Economistas conservadores suelen insistir con dos grandes críticas a la larga noche kirchnerista. La primera es el déficit fiscal, cuyo nivel elevadísimo, construido en base a contabilidad creativa, llevaba la economía hacia un apocalipsis tan inminente como esquivo. Curiosamente, que en los dos últimos años, bajo cualquier metodología de cálculo, haya sido más alto que en el final de la era K, como describimos en “Cherry picking” (www.pagina12.com.ar/102177-cherry-picking-falacia-de-la-evidencia-incompleta), es omitido. La segunda crítica que suele escucharse desde la ortodoxia, repetida por el presidente Mauricio Macri, es que a partir del año 2011 la Argentina se estancó (ese año fue el último de acelerado crecimiento). 

Fue un parate extraño ya que no impidió que hasta 2015 el gobierno anterior continuara con la política de moratorias jubilatorias, incorporando al sistema a 3 millones de jubilados sin aportes completos, además de propiciar aumentos de sueldos, AUH y jubilaciones por encima de la inflación. Pero es un estancamiento aún más asombroso si se toma en cuenta que, entre 2012 y 2015, se crearon 900.000 puestos de trabajo registrados, según consta en las estadísticas del actual Ministerio de Trabajo. Sin contar que el Indec ha corregido en los últimos meses ya tres veces a la alza el crecimiento del PIB de 2015, último año de ese período estancado: de 2,1 por ciento a 2,73 por ciento.

PIB

“Quien se quemó con leche ve una vaca y llora” argumentó recientemente el ministro de Energía, Juan José Aranguren, al anunciar que no traería el patrimonio que tiene en el exterior hasta que el país le generara la necesaria confianza. Es una sensación parecida la que se siente al analizar la evolución del PIB, medida por el Indec, luego de haber descubierto el déficit inflado por actuales funcionarios. Para no caer en teorías conspirativas ni llorar como el ministro que desconfía de su propio gobierno, lo mejor es remitirse a los propios números del Indec (que llamaremos PIB-M) y compararlos con los que presenta la Ciudad de Buenos Aires (PIB-CABA), inobjetables para muchos economistas.

Es un fenómeno habitual que las ciudades principales de cada país tiendan a comportarse de forma similar al resto de la economía, dado que una región es un subconjunto de la otra y ambas están afectadas por las mismas políticas macroeconómicas. Sin embargo, el PIB-CABA, entre 2005 y 2015, creció 64,2 por ciento y el PIB-M lo hizo sólo un 48,5 por ciento. 

Si se supone que el cálculo para CABA está bien, hay un crecimiento mucho más moderado para el resto del país (44,7 por ciento), casi 20 puntos menos, contemplando que la Capital representa el 21,6 por ciento del PIB, según el Indec. O sea, en base a estos datos, se podría concluir que el gobierno de Cambiemos logró disociar el nivel de crecimiento de la Capital respecto al resto del país.

Provincias

El aparente retraso del resto del país nos llevó a revisar también las cuentas de los mayores distritos que poseen direcciones de estadísticas (las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza). Sus gobiernos, como el de CABA, miden continuamente la evolución de la actividad regional y, al igual que los resultados de su monitoreo de inflación, estas cifras tampoco han sido objetadas a lo largo de los últimos años, a diferencia de las inconsistentes mediciones del Indec-K.

De ese estudio y su comparación con el PIB-M, se observa que la evolución de la economía puede dividirse en tres etapas, bien diferenciadas:

a) 2004/2008: Crecimiento acelerado y generalizado en todo el país. Los organismos de estadísticas de los mayores distritos y el Indec-M lo confirmaron.

b) 2009/2011: Moderado crecimiento nacional, pero muy dinámico en los distritos más grandes (excepto en Mendoza, que representa el 3,9 por ciento del PIB).

c) 2012/2015: Se observa un país dividido. Crecimiento leve de los principales distritos, aumentando el Producto 6,4 por ciento en el acumulado de los cuatro años (promedio ponderado según la participación de cada región en el PIB), pero con una Venezuela adentro del territorio nacional que nadie vio, tal vez por ser tan invisible como el crecimiento que anunció el presidente Macri.

En esa última etapa, las respectivas direcciones de estadísticas de los principales distritos midieron lo siguiente:

El PIB-CABA acumuló un incremento de 3,9 por ciento en los cuatro años; Mendoza se expandió 5,9 por ciento; la provincia de Buenos Aires, 8,6 por ciento; Santa Fe, 12,5 por ciento y Córdoba, 18,1 por ciento. Sin embargo, el PIB-M calculó un crecimiento de apenas 1,5 por ciento. Por lo tanto, tuvo que caer fuerte la actividad del resto del país, en el caso que sean válidas todas las mediciones, como suponemos. 

Dado el peso relativo de las provincias de menor Producto (en conjunto, explican alrededor del 26 por ciento del PIB, según el Indec), para compensar el crecimiento mucho más importante de los mayores distritos, esas regiones debieron haber tenido que soportar una terrible reducción de su actividad (-12,5 por ciento), incluso peor que la recesión que sufrió toda la economía en 2002.

Esta etapa es la que los “analistas serios” llamaron estancamiento, pero no vieron que el país también estuvo brutalmente agrietado.

Mediciones

La hipótesis de gruesos errores en las mediciones de todos los organismos de estadísticas provinciales es poco probable, aunque llama la atención que hasta 2008 tenían una alta correlación con el nivel de crecimiento informado por el Indec. O sea, todos los organismos de estadísticas provinciales deberían estar sobreestimando el crecimiento registrado en sus distritos desde 2009. Vale recordar que direcciones de estadísticas de los grandes distritos nacionales (algunos con gobiernos opositores) enfrentaran al Indec-K para informar que la inflación era mucho más alta.

Los años de discrepancia más notable entre los grandes distritos y el resto del país fueron 2009 y también 2012 y 2014:

  • 2009: Los registros provinciales mostraron una caída ponderada de -1,4 por ciento, mientras que el Producto del resto del país, como en períodos de guerra, perdió -18,5 por ciento, dado que el PIB-M cayó un 5,9 por ciento, según el Indec.
  • 2012: el PIB-M cayó 1,0 por ciento; las grandes provincias y CABA pudieron eludir la recesión nacional (+1,6 por ciento). Pero el resto del país debió perder un nivel de actividad cercano al de la crisis de 2002 (-8,4 por ciento). Fue notable esa recesión periférica, porque el efecto arrastre de 2011 era fuerte (de acuerdo al Indec-M, había crecido al 6 por ciento a nivel nacional). Pasar de ese ritmo general de expansión a -8,4 por ciento en determinadas regiones es un hecho extraordinario que los expertos deberían estudiar en profundidad.
  • 2014: De nuevo, como en 2012, el efecto serrucho de un año par fue letal. A nivel nacional, el Indec reportó una caída de 2,5 por ciento y las direcciones de estadísticas provinciales informaron un estancamiento (el nivel de actividad ponderado de los principales distritos varió apenas 0,2 por ciento). Por lo tanto, se puede deducir que, fuera de las áreas de mayor actividad, el cataclismo volvió a arreciar: el Producto del resto de las provincias debió contraerse -10,3 por ciento para compatibilizar los resultados difundidos por el Indec y los institutos provinciales.

Las estadísticas en 2016 no difieren tanto pero con una recesión generalizada. Así, esa parte del país que era Venezuela, gracias a los cambios de políticas, ya no existe. Los datos de 2017 de los mayores distritos todavía no están disponibles.

Consumo

Otro dato asombroso es lo poco que cayó el consumo en 2016 (-1 por ciento), teniendo en cuenta que los salarios, jubilaciones y pensiones registraron un deterioro del poder de compra de entre 5 y 6 por ciento, en línea con los indicadores privados de caída del consumo masivo. Incluso, en la primera publicación de datos del Indec sobre el PIB de 2016 habían observado una baja mayor (-1,6 por ciento). El recorte de la contracción del consumo, entre la versión provisional y la definitiva, también es llamativa. Y no lo es menos la dinámica de creación de empleos. 

En la última crisis K, la de 2014, con una caída del PIB-M del 2,5 por ciento se crearon 271 mil puestos de trabajo, según las estadísticas del actual Ministerio de Trabajo. Mientras que, bajo un modelo serio que buscó fomentar la inversión, en 2016, con una caída del PIB bastante menor (-1,8 por ciento), registró menos de una tercera parte de los empleos creados en 2014.

Por último, no es menos extraño que el Indec haya podido reconstruir la compleja serie de datos del PIB y todos sus componentes (consumo público y privado, inversión e intercambio comercial externo), desagregándolo por sector (agro, industria, servicios), y no pueda estimar el nivel de pobreza de los años anteriores o, al menos, el dato del primer trimestre de 2016 cuando Cambiemos ya gobernaba. No hay que ser perspicaz para darse cuenta de que demorando el punto de partida de la medición marcaron un nivel inicial más alto de pobreza, como resultado de primeras políticas regresivas. El efecto pleno sobre los precios y los ingresos de los trabajadores de la devaluación, de la quita de retenciones y de los bruscos aumentos de tarifas aconteció en el segundo trimestre de 2016, cuando la recomposición salarial estaba lejos y el desempleo venía creciendo.

Tal vez la explicación al asombro que causan estas cifras no haya que buscarla en la Ciencia Económica, sino más bien en el histórico despiste como sociedad. Así como nadie percibió que estábamos en guerra con Irán desde el año 1994 hasta que el juez Claudio Bonadio lo descubrió, de la misma forma pese a que los “economistas serios” anunciaron durante más de una década tinieblas subvaluamos el desastre y no percibimos el cataclismo que llevó a una parte del país a contraer dramáticamente su producción de bienes y servicios finales en los últimos cuatro años kirchneristas, una jibarización del PIB inédita, nunca vista por fuera de períodos de guerra.

El apocalipsis inminente aunque siempre esquivo finalmente llegó pero, al parecer, nadie lo vio.

@rinconet 

@marianokestel