Llevar un proyecto cultural durante una década en Argentina no es fácil. Durante 30, aún menos. Por eso la Asociación Civil Viñetas Sueltas, la editorial LocoRabia y el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) festejan juntos sus aniversarios, entrelazados por años de colaboraciones entre sí. El CCEBA festeja tres décadas, mientras que Viñetas Sueltas y LocoRabia comenzaron en 2008. Unos organizando la primera edición de su festival. Los otros con la publicación de su primera antología. Los festejos comienzan hoy a las 19 con la inauguración de una muestra en la sede de Paraná 1159 del CCEBA. A lo largo de todo un mes, habrá actividades en esa y otras tres sedes: muestras, talleres, una residencia artística, presentaciones de libros, encuentros con autores, estudios abiertos y proyecciones. Además estarán los historietistas españoles Alberto Taracido y Manuel Gallardo.
El crecimiento es significativo. Viñetas Sueltas pasó de ser un puñado de entusiastas a uno de los principales grupos organizadores de eventos del país (están en la producción de Comicópolis y tienen su propio espacio en Paternal). La editorial nicoleño-porteña ya tiene más de un centenar de libros publicados, premios e integra uno de los colectivos editoriales más prominentes del circuito (Nueva Historieta Argentina). El CCEBA acompaña desde el día 1 a los Viñetas y motorizan libros de la editorial. “Ha sido una colaboración muy estrecha por muchos años”, señala la española María Pardillo, del CCEBA. “Habíamos trabajado antes con Viñetas Sueltas y hemos iniciado una colección muy interesante con LocoRabia”, puntualiza.
“En 2008 la historieta recién palpitaba de vuelta después de la hecatombe de 2001 y con gente que quería hacerla en formato libro y no revista”, rememora Thomas Dassance, francés radicado en Argentina y cabeza visible de la ACVS. “El grupo nació en un momento en el que mucha gente tenía ganas de que pase algo, aun cuando todavía no pasaba realmente: los libros editados eran pocos, los grupos y la gente asistiendo a eventos también, pero se sentía que había algo latente”, describe. La historia lo respalda. En apenas dos o tres años, entre 2008 y 2010 aparecieron otros festivales (los indispensables Crack Bang Boom y Dibujados entre ellos) y decenas de proyectos editoriales (incluyendo la revista Fierro). El circuito se multiplicó. En ese sentido, Dassance opina que, al igual que en Francia, el trabajo continuado de todos los actores del sector llevó a un cambio de mentalidad en funcionarios públicos, instituciones y medios. “Si bien a nivel masivo la gente no necesariamente considera cultura a la historieta, a nivel institucional sí encontrás gente que la mira con otros ojos”.
“Desde la organización vimos que el pedido de editoriales que querían participar en el festival creció exponencialmente. Fue un proceso acumulativo, con algunas bajas, pero a la larga en estos diez años uno se da cuenta que fueron editoriales y gente sumándose al panorama”, comenta. A eso hay que sumar el movimiento fanzinero. Si en épocas de vacas flacas (como los ‘90) la autoedición reemplazó a la caída de la industria editorial, ahora ambas posibilidades coexisten y asumieron roles distintos en el circuito. “Hay un recorrido de los autores que entran por el fanzine, pasan por una editorial y vuelven al fanzine porque no lo consideran algo menor o contradictorio; eso habla de una riqueza de lo que pasa en Argentina”.
El panorama, aunque mayormente positivo, tiene nubarrones, observa Dassance. “Seguimos teniendo problemas de distribución y difusión”, comenta sobre la estructura del sector. El contexto tampoco ayuda. “La situación económica y política probablemente haga que las editoriales miran atentas qué va a pasar, porque es un momento complicado para las ventas”, analiza. “Por más profesional que se haya hecho la producción, diseño, impresión, distribución, los autores y editores no viven de esto y eso es parte de la fragilidad. Cualquier cambio en tu vida personal puede hacer que no te dediques más y desaparezcas del mapa”, explica. La situación se replica en otros países, incluso en grandes mercados del mundo como Francia. “El anteúltimo festival de Angouleme estuvo marcado por una marcha de los autores en reclamo de una estabilidad laboral que dejó de existir en Francia debido a prácticas editoriales que se parecen cada vez más a la explotación laboral, a cambios en la imposición de obras por parte del Estado”, cuenta. “Si bien allá existen grandes editoriales que se constituyeron en otro momento, la tendencia es a asemejarse un poco”.
¿Cuál es la salida? “El trabajo tiene que seguir que cada uno de sus actores siga tirando para el mismo lado y no pensando que la multiplicidad de actores hace grande al sector. No lo es. Sigue siendo un campo chico: los festivales necesitan a los editores, los editores a los autores, y todos al público. La única forma es trabajar orgánicamente, tendiendo para la difusión y fortalecer el público con ese goteo de que cada lector que suma uno, se suma a la comunidad”.