Para entender el ataque de Estados Unidos Gran Bretaña y Francia a Siria hay un dato que falta y que tiñe cualquier análisis. ¿Existió o no existió el ataque químico en Duma, el último bastión opositor de Guta Oriental? Esa pregunta es clave porque si existió, si el ejército del gobierno sirio usó armas químicas en contra de su propia población, entonces el bombardeo aliado se puede entender de una manera. Pero si el ataque químico es un invento, la interpretación de por qué accionaron las tres potencias occidentales será bien diferente. Trump, May y Macron dicen que sí. Putin y Asad dicen que no. ¿A quien creerle? Trump es un mentiroso crónico y Putin un espía de carrera. Asad es un dictador, Macron un acomodaticio y May, ¿quién sabe?
Si el ataque existió, entonces se puede entender cómo Trump puede haber cambiado de opinión después de haber establecido la retirada de Siria y el deshielo con Rusia como los principales objetivos de su política exterior, tanto en campaña como durante lo que lleva como presidente. Tal es así que por lograr esos objetivos Trump se enfrentó abiertamente con la CIA, el principal beneficiario de plan de “democracy building” en Siria, con cambio de régimen incluido, que impulsara la dupla Obama-Clinton durante el gobierno anterior. Un ataque químico podría explicar por qué dos semanas después de anunciar un importante recorte presupuestario del gasto militar y de ayuda directa para Siria, Trump decidiera escalar su intervención en el país árabe para no dejar impune un acto ilegal, inhumano y atroz que si lo deja pasar, le perderían el respeto. Entonces Trump habría actuado en su rol de gendarme mundial para evitar el advenimiento de una nueva era en la que los ataques químicos en el mundo se convertirían en moneda corriente, con la consiguiente degradación de la condición humana y desorden global.
También, si el ataque químico existió, entonces se puede entender cómo un personaje como Macron, que se ha diferenciado y hasta desafiado a Trump en cuanto foro mundial ha participado, contrastando su visión aperturista y globalizada con el chauvinista “America first” del mandatario estadounidense, ahora cierre filas con su adversario comercial para enfrentar una aventura bélica en su ex colonia de Medio Oriente.
Además, el ataque explicaría por qué Theresa May estaría dispuesta a ir a la guerra con Trump sin pasar por el parlamento británico, aún después del fiasco de Tony Blair cuando compró el cuento de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y mandó a sus muchachos a invadir Irak por una mentira.
A propósito de esa mentira hay una diferencia fundamental entre lo que pasó en 2003 y lo que está pasando ahora. En 2003 era público y notorio que el gobierno de George W. Bush se salía de la vaina por regresar a Irak para terminar el trabajo que Bush padre había dejado inconcluso en la invasión de 1991: el derrocamiento de Hussein y la toma de posesión de sus campos petroleros. Esta vez es al revés: todas las señales que venía dando Trump eran de que no sólo quería irse de Siria, sino de que esa retirada era su prioridad por razones ideológicas, presupuestarias y de puja de poder con sus servicios de inteligencia.
Quizas la única similitud entre la mentira del 2003 y la aseveración actual es que en ambos casos el acusado tenía antecedentes de uso de armas químicas. Hussein las había usado a destajo en la guerra con Irán. En cuanto a líder sirio, cabe recordar que en el 2013, gracias a una mediación de Putin para evitar un ataque de Obama, Asad le entregó un arsenal de dichas armas a la OPAC, la agencia especializada en el tema de las Naciones Unidas. El acuerdo llegó después de que la misma OPAC comprobara in situ ataques químicos en zonas entonces controladas por opositores al régimen, en abril y agosto de ese año.
El principal argumento para creer que el ataque químico del sábado pasado existió es que así lo afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuyos médicos comprobaron “síntomas correspondientes a la exposición a elementos químicos tóxicos” en 500 víctimas el día después del ataque, según un comunicado del organismo dependiente de Naciones Unidas. La OMS es una institución reconocida en el mundo desde hace décadas, cuya autoridad y pericia, tras siete años de intenso trabajo en Siria, no había sido cuestionada ni por Putin ni por Asad.
A ese dato habría que sumarle la condena al ataque químico del papa Francisco, quien sigue el conflicto de cerca y no es precisamente u aliado Trump.
Si Asad reincidió en sus ataques químicos se podría entender la reacción de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. No quiere decir que los atacantes sean buenos ni que los haya movido su sensibilidad humanitaria o su empatía con las víctimas. Un acto de guerra no es una muestra de caridad, sino una demostración de poder.
Pero si todo es un montaje de Gran Bretaña, como dice Rusia, entonces se abre la puerta para todo tipo de teorías conspirativas. Entonces se trataría de una jugada maquiavélica de Trump y sus aliados, no sólo europeos sino también Israel y Arabia Saudita, aprovechando la mala fama de Asad para reintroducirse de lleno en el conflicto, en un intento desesperado por prevenir la inminente victoria del régimen y sus aliados, que además de Rusia incluye a Irán y Turquía. Trump se habría dejado convencer por su nuevo asesor de Seguridad Nacional, el halcón John Bolton, en vez de hacerle caso al Jefe del Gabinete John Kelly y al secretario de Defensa James Mattis, dos generales ampliamente considerados como los líderes del ala más racional de la Casa Blanca. Sería una maniobra encubierta de Trump para escaparle al Rusiagate que jaquea su presidencia, y/o para darle trabajo a los fabricantes de armas de su país, y/o para movilizar a la base conservadora de cara a las elecciones legislativas de noviembre próximo, etcétera, etcétera.
Las motivaciones de May y Macron no serían tan claras pero seguirían una lógica similar.
La verdad es que cuesta mucho creerle a Trump cuando dice que el ataque químico existió, porque cuesta mucho creerle cualquier cosa. Pero al menos la OMS y el Papa dicen más o menos lo mismo. En cambio la versión de Putin sobre un montaje británico solo cuenta hasta ahora con el aval de Asad, y eso, en el contexto actual, suena a demasiado poco.
Lo único seguro es que el bombardeo de anteayer ha puesto al mundo peligrosamente cerca de un cataclismo de consecuencias impredecibles. Y que no ayuda la falta de certeza acerca de lo que sucedió o no sucedió el sábado pasado en Duma. Ni hablar de que los principales actores del conflicto sean capaces de cualquier cosa.