y yendo al frente.
-¿Qué te acordás de la infancia en Margarita donde cuidabas campos con tu viejo?
-Mi viejo fue puestero toda su vida. De sol a sol. Ahí no andábamos en bicicleta, andábamos arriba de caballos, de terneros. Lo que pasa es que cuando hay una estancia y hay muchos animales, se castra a los terneritos para que no haya superpoblación. Hay que hacerlo cuando pesan cien kilos, aproximadamente. Entonces lo meten a una tranquera y después, cuando lo sueltan, uno lo tiene que taclear para llevar a castrarlo. Una vez tacleado, cuando está en el piso, vos te subís. Pero cuando lo sueltan vienen con todo y hay que aguantar, eh.
-¿A qué edad aprendiste a carnear?
-Vi carnear a mi viejo desde que nací. Teníamos chanchos. Aprendí a carnear antes que a escribir. Mi viejo mataba chanchos y yo me escondía debajo de la cama. Ahí fui perdiendo el miedo.
-¿Qué fue lo primero que te compraste cuando pudiste tener una buena bolsa en el boxeo?
-Cuando tuve algo, me compré la casa. Fue lo primero.
-¿Qué juguete te gustaba de chico que tus viejos no te podían comprar?
-Las armas. Para la navidad, le pedía mi vieja que me regalara un revolver de juguete. Igual, no había arbolito de navidad, había un algarrobo (risas). En los zapatos de los reyes, yo siempre esperaba un revolver y salía corriendo a ver qué me habían dejado. Y por ahí había un paquete de caramelos o un turrón...
-¿Cómo te manejas con que ahora podés comprar lo que vos quieras?
-Hay un momento en el que tenés todo y no disfrutas nada. Cuando menos tenés, más lo disfrutas. Tenés un auto y lo disfrutás. Tenés tres autos y no los disfrutas. Al final, andás en uno solo.
-¿Lo decís porque te pasó?
-Sí. Me pasó el tener muchas cosas al pedo, porque no la disfrutás, porque no tenés el tiempo de usar una moto de agua y un auto a la vez. Se puede usar una cosa un día y la otra al otro. ¿Pero y la lancha, y la bicicleta, y la moto de tierra? Para mí es al pedo comprarse todo lo que uno quiere.
-En el caso de Floyd Mayweather es todo lo contrario…
-Puede ser. Y yo creo él que no disfruta nada de lo que tiene. Solamente un auto en el que quizás anda todos los días. Lo que uno disfruta son los momentos. Por ejemplo, este momento que estamos compartiendo yo lo estoy disfrutando.
-¿Cuál es tu mayor orgullo en el boxeo?
-Haberme podido comprar una casa. Y la de mis viejos, que se fue dando.
-La casa que le compraste a tu papá tiene una historia...
-Sí, la de mi viejo se la compré barata porque era una casa que no tenía luz, en el medio del campo. Cuando se fue a vivir ahí, empezamos a pedir la luz y no había caso. Recién la pusieron después de que le gané a Broner. El tema es que mi viejo se jubiló y no tenía donde vivir, porque siempre en el campo te dan para que estés provisoriamente cuidando, mientras trabajas ahí, pero después nada. Él trabajó durante 26 años y es dura esa vida, porque cuando salís, lo hacés sin nada, porque el sueldo es bajito.
-¿Le compraste una casa a un amigo también?
-Está ahí, mi amigo (señala con el dedo a uno los tres que lo miran desde una de las camas). Es larga la historia, pero estaba necesitado y no estaba viviendo bien. Entonces, le hice una casita en el terreno que se había comprado. Él ayudó al albañil a hacer su propia casa.
-Viendo estas historias que estás contando, ¿dónde pensás que estarías si no hubieras boxeado?
-No sé. Viste cómo es la vida, da muchas vueltas y uno nunca sabe el destino. El boxeo me salvó la vida. Absolutamente.
-¿Qué te emociona?
-Los chicos de la calle que progresan me emocionan. Y cuando están mal, me da tristeza. Me emociona ver que alguien de abajo triunfe. Me siento identificado.
-¿Te acordás la primera vez que lloraste por algo?
-Cuando era chico.
-¿Te acordás la razón?
-Por muchas cosas.
-¿Cuando fuiste creciendo te hiciste más duro?
-Ahora me cuesta llorar. Yo no soy mucho de llorar. No sé la razón, pero nunca lloro. Por ahí yo lo siento, pero no sale. No me acuerdo la última vez que lloré. Tampoco lloré por una pelea.
-¿De dónde sale la fuerza de los puños? Mano de Piedra Durán dice que sale de la rotación de la cintura.
-Eso es técnica y la técnica puede ayudar al golpe. Pero yo no era muy técnico. Mi fuerza la traje desde mi nacimiento. Lo mío era genético.
-¿Fue arriba del ring tu primera piña?
-No. En la calle. Pero no la voy a contar porque al que le pegué ahora es amigo mío (se ríe). Bah, no es amigo, pero lo veo casi siempre.
-¿Cuál fue la piña más fuerte que te pegaron?
-Duelen todas las piñas. Cuando la piña es fuerte, ves todo negro. Si no es tan fuerte, ves todo estrellitas. Si te agarran más o menos bien, todas las piñas duelen. Pero las que no duelen son las que te noquean. Cuando te pegan en la barbilla y te caes no duele. No sabes si fue fuerte o no. Las piñas en la cara duelen, pero cuando vos te caes no duele. No te das cuenta. No sentís nada.
-¿Cómo te ves de viejo?
-No me veo. Yo quiero estar bien. Llegar bien. Imagino que será en una camioneta recorriendo el campo. Pescando.
-Parece que en tu mundo no hay otra cosa que no sea Margarita…
-Es que para mí todo está ahí. Cuanto más conocí el mundo, más me gusta Margarita. Ya no quiero conocer más nada. Margarita no es parecido a nada. Allá tenés campo, río, familia, amigos... Por ahí en otro lado tengo mucho lujo, pero en realidad no tengo nada.
-¿No querés más nada en la vida?
-Conocer sí. Pero, por ejemplo, Nueva York tiene un edificio más que Buenos Aires. Por ahí tiene un par de ladrillos más, pero tiene todo lo mismo. Yo quiero vivir tranquilo. Tener alegría.
-El tipo que te ve en redes con un habano, una camisa de marca y un champagne piensa: “Se la está gastando toda”. ¿Hay gente esperando que, por el lugar del que venís, la dilapides?
-Yo creo que lamentablemente sí. La gente es rara. Cuando arranqué había mucha gente que me decía “ojalá que llegues” o “dale que vas a estar en Las Vegas peleando”. Pero ahora cruzo a esa misma gente y por ahí mira para otro lado. No sé si mira para otro lado, pero ya no es lo mismo.
-¿Qué le dirías a Floyd?
-Gracias por pagarme (risas). Hablando en serio, le diría que fue un gran boxeador. Una leyenda que me hizo crecer mucho.
-Pero nunca va a conocer Margarita…
-¡Nooo! Ojalá que un día pueda invitarlo. Me gustaría invitar a Mayweather a Margarita.
-¿Invitaste a alguien a Margarita?
-Sí. A Robles, un entrenador mexicano. A muchos amigos. Y les ha gustado un montón. Entendieron cuando digo que es mi lugar en el mundo. Hace poco estuvo el Tano Ricci, un amigo de Buenos Aires, que fue el que me presentó a Hugo Basilotta de Guaymallén. Ahora que me hiciste acordar, quiero mandarle un saludo a Hugo Basilotta y a Marcelo Rossini, que me están apoyando en esta carrera que estoy arrancando como promotor.
-¿Qué le diría el Chino de ahora al Chino que daba sus primeros pasos en el boxeo?
-Lo felicitaría. Tiene futuro.