“Él había estado conmigo yo supongo que una hora, o una hora y media antes de desaparecer”, cuenta de arranque Nemesio Juárez y se refiere a Enrique, su hermano, por entonces clandestino, camuflado, perseguido. Era la tarde del 10 de diciembre de 1976: se apareció de visita por su casa, tomaron unos mates y organizaron para una reunión familiar el domingo 12, porque Quique cumpliría 32 años. Los dos habían sido parte del emblemático Grupo Cine Liberación, fundado en los años ‘60, pero Enrique además había sido delegado gremial de Luz y Fuerza, jetón principal de la Juventud de Trabajadores Peronistas y cuadro de Montoneros a nivel nacional: en ese momento estaba al frente de lo que se llamó la columna norte. Cuando la madre de ambos lo llamó en la mañana del sábado 11 para preguntar si Quique había pasado la noche con él, Nemesio pensó lo peor. Y como no encontró referencias para orientarse agarró la bicicleta y salió a dar vueltas por la zona norte del GBA. “Ilusoriamente pensaba encontrar gente reunida en una esquina, algo que me diera alguna idea de qué había pasado –cuenta–. No encontré absolutamente nada. Fueron dos días de un calor tremendo. Después de muchas horas llegué a mi casa vomitando, totalmente descompensado. Y al rato, ese domingo, aparece mi viejo en mi casa y dice que había escuchado en Radio Colonia que había caído en un enfrentamiento”.
El testimonio abre Fragmentos rebelados, el nuevo/viejo documental de David Coco Blaustein sobre Enrique Juárez, en el que lo fantasmal, lo borroso, lo que pareciera resistir a fijarse o definirse, impregna al filme con un aura poética. Suele contar Blaustein que algunos compañeros sabían del Juárez militante pero no del cineasta y que, al revés, sabe de críticos que conocían del cineasta e ignoraban de su militancia; el propio Blaustein apunta que asistió a un acto de Montoneros en Atlanta en el que Juárez habló, y que en ese momento desconocía de sus realizaciones como director. Entre las muchas rebeliones que involucra este documental está esa, poner de relieve ambas facetas de Juárez, con la pertinencia de que su cine era eminentemente político: su trabajo más conocido, firmado como anónimo al momento de su aparición en 1969, durante la dictadura de Onganía, es Ya es tiempo de violencia y se centra en el Cordobazo. Como en Cazadores de utopías (1996) y en Botín de guerra (2000), este documental de Blaustein también se rebela contra la adversidad, las lecturas lineales y el olvido.
En Fragmentos rebelados se ve a los tres hijos de Enrique y a los dos de Nemesio manipular unas latas que de tan oxidadas son difíciles de abrir: contienen cintas viejas que parecen imposibles de restaurar, malogradas por el paso del tiempo. Nemesio, sin embargo, rescata algunas otras que van descubriendo en la moviola del montajista Juan Carlos Macías: ahí aparecen algunos trabajos de su hermano, cortos como “La desconocida”, o algún otro sin título, filmado frente a Parque Lezama, en el que actúan Carlos Roffé, que encarna a un muchacho perseguido por agentes policiales, entre quienes está Mario Pasik, muy jovencito por entonces: “Recuerdo una filmación muy espectacular, con corridas, efectos especiales”, dice Roffé; “Yo no tenía militancia política, era un estudiante de teatro que estaba con la gente correcta, cuando esto apareció –apunta Pasik. “Éramos varios en un operativo y hacíamos mierda a uno”. No hay muchas más referencias. Y tampoco hay demasiado acerca de un proyecto de ficción hecho con actores que parece de más largo alcance y remite a la muerte, en el Bar La Rueda de William Morris, de Fernando Abal Medina y Carlos Ramus, dos de los fundadores de Montoneros que habían participado en la ejecución de Aramburu: en el documental se ve un tramo del tiroteo y también imágenes de Juárez en plena filmación. Se sabe muy poco de ese proyecto y Blaustein se esperanza con que alguien se reconozca en esas imágenes, como para saber más de esa película trunca.
Aunque el jueves pasado en el Gaumont se estrenó oficialmente, Fragmentos rebelados fue premiada en el Festival de La Habana y participó del Bafici en 2010; muchas de las entrevistas fueron hechas aún varios años antes, y así se produce otra estación en el tiempo, porque el espectador se encuentra con un Horacio Verbitsky y un Pino Solanas 12 o 15 años más jóvenes que hoy, que refieren a los años ‘60; Verbitsky cuenta de cuando empezaba en el oficio y escribía sobre cine, cuando conoció a Juárez, y también refiere al rol de Juárez en Montoneros; Solanas alude a La hora de los hornos, pieza emblemática del cine político (fundacional para Blaustein), y también a una charla con Perón en la quinta de Olivos en torno a la juventud peronista: “Para mí es muy tarde, y para ustedes es demasiado temprano”, les dijo. También aparecen en el documental los testimonios de cineastas ya fallecidos, como Octavio Getino, Fernando Vallejo o César D’Angiolillo. Y compañeros de militancia, como Guillermo Greco, Graciela Drago, Dante Gullo o Gonzálo Cháves.
Blaustein compone el contexto en el que va configurándose el cine político y quienes conocieron a Juárez van trazando sus pasos, el entusiasmo inicial que le describe José Martínez Suárez, los encuentros de los cineastas en la sala del Dilecto, o una acción política que describe Getino en el Festival de Cine de Mar del Plata: una bomba de olor dentro de una sala para que la concurrencia saliera, y otra bomba lanzapanfletos para que los invitados internacionales se anoticiaran de la dictadura. Y también está el detalle en la militancia, con Juárez al frente de la Juventud de los Trabajadores Peronistas para disputar con la Juventud Sindical, los pesados de la derecha justicialista (véase hoy: Barrionuevo bendecido como interventor), los tironeos con un Perón ya retornado y en su recta final. Y luego la clandestinidad, las ejecuciones, los secuestros, las torturas. “En las últimas conversaciones insistía en que se conservaran las vidas, los cuadros”, recuerda Nemesio; ya las dos compañeras de Enrique, Estela Miguel y Alicia Pais, las madres de sus hijos, habían caído a manos de la dictadura. Blaustein dedica el documental al Inglés Ocampo, al Cholo Mérega, al Africano Conte, al Gere Hofman, sus compañeros desaparecidos del Colegio Nacional Buenos Aires: “Porque ellos son el motor de mi memoria”, escribió ahí, al comienzo. “El sentido de estos fragmentos rebelados no son solamente estos fragmentos, son una historia que se niega a desaparecer, ¿no? –dice Blaustein–. Me parece que todo el tiempo jugamos con esa ambigüedad entre los fragmentos y la memoria colectiva: ambas cosas se niegan a desaparecer y el sentido último de la película es exactamente ese”.