La CGT es la única organización que puede convocar a un paro general y detener el país. Sin embargo, la central obrera es la que está parada y sumergida en una crucial disputa interna. Una controversia que gira alrededor de cuáles gremios tienen la capacidad para mover esta estructura, con qué aliados y, sobre todo, hacia dónde ir. El desafío no sólo está en romper la inercia sino que, cuando avance, todos sus miembros sientan que de alguna manera son parte de la maquinaria. En ese proceso puede haber algunos dirigentes sindicales que simulen irse, porque para poder volver primero hay que partir. Y hay otros que aparentan estar en uno u otro sector de los que se arman y permanecen en el tiempo, pero que están lejos de ser homogéneos. Es un rompecabezas pero también un ajedrez, un truco y hasta un póker, donde todas estas partidas se desarrollan al mismo tiempo y en la misma mesa, porque lo que está en juego es una porción del poder de la Argentina.
En este marco, las lealtades y las traiciones son ciertamente relativas. Todos los jugadores conocen las virtudes y defectos de sus compañeros. Pero sólo unos pocos tienen la capacidad para mover las piezas y, sobre todo, anticipar la movida de los otros jugadores. Por caso, un gremio como cualquiera de los que integran los gordos e independientes cuenta con fuerza resumida en su cantidad de afiliados. Un detalle que les facilita a sus dirigentes la apertura de más de una puerta. Pero no necesariamente son sindicatos que por sí solos pueden lanzarse, por ejemplo, a efectivizar una medida de fuerza a nivel nacional. Entonces, los aliados son imprescindibles y, en este proceso de reconstrucción, mucho más.
Los gordos, por ejemplo, consiguieron bajo la batuta del triunviro Héctor Daer (Sanidad) el acompañamiento de los sindicatos que solían responder al moyanismo para convocar a una reunión del Consejo Directivo de la CGT, que tenía como objetivo inaugurar el camino al congreso para renovar autoridades. Lo hicieron a sabiendas de que incluso existen motivos para no confiar ciegamente en los que defeccionaron de Hugo Moyano, porque saben que siempre existirá un puente por donde regresar a esa carpa. En esa reunión incluso participaron gremios estratégicos, como La Fraternidad y los colectiveros. Sin embargo, todo el armado se desmoronó ante la negativa de un dirigente de un gremio pequeño, el triunviro Carlos Acuña, quien se negó a renunciar para aportar a la acefalía que justificara el llamado a un congreso extraordinario.
Desde un punto de vista binario, cualquiera señalará a Acuña como el malo de este episodio y al resto como los buenos, pero en el sindicalismo, en la política y en todo los aspectos de la vida lo binario es la mejor forma de encaminarse al error.
En primer lugar, lo que hizo Acuña tuvo el visto bueno de Luis Barrionuevo, pero esta maniobra no se hizo de manera alocada. Antes la consultaron con otros importantes líderes sindicales que están en las antípodas del gastronómico, pero que no comparten la táctica de gordos e independientes para elegir las nuevas autoridades. Fue la cuña que abrió un nuevo frente de negociación para que todos, otra vez, formen parte de la maquinaria que mueva la CGT.
La acción de Acuña benefició a la CGT Azul y Blanca que todavía mantiene el inefable Barrionuevo y con la que busca mantenerse en la mesa de negociación pero también fue funcional a sectores gremiales que pretenden una CGT que dialogue y negocie con el poder político pero desde una posición de fortaleza y no de debilidad, como vino ocurriendo con el triunvirato.
Este sector, heterogéneo como todo el resto de los que conforman la central obrera, no desdeña la participación de gordos, independientes ni siquiera de barrionuevistas, sino que busca disputar el rumbo de la CGT que implica la forma en que se plantará ante los otros poderes del país. Acá confluyen, con mayor o menor compromiso, gremios pesados de la industria, un conglomerado de sindicatos de servicios y también algunos del transporte. Un mosaico, como gusta graficar el titular de la Unión Ferroviaria, Sergio Sasia, que pretende encastrar las piezas de modo que la futura conducción cegetista incluya a la mayoría.
Por eso nadie abandona del todo este barco. Porque una CGT dividida sería el mejor escenario para el gobierno de Cambiemos. Ni siquiera a Barrionuevo le conviene y si bien se alejó de Moyano cuando la movilización del 21F, ahora ha retomado las conversaciones a pesar de que el gastronómico y Acuña se las arreglaron para intervenir el Partido Justicialista. Pero eso, al menos por ahora, son mundos paralelos y entonces es posible que Acuña converse con el metalúrgico Antonio Caló sobre la CGT pero se gruñan cuando se crucen por el PJ. En la CGT se necesitan, porque las negociaciones se realizan casi hasta el mismo momento en se esté por inaugurar el congreso normalizador. No será la primera vez, ya ocurrió. Sucedió en 2016 cuando hasta un minuto antes los gremios de la Corriente Federal de los Trabajadores (CFT) iban a participar del Consejo Directivo, pero ante un pedido del bancario Sergio Palazzo que no fue aceptado decidieron retirarse. Se fueron del Consejo pero no de la CGT. El sábado pasado, la CFT realizó su congreso en Santa Fe y volvió a dejar sentado que sigue integrando la central obrera, pero desde una posición que definieron en 27 puntos: es una toma de postura con miras a esta negociación que reabrió un adversario político de la Corriente, el titular de los estacioneros de servicios, Carlos Acuña. Este martes se realizará una reunión de gremios petroleros, donde también irán gordos e independientes. Será otra expresión de ese mosaico que negocia y disputa la conducción de la CGT que, a más tardar, debería resolverse en agosto.