No por nada Lacan llamó “estrago materno” a cierta clase de vínculo entre madre e hija. “Mi sitio estaba con mamá. Con ella la cosa estaba clara: me costaba respirar, pero me sentía segura”. Así lo describe Vivian Gornick en Apegos feroces, su libro de memorias, cuyo título también hace referencia a un concepto acuñado por la psicología (el apego) para describir la conducta que lleva a un ser humano, niño o adulto, a permanecer cerca de su Otro protector en busca de respaldo y reconocimiento.
Publicado originalmente en 1987 Apegos Feroces recrea la vida de Gornick en el Bronx donde nació en 1935, en un hogar judío y socialista; y pasó su infancia bajo el amparo de un grupo de mujeres del vecindario que a su manera, buscaban salir de su condición de oprimidas. Esto marcará a Gornick de por vida y la llevará, ya convertida en periodista, a visibilizar el movimiento feminista durante los años ‘60 hasta convertirse en una de las voces más reconocibles de los Estados Unidos en este campo.
Admiradora de Mary McCarthy y Natalia Ginzburg, toda la obra de Gornick –ensayos, textos críticos y periodísticos– tienen la particularidad de llevar el sello de la experiencia personal. En el único libro publicado hasta ahora en español, Escribir narrativa personal, lo dice: “Todo texto narrativo debe extraer de la materia prima de la vida un relato que modele la experiencia, transforme la realidad y aporte un poco de sabiduría”. Así que de algún modo, estas memorias podrían dar cuenta de esa usina de vivencias (el origen siempre lo es) de las que Gornick se ha provisto para su escritura.
Apegos feroces alterna el presente del relato, donde la madre y la hija ahora adulta pasean por Manhattan, con el pasado de recuerdos en el Bronx y su vecindario cuando Gornick era una niña. “Nuestros mejores momentos juntas son cuando hablamos del pasado. Yo le digo: “Mamá, ¿te acuerdas de la señora Kornfeld? Cuéntame esa historia otra vez”. “¿Te acuerdas de la Drucker? Solía decir que si no se hubiese fumado un cigarrillo mientras tenía relaciones con su marido se hubiese tirado por la ventana. ¿Y Zimmerman, la de enfrente? La casaron a los dieciséis, odiaba al tipo a muerte y solía decir que si se mataba en el trabajo (era obrero de la construcción) sería un mitzvah”(mandato divino en hebreo).
Gornick describe el vecindario como “un mosaico étnico”: irlandeses, rusos, italianos y judíos conviviendo en un edificio que muchas veces tenía las puertas de sus departamentos abiertas y conformaban una gran familia disfuncional. “El aire transparente, el esplendor de la luz, las mujeres llamándose unas a otras, los sonidos de sus voces entremezcladas con el olor a ropa secándose al sol, todas aquellas texturas y colores tendidos al aire”.
La particularidad de Apegos feroces, es la presencia casi exclusiva en escena de la mujer. A pesar de haber hombres, estos circulan por las sombras, y son tangenciales a la historia. Gornick tiene un hermano al que apenas menciona y un padre que trabaja tiempo completo para mantener el hogar. Esta niña crece pegada a una madre depresiva, que reniega de tener que permanecer en la casa condenada al trabajo doméstico (“Sabía que existía otro mundo –el mundo–. Se detenía en medio de una tarea, se quedaba mirando durante largos minutos el fregadero, el suelo, la cocina”) pero a la vez le falta voluntad para cambiar su destino. Lo que viene a rescatar a la niña son las mujeres del vecindario, un universo femenino que alterna entre la solidaridad y la incomprensión mutua. Hay una de las vecinas, Nettie, que cobra protagonismo (de hecho Gornick declara en una entrevista que la idea original del libro estaba basada en la triangularidad entre ella, su madre y Nettie). Ella es joven y desfachatada, se anima a vivir el amor sin prejuicios y a criar un hijo siendo soltera. En contraste con el hogar de Gornick más conservador, Nettie funciona como la llave a un modo de vida más libre y con posibilidades.
Luego sobreviene la muerte del padre que plantea un antes y un después en la vida de esa casa. La madre pasa sus días tirada en el sillón del comedor en un duelo que se eterniza y la niña se convierte en espectadora de ese dolor. “Mi madre desapareció bajo un manto de infelicidad. Bajo ese manto me sentía frágil, inválida y digna de lástima”. Esto va sembrando en Gornick la necesidad de irse y hacer lo que la madre no se había atrevido: salir al mundo. Y lo hará en principio, casándose. Pero más tarde vendrá el descubrimiento de la escritura como salvoconducto: “Experimenté gozo cuando supe que nada más podía igualarlo. Ningún “te quiero” del mundo podía tocarlo”.
Ese es otro de los vectores del libro: la caída del amor como ideal. “Nos dijeron que era lo que ordenaba el mundo y no fue así. Yo, y muchos otros, llegamos a la conclusión de que el amor es necesario pero insuficiente para tener una vida, para entender quién eres”, declara la autora en una entrevista. El trabajo de Gornick se inscribe dentro de la tradición de ensayistas-críticos como William Hazlitt, Virginia Woolf y en ese marco más amplio que es el “nuevo periodismo” encabezado por Tom Wolfe y Joan Didion, entre otros. “Mi generación fue la revolucionaria. Teníamos una excitación, entusiasmo y energía extraordinarios. La inteligencia de quienes ponen nombre a las cosas. Éramos las anarquistas, que queríamos cargar contra todo: la familia, los hijos, todo. Después llegó el trabajo duro, el cambio social. Hemos logrado mucho, pero cambiar el hubris de tantos siglos lleva tiempo. Hemos hecho la revolución, pero las cosas no terminan hasta que se acaban”.
El gran logro de Apegos feroces, sea quizás el de mostrar desde la intimidad y en el detalle, cómo lo femenino se traslada de generación en generación como imposibilidad. (“Su rechazo era poderoso. Me hipnotizaba, me intimidaba hasta lograr mi sumisión”). Traza un mapa de causas y consecuencias que van de la opresión de los vínculos en la intimidad, a la opresión social.
Apegos feroces puede leerse además de como memoir personal, como el origen de una época en que la mujer comienza a imponer un nuevo orden mundial en el que la condición es ser incluida.