“Cuando comprobás que tu cuerpo te rinde cada vez menos, te ponés a pensar que en algún momento vas a tener que dejar de hacer cosas que querés hacer. Viajar, por ejemplo. Así que, mientras me den las rodillas, seguiré viajando y haciendo todo lo que amo. Cantar, por ejemplo”. La que habla es Susana Rinaldi. Tiene 82 años que declara orgullosa (“Mi hermana me reta, me dice ¡desgraciada, todo el mundo sabe que soy diez años menor que vos, me sacan la edad! Pero yo soy como mi mamá, que siempre decía un año más del que tenía”, se ríe ella). Tiene un cutis impecable, una presencia ídem, y una energía intensa. Tiene ganas de seguir cantando y viajando, y es lo que hace. Como el domingo pasado en el Centro Cultural Kirchner. O hace poco en París, adonde fue como Embajadora de Buena Voluntad de la Unesco. “No puedo darme el lujo de distracciones”, dice sobre el rol que ocupó en esa reciente reunión con Audrey Azoulay, la directora general de la Unesco. Lo que hizo en ese viaje fue, entonces, denunciar la grave situación que atraviesa la educación pública en la Argentina de hoy.
“Cada día se hace más fuerte dentro mío ese pensamiento: a mí me ha gustado siempre viajar, he tenido la posibilidad de hacerlo, y hasta de vivir en diferentes países. El pensar que en algún momento puedo dejar de viajar ya me pone mal. Tan acostumbrada estoy, y la vida me ha permitido por mi trabajo salir tantas veces, dar vueltas, observar a los otros... Y estoy segura de algo: esa forma de vivir me ha ayudado mucho a no envejecer por dentro”, sigue reflexionando “la Tana”.
–Y cuando se instaló en otros países, ¿cómo fue?
–Hay cosas que no provoqué, pero que de pronto coincidieron con otras cosas que yo vivía, como para instalarme en Italia o en Suecia, por ejemplo. No fueron decisiones tomadas previamente, fueron circunstancias que me llevaron a eso. El haberme quedado a vivir en esos lugares, no sólo me deja amigos, gente linda conocida, también mucho aprendizaje, y otra manera de ver muchas cosas. Saber que las cosas son de un modo pero, ¿por qué no?, pueden ser de otro. Esa curiosidad, esas ansias por conocer, por saber del otro, es algo que heredó muy fuertemente mi nieto mayor, que ahora anda por Italia. ¡Le cayó simpático a unas monjas y le dieron estadía en un convento de Bolonia! (risas).
–También vivió tres años en París, cuando fue agregada cultural de la Embajada Argentina. ¿Qué le dejó esa experiencia?
–La satisfacción de haber dado a conocer cosas que pasaban en nuestro país y que no se decían, de mostrar algo de toda nuestra riqueza cultural. Como soy una artista, y una artista creíble, no solo me creían, sino que me acompañaban. Eso es lo mejor que he hecho y que sigo haciendo, porque no necesito ser agregada cultural para difundir nuestra cultura en el mundo. Pero viniendo de la cultura institucionalizada, para los franceses es muy fuerte. Creo que eso vio y calculó Cristina (Fernández de Kirchner) al nombrarme. Fueron casi tres años muy intensos, y un honor que por supuesto le agradecí y le agradezco mucho a la expresidenta.
–¿Y qué dice que es lo que Cristina “calculó”?
–Intuyó que estaba ya marcando cierto terreno ganado, ubicando allí a una artista que era conocida, sobre todo en París. Calculó que desde ese lugar se podía hacer mucho. Y creo que así fue. Habíamos coincidido con ella en tres oportunidades en París. Una vez fue muy lindo, porque ella estaba hablando y mencionó a Julio (Cortázar). Yo no podía dejar de pensar qué hubiera hecho Cortázar con ella. Y mientras ella hablaba, me puse a llorar. Ella me vio, porque no se le escapa nada, y me dijo: “No llores Tana, hay que mencionar a esta gente”, con ese tono tan enfático que tiene. Y vaya, qué símbolo tan fuerte, ¿no? Un artista que prácticamente fue echado a patadas del país, estaba siendo entonces mencionado y reivindicado, tantos años después, por la presidenta de ese país. Fue muy fuerte eso.
Hace veinticinco años que Susana Rinaldi pertenece a la Unesco como “embajadora de Buena Voluntad”, un título otorgado a “personas célebres que contribuyen con la difusión de los ideales de la Organización gracias a su renombre y carisma”, según define la organización. Otro argentino que lo porta es Miguel Angel Estrella. En ese rol, la cantante se entrevistó hace poco en París con Audrey Azoulay, la nueva directora general de la Unesco. “Fui a hablar de la poca importancia que este Estado le da hoy a la educación. Para mí fue un imperativo”, cuenta. “Si hay lugar en el mundo donde todas las movidas a favor de la educación están visibles y son continuadas, ese lugar es Naciones Unidas, cuya ley principal parte del principio básico de que la educación debe ser obligatoria para todos y cada uno de los que pisan este mundo. Cuando es para todos, es para todos, sin distinciones. Eso hoy no se está cumpliendo en nuestro país”.
–¿Por qué?
–Por lo que estamos viviendo y sufriendo. Se cierran escuelas rurales porque tienen pocos alumnos. Eso es escandaloso. Se cierran escuelas técnicas. Se cierran los profesorados. Se cierran los programas para adultos. Se quitan presupuestos. Se demoniza a los maestros. Todo se quiere volver un negocio. En esas presentaciones ante la Unesco siempre me he vanagloriadode la educación en mi país; con sus más y sus menos, con todas sus dificultades, pero era nuestro orgullo, nuestro gran emblema. Y realmente hoy siento que todo eso está en peligro. Nunca, ni en los momentos más desgraciados, más oscuros de nuestro país, se ha dejado de lado a la educación. Hoy siento que sí.
–¿Y qué dijo en esa reunión?
–Dije que es un símbolo muy desgraciado que pase hoy esto con la educación en la Argentina y además totalizador de lo que puede pasar: si pasa esto con la educación, ¿qué no va a pasar con otras cosas? No puedo desaprovechar ese lugar que me ha dado Naciones Unidas desde que soy Embajadora de Buena Voluntad, no puedo ir a decir cosas bonitas o de ocasión, qué lindo, y chau. No quiero ese cargo para distraer: si tengo esta responsabilidad, la voy a ejercer. Veo demasiada gente callada frente a tantas cosas graves que están ocurriendo en nuestro país. Yo no puedo entender que María Eugenia Vidal no haya volcado todo su poder, que lo tiene, porque se lo ha otorgado el pueblo, al servicio de la educación. Que, por el contrario, se empeñe en ir contra lo que queda en pie. ¿Nadie se lo va a decir?
–¿Y qué cree que queda en pie, en materia de educación?
–Bueno, mucho, no es tan fácil ir contra una historia, la educación en la Argentina es un punto de inflexión con el cual no se puede jorobar. Pero que lo intentan, lo intentan. Cuando Cristina anunció las nuevas universidades que se iban a abrir, todos nos caímos sentados. Y hoy están ahí, al lado de lo que no se quiere ver, junto a los barrios más desfavorecidos; ahí se siguen diplomando jóvenes de las clases populares, familias de primeras generaciones de universitarios. El presidente se atrevió a lanzar, ni bien asumió: “¿para qué queremos tantas universidades?” Pero luego tuvo que volver para atrás, no pudo avanzar, no encontró cómo. Son tan importantes las universidades que no forman parte, por suerte, de la famosa grieta de inventaron.
–¿Cree que el tema de la educación realmente es importante para la opinión pública, importa?
–Y bueno, tal vez nos quieren hacer creer que no importa, pero esto tiene un adimento que no hay que olvidar: ¿quién puede decir que no hay que educar, por más mala fe que pueda tener? Yo me eduqué políticamente con un gran maestro que se llamaba Alfredo Bravo. Qué importante sería el hoy gritando –porque así sería– por la educación... Pero en la Argentina de hoy, esos personajes hay que olvidarlos, hay que dejarlos de lado. Parece que si se los nombra, molestan.
La mirada de afuera
“Le debo toda mi carrera a lo que pasó conmigo afuera”, recuerda Rinaldi, volviendo a aquellos viajes primeros. “Porque acá me hicieron creer tantas veces que no pasaba nada con nuestra música nacional y popular... Tanto te lo dicen, que al final pensás “¿pero será que la equivocada soy yo?”. Y tuve que ir afuera para darme cuenta de que los equivocados eran ellos. Y para decirles también “¿Vieron lo que puede el tango? ¿Y vieron que una mujer puede cantar tangos? ¿Y vieron que puede cantar otros tangos, otras letras?”. Es lamentable, pero es así: si nosotros hubiéramos tomado, desde el cuadro cultural, como país, la importancia que los de afuera le dieron y le siguen dando a la música popular argentina, otro sería el cantar”, continúa la intérprete, y se entusiasma.
–¿Y usted dice que no hubiera podido seguir su carrera como cantante, si no la hubieran reconocido primero afuera?
–Sí, téngalo por seguro. Si no hubiera sido, sobre todo, por la complicidad de los que me escucharon, que se les dio por decir que había algo diferente, que les gustaba. Siempre nombro a Julio Cortázar, pero, ¿cómo no hacerlo, si fue él, que era un hombre que viajaba mucho, el que tomó mis discos y los mostró en cada lugar al que fue? El y otros tantos. Gracias a ellos pude lograr que me perdonaran que, como mujer, fuera cantante de tangos.
–¿Que la perdonaran?
–Y, sí. Porque en el momento en que empecé como cantante, lo primero que se dijo fue que yo tenía una manera de expresión que era falsa para el tango, porque venía del teatro. Esas estupideces que se dicen y después se olvidan, pero que en el momento duelen mucho. En ese momento me dio mucha bronca, me peleé, me enojé. Cuando me fui del país y empecé a triunfar allá, ahí fue que empezaron a cambiar de opinión y decir: “ah, bueno, algo hay”. Por eso yo tengo que decir que le debo al extranjero la aquiescencia respecto a cómo canta, por qué canta así, cuál es el repertorio, de qué se ocupa esta mujer. Y creo que definitivamente –y eso se lo debo a Cortázar, y cómo– el descubrimiento de que un cantante, sea hombre o mujer, puede valorizar de una manera impensada lo que está cantando a través de lo que cuenta.
–Ahí apareció además un nuevo repertorio...
–Ahí apareció, entre otros, cómo no, Eladia Blázquez, que fue la gran satisfacción para mí. Claro, cuando cantaba “Sin piel” o “Sueño de barrilete”, estaba cantando algo de otro orden, de otra hondura. Y los extranjeros se interesaron en traducir las letras, me ayudaron mucho en eso también. Un día, el director del Olympia de París, con todo el ímpetu, abrió la puerta de mi camarín, por decirlo gráficamente, y me dijo “¡Ahora sí entiendo lo que usted está diciendo!”. Había descubierto “Cambalache”. Les importaban mucho las letras.
–Lo que ha triunfado dentro de la historia del tango, sin embargo, es la danza...
–Así es. Y no es casual, creo yo. “No me quiero enterar de lo que está contando”, dirá el que escuche. “No quiero saber, no quiero involucrarme, a ver si todavía me toca en algo a mí”... Es un signo de los tiempos, también.
Cátulo, los Expósito, Aznavour
El anecdotario de Susana Rinaldi es amplio y rico. Incluye sus actuaciones en el Carneggie Hall y en el Olympia de París, presentada por Charles Aznavour, el momento en que se escuchó a ella misma cantando desde un disco en pleno Central Park (y no se reconoció), los círculos intelectuales y artísticos de París que en los ‘70 le abrieron su carrera, la confianza que depositaron en ella Cátulo Castillo o los hermanos Expósito. También su trabajo en entidades como Aadi y Filaie, en defensa de los derechos de los músicos. Su matrimonio con el bandoneonista y compositor Osvaldo Piro, sus hijos Ligia y Alfredo, también cantantes, sus nietos, a los que siempre nombra. Y un próximo viaje, esta vez a Colombia, donde actuará en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá. La memoria del líder popular colombiano, de cuyo asesinato se cumplieron hace poco setenta años –escribió sobre eso en este diario Atilio Borón– viene a la charla. Así como otra circunstancia trágica: un 24 de junio, volviendo desde Medellín en avión, murió Carlos Gardel. En la misma fecha, ella estará volviendo de Medellín en avión, después de cantar tango. Lejos de toda superstición, ella se ríe fuerte de la coincidencia. Segura de que seguirá viajando y cantando.