“Las chicas de 13, 14 años no piensan con la cabeza, sino con la bombacha. Los hombres dicen te quiero, dame la pruebita de amor. Le bajan el calzón a la pendeja, le dejan un hijo y nadie se hace cargo”, relató ayer por la tarde en el Anexo de la Cámara de Diputados una de las expositoras convocadas para hablar en contra de la legalización del aborto, y que fue presentada como “referente de la villa 31”. Mientras caía el sol, también se sucedieron imágenes crudísimas de presuntas intervenciones de interrupción de embarazo, acompañadas de descripciones deliberadamente rudas, a cargo del jefe de un servicio del Hospital Austral –institución fuertemente representada en la jornada, al igual que la Universidad Católica Argentina, aunque no siempre sus representantes franquearan de entrada la pertenencia–. Además, se escucharon aseveraciones de que “salvo un obstetra” todos los profesionales de la salud del sanatorio de la Obra Social de la Ciudad de Buenos Aires (ObSBA) son “objetores de conciencia” y jamás practicarían un aborto, ni siquiera no punible. A lo largo de las horas, también quedó claro que, además de poner en duda el número estimado de abortos anuales establecido por el ministerio de Salud, una de las apuestas de los antiderechos es insistir en que la legalización es contraria a tratados internacionales a los que Argentina suscribió, como la Convención Internacional de los Derechos del Niño (una línea que había anticipado el ex ministro de Justicia menemista Rodolfo Barra el martes y que ayer sumó varios representantes, entre ellos el ex senador Menem). Todo, ante una sala con una asistencia muy lejana a la casi multitudinaria del martes pasado, y en la que el plenario de comisiones retomará actividades el martes próximo, con la dinámica inversa a la que mantuvo esta semana: quienes se oponen al proyecto expondrán a la mañana; quienes lo respaldan, a la tarde.

Cuando expuso Lorena Fernández, quien fue presentada como “referente de la villa 31”, en lugar de murmullo, en la sala enorme del Anexo C cada vez había más silencio, tal vez no sólo por la sorpresa que causó la intervención de alguien cuyo nombre no se precisó hasta bien entrada la mañana (hasta entonces, en el listado que manejaban los legisladores sólo especificaba “testimonial villa”), sino también porque en la sala no abundaban legisladoras ni legisladores. A diferencia de lo que había pasado el martes, cuando la expectativa se notaba en la multitud presente, ayer apenas había diputados: el plenario recomenzó con la presencia solamente de dos autoridades, Daniel Lipoveztky, presidente de la comisión de Legislación General –de corbata con detalles en verde vibrante–, y Carmen Polledo –que estuvo temprano, para recibir afectuosamente al ex senador  Eduardo Menem–, su par de la comisión de Salud, Romina Del Plá, Mónica Macha, Ivana Bianchi, Eduardo Amadeo y otros que fueron llegando con el correr de los minutos.

De los 19 expositores, al menos cinco revisten en distintos espacios de la Universidad Católica Argentina (UCA) y tres al Hospital Austral; los restantes dieron cuenta de adscripciones variadas: ONGs de “políticas públicas y familia”, el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, fe religiosa, “Frente Joven” de la Unidad Provida –que el martes motorizó el modesto “banderazo” sobre la calle Riobamba–, y trayectorias particulares, definidas por el ejercicio de la medicina o la abogacía.

Tres de las oradoras hicieron su fuerte en el relato en primera persona de interrupciones de embarazos: Fernández, la santafesina Carolina Anahi Mangold (que contó con voz trémula procedimientos con misoprostol, y dijo que fueron forzados por su pareja de entonces, tras lo cual “no concebía la alegría, todo lo que hacía me hacía infeliz”) y la referente del “Frente Joven” Camila Duro (quien definió al aborto como “un fracaso social”, por lo que “debemos todos comprometernos con los derechos de las mujeres”). De las tres, Fernández fue el caso más impactante, y no sólo por sus palabras, sino porque, además, en lugar de ubicarse en la mesa que correspondía a los expositores, donde estaban todos los demás, quedó sentada sola en un rincón de la sala. Hasta allí, luego de que ella aseverara que sus amigas creen que “son unas trolas las que abortan, porque fueron a garchar, no pensaron, se chuparon todo, no pensaron en el hijo que iba a venir por un momento de calentura”, acudieron luego de la intervención las diputadas Marcela Campagnoli (célebre por su propuesta de la adopción prenatal de embriones gestados hasta la semana 20 en el vientre de una mujer, una idea que ayer recogió un expositor como al pasar) y Karina Molina, para felicitarla. Luego, regresaron a sus asientos y la dejaron allí, sola nuevamente.

Poco antes, el jefe de cirugía bariátrica y metabólica de Hospital Universitario Austral, Pedro Martínez, había exhibido extensos videos con lo que, según dijo, eran distintas intervenciones de interrupción del embarazo, una más cruenta que la otra. Todo el tiempo acompañó las imágenes con su relato: “ahí pueden ver cómo aún tiene algunos reflejos el fetito”, “a través de una cánula va aspirando las distintas partes del cuerpo, acá pueden observar la cabeza y el corazón de doce semanas”, “esta sombra que ven allí es el aspirador, el feto se mueve desesperadamente para escapar de ese instrumento que lo amenaza, lo que se señala en la boca del niño abierta, que es un grito silencioso y desesperado”, en referencia a un presunto documental histórico, de la década de 1980, elaborado a partir de varias manipulaciones de imágenes de video. (En las reuniones previas al comienzo de los plenarios, algunas diputadas favorables a la legalización habían planteado la necesidad de establecer que no podrían mostrarse videos o fotos de este tenor en las audiencias, pero finalmente no se acordó de manera formal). Martínez, además, desacreditó los números oficiales del ministerio de Salud acerca de interrupciones voluntarias del embarazo pero aún así concluyó: “es más seguro hacerse un aborto clandestino en Argentina que sacarse la vesícula en Estados Unidos”.

A su turno, la cardióloga Eda Lía Abad Monetti explicó que acudía “a título personal” pero que de todos modos no podía prescindir, en su exposición, de observaciones de su experiencia clínica. De allí que la especialista, directora médica del Sanatorio Méndez, de la obra social de los trabajadores de la Ciudad de Buenos Aires, detallara situaciones de su lugar de trabajo. “La mayoría de mis colegas son objetores de conciencia”, dijo, y más tarde, cuando llegada la hora de las preguntas, amplió al responder a la diputada Mayra Mendoza: “en ninguna condición favorezco el aborto”, ni siquiera en casos de riesgos para la vida de la mujer o de una gestación producto de la gestación, y todos sus colegas del centro médico, a excepción de un obstetra, comparten esa perspectiva con ella.