Tenía el destino marcado desde antes de nacer; o, al menos, eso pensaba su madre Olga Juárez, pobre mujer que ya no sabía cómo defenderse de las tremendas patadas en el vientre que le encajaba su hija, ansiosa por romper la bolsa, en la Maternidad de San Miguel de Tucumán. “Esta va a salir peleadora igual que vos”, le decía a su esposo, Roque Horacio Gómez, instructor de artes marciales en la provincia de los ingenios azucareros.Ingenio tuvieron Olga y Roque. Ellos querían tener a su hija ocupada de la manera que fuera posible. Y decidieron educarla, suave y con disciplina: con artes marciales, en fin. Silvana Gómez Juárez no sólo es educada, disciplinada y suave en su decir. Sino que también es “La Malvada” para el mundo de las artes marciales mixtas (MMA, sus siglas en inglés). Ella está a solo un paso- una pelea, tal vez- de convertirse en la primera argentina de la historia en pelear en la UFC (Ultimate Fighting Championship), la franquicia de MMA más poderosa del planeta.
El camino para una mujer que quiere hacer historia dentro de las MMA es sinuoso, espinoso y agotador. “La aventura es para damas de hierro, aquí nadie llora, ni se queja si le tiran de los pelos, por más que eso esté fuera del reglamento”; dice su mamá Olga, quien vio a su hija en las condiciones más extremas. Nunca va a olvidar el día que a su marido no le dieron permiso en el trabajo y debió ella acompañar a Silvana a Buenos Aires. No sólo eso. Cuando arribaron, tuvo que subirse al rincón para asistir a su pequeña, que por entonces tenía 17 años. “Cuando subí al ring, me ponían todos los nocauts de mi rival en pantalla gigante, yo no sabía dónde meterme”, relata Silvana, entre risas, porque ella tenía sólo dos peleas (una amateur y otra semiprofesional) en su historial. Ese día mal no les fue. Se coronó campeona argentina de kick boxing, ante la experimentada Micaela Ciccioli, quien llegaba con pergaminos.
Esa batalla le permitió seguir creciendo y le incorporó boxeo a su bagaje. Y entonces empezó a soñar con ser boxeadora, como la Tigresa Acuña, porqué no, que hace años había logrado lo impensado: instaurar el boxeo femenino en nuestro país. Acuña tuvo la primera licencia profesional y, al día de hoy, sigue boxeando. Pero el boxeo es un mundo áspero: “No me gustó el ambiente del boxeo y seguí con lo mío. Ahí me mataba a palos y los tipos ni siquiera te aplauden, al contrario, te gritan cosas feas, ‘andá a lavar los platos’, y qué se yo…”. No fue el Kung Fu que le enseñó papá Roque, tampoco el kick boxing, ni el boxeo. Su destino estaba en otro lado. Los deportes que fue dejando, fueron incorporándose a su vida, a su haber, y todas esas armas que tenía, tarde o temprano, empezarían a servirle.
Con la explosión de las MMA, Silvana quiso meterse en la jaula del octágono, por lo que debió aprender, también, lucha grecorromana y jiu- jitsu, con “El Houdini” Esteban Bonaveri, experto y pionero de las artes marciales mixtas en nuestro país. “¿Qué hacés con eso? Dejá de fajarte, y dedícate a estudiar”, le sugería una tía miedosa. Pero ella tenía un sueño. Una visión. Y no quería tirar la toalla, por más que algunas noches, no pudiera cerrar los ojos. No podía no porque no tuviera sueño. Al contrario. En sus primeros entrenos en Brasil, había recibido tanto castigo, que un ojo le había quedado machucadamente cerrado y con sangre coagulada. “Dale, Silvana, dedícate a la música”, insistían algunas voces melódicas. Silvana lee partituras, toca el violín, la viola y flauta dulce. Estudió cinco años música, pero no había caso; a ella le gustaban más los ruidos secos de las patadas sacudiendo el saco.
Sus amigas, cada vez que ven una pelea suya, la felicitan y le piden algo. “¿Qué me piden? Me dicen que no pelee más. Lloran las boludas. Se tapan los ojos. Claro, ellas quieren que juegue al rugby, pero yo ya elegí que es lo que quiero”, expresa Silvana, quien durante cinco años, del 2010 al 2015, formó parte de Las Pumas, el seleccionado argentino de rugby. “Me encanta al rugby, suelo jugar de centro, cuando es de quince, o de hooker, cuando jugamos Seven”, comenta Gómez Juárez. Tanto le gusta el deporte de la ovalada, que hasta hace poco nomás estuvo jugando con el combinado local Cardenales. Pero largó todo apenas recibió una notificación en su celular.
Eran las dos de la madrugada cuando le sonó el teléfono. La habían etiquetado en una foto en Facebook. “Es una simple notificación”, pensó. Pero no. Esa foto era un afiche. Y ahí aparecía ella en un póster de un evento internacional. Debía pelear con la colombiana Sabina Mazo, el 9 de marzo en Texas. Y allí iba a ir nomás, pero hubo un cambio de planes. Y recayó en el Atlas Arena de Łódź Polonia, para pelear con la brasileña Ariane Lipski (11-3).
“Ella tenía cuatro personas en el rincón, y yo solo a mi novio (Sebastián Saucedo). No tenía ni quién me tire agua, porque él me apantallaba. Extrañé a mi viejo, que es el que arma las tácticas”. Así y todo, a pesar de que perdió la pelea por un fallo unánime, dejó una buena imagen y firmó contrato con la KSW, la franquicia polaca que viene haciendo ruido en Europa con sus carteleras.
Gómez Juárez soportó el asfixiante calor de los gimnasios jujeños, la hostilidad de los reductos cordobeses, y la soledad de los cuadriláteros porteños. Ella siempre iba de punto, porque tenía que crecer y pelear con chicas mejores que ella. Hasta que se quedó sin rivales en el país. Y fue a fajarse a Brasil. Ella, que tuvo que tolerar que le pagaran cinco mil pesos por pelear televisada en un canal de aire, para poder hacerse conocida. Ella, a la que todos quisieron buscarle un rumbo distinto, ahí está, a un paso llegar a la UFC, donde pelea su ídola, Ronda Rousey, una máquina de golpear y quien hoy está en el otoño de su carrera. Quiere llegar a la élite esta maciza tucumana. Y va por ello. “Voy a llegar a la UFC, lo sé. Estoy con los nervios de punta. Mido 1, 62 mts, y peso 57 kilos, pero en esa categoría, mis rivales son gigantes para mí. Así que voy a bajar a 52 kilos, haré ese esfuerzo para seguir mejorando”, dice.
Una de sus próximas rivales podría ser la representante peruana Antonina Shevchenko (nació en la vieja Unión Soviética), quien entrará al Reality Show de Dana White --CEO de la UFC- en el peso mosca. El ciclo se llama Dana White’s Tuesday Night Contender Series. Y sirve como plataforma de lanzamiento para llegar a UFC. “Estoy esperando novedades sobre mi futura adversaria. Esta semana se define. Mi hermano (Elías) que está en el cielo, me va a ayudar. El siempre me vigila. Y me da fuerzas cada vez que subo a la jaula”. Mientras espera, se sostiene dando clases particulares para bancar el alquiler de un departamento. Le agradece a su novio. Este resignó su carrera para trabajar y ayudarla con el entrenamiento. “Yo aposté por esto hace rato, y acá estoy. Pero el camino es largo. Ya tengo 33 años y ahora tiene que ser mi momento. Después de llegar a la UFC, dejaré todo para sostener. Y luego me voy a dedicar a ser madre. Es un deseo que venimos postergando, me encantan los bebés. Y ya no me alcanza con ser tía”. La Malvada resultó ser una sensible.
Una enemiga-amiga
En las MMA, Silvana Gómez Juárez ganó seis veces y perdió dos. Una de esas caídas fue en septiembre del 2015, con la brasileña Poliana Botelho. “Era durísima, fue una verdadera guerra”, recuerda La Malvada, que cayó por KOT en el primer asalto. Se quedó con bronca por esa derrota, pero tiempo después, volvería a reencontrarse con Poliana. “Me llamó para que la ayude, quería que sea su sparring y, cuando fui al campamento, me presentó a su mánager, que me consiguió estas peleas recientes, para intentar meterme de una vez por todas en las grandes ligas. Estuve casi dos años, parte del 2015 y todo el 2016, sin mánager. Y sin pelear. Acá si no tenés un representante, no llegás”.