Las políticas económicas, con independencia de su signo, se apoyan en una teoría. Las medidas aplicadas nunca son neutrales y responden a una cosmovisión ideológica. La sociedad es un campo de disputa entre actores con intereses contrapuestos. El rumbo de las políticas públicas determina ganadores y perdedores. La mayoría de los economistas mediáticos lo oculta. Las opiniones de los “especialistas” son presentadas cómo saberes técnicos “objetivos”. En ese sentido, el economista soviético Isaac Rubin decía que el pensamiento económico funciona como una de las formas más importantes de la ideología.
Idéntico razonamiento le cabe al resto de las ciencias sociales. Por caso, Enrique Petracchi rechazaba el estereotipo del juez sin ideología. En una entrevista en la revista de la UBA “Lecciones y Ensayos”, el ex ministro de la Corte Suprema argentina explicaba que “se dice que los jueces no son políticos, pero ¡cómo no van a ser políticos! Son políticos les guste o no. A lo sumo, les va a pasar lo que al cangrejo, que es crustáceo pero no lo sabe”
El tráfico de ideología disfrazada de “conocimiento” es una práctica común en los informes de los organismos financieros internacionales. Las instituciones surgidas del Acuerdo de Bretton Woods se alejaron hace tiempo de su misión original (financiamiento de los desequilibrios transitorios de balanza de pagos –FMI– y de obras de infraestructura –BM–) para convertirse en guardianes de la ortodoxia económica.
El recetario propuesto (ajuste fiscal, liberalización económica y comercial) siempre es idéntico para todos los países. En esa línea, los técnicos evalúan el rumbo gubernamental según su paladar ideológico. La política económica que se ajuste al “modelo” recibirá una buena calificación (y viceversa).
Haciendo referencia a un mapa de calidad institucional publicado en The Economist, el economista Eduardo Crespo comentó que “la mayoría de estos indicadores son vulgares artefactos de propaganda al servicio de la lucha ideológica. Cuando un país cambia de gobierno, definámoslo así, de ‘izquierda’ a ‘derecha’, inmediatamente el índice se torna más ‘verde’”.
Esa visión sesgada incluye también, si las circunstancias lo requieren, el ocultamiento/manipulación de datos. El “retoque” realizado al ranking “Doing Business” fue el último caso conocido. El informe, elaborado por el Banco Mundial, mide “la competitividad en el ambiente de los negocios”. Más allá de la irrelevancia del ranking, los datos correspondientes al segundo gobierno de Michelle Bachelet sufrieron alteraciones para favorecer al candidato derechista Sebastián Piñera.
En una entrevista publicada en el The Wall Street Journal, el economista jefe del Banco Mundial, Paul Romer, reconoció que “no hicimos las cosas lo suficientemente claras”. Los cambios metodológicos penalizaron al país trasandino por “motivaciones políticas”, agregó.
Esas declaraciones provocaron el airado reclamo de la presidenta Bachelet y la posterior promesa del BM de revisar los indicadores. Además, el presidente del Banco Mundial anunció el alejamiento de Romer. Jim Yong Kim informó que el economista “regresará a su puesto como profesor universitario en la Universidad de Nueva York” y que apreciaba su “franqueza y honestidad”. El sentido del humor del Presidente del BM se mantiene intacto .
@diegorubinzal