Ariel Scher es laburante, periodista, escritor, docente, tallerista, medio sociólogo, medio filósofo, medio historiador, medio jugador, amigo que enorgullece, hijo, hermano, padre y marido orgulloso. Un Scher de cuerpo y alma se transparenta en su libro “Todo mientras Diego (y otros cuentos mundiales)”, que acaba de publicar el Grupo Editorial Sur. El libro reúne 40 cuentos (algunos publicados en distintos medios, otros que permanecían inéditos hasta ahora) que atraviesan la historia de los mundiales de fútbol, en vías paralelas a nuestra historia social, desde 1930 hasta el presente. Los textos de Scher son un collage de géneros periodísticos (crónica, perfil, editorial) y literarios (cuento, relato, ensayo, poema, microficción, fragmento de potencial novela), en un armónico ensamble.
En su libro, Scher vuela e inventa personajes entrañables desde las primeras páginas. Una de sus criaturas cuenta que mientras Maradona zigzagueaba dejando ingleses desparramados en el pasto del Azteca, una mujer colgaba la ropa mojada y cuando se consumó el gol la ropa estaba seca. Y sigue: “Otro hombre me contó que estaba viendo ese partido dentro de una pensión sin nombre y prisionero de las fea de las soledades, pero que cuando el gol fue por fin, él corrió hasta un cuadro que colgaba torcido en una pared sucia, lo estrechó en un abrazo, y uno de los personajes del cuadro a la vez lo abrazó a él” .
En la presentación del libro realizada hace unos días en la escuela TEA, Eduardo Sacheri cautivó a la audiencia con la lectura de ese cuento, una nueva y original recreación de aquella mágica jugada del Diego. Esa noche, Sacheri condecoró a Scher ubicándolo en las aguas literarias del Gordo Soriano. El comienzo del cuento “Lecciones de vuvuzela” parece darle la razón: “El Rey Daniel fue el único profesor de vuvuzela de mi vida, y puedo asegurar que no me arrepiento de no haber tenido ninguno más”. Como Soriano, Scher escribe fluido, con belleza estética y no soslaya las cuestiones sociales. Por eso, en ese relato de la cornetita, la indignación por el sonido es mucho menor de la que le produce el recuerdo del apartheid en Sudáfrica.
En otro cuento, que revive los mundiales de 1982 y 1986, se lee: “Sócrates no jugaba al fútbol como los dioses, los dioses querían jugar como él; diseñaba goles que parecían esculturas, celebraba con el puño izquierdo erguido, ponía su genio a disposición de las búsquedas colectivas que se ejercen siendo solidario con los otros”. Scher puro, sosteniendo la bandera de las causas nobles.
En las páginas del libro tiran paredes y dan pases en profundidad Obdulio Varela, Carles Puyol, El Alto, El Flaco, Vinicius de Moraes, la Bove Victoria (un homenaje a su madre, Tamara), el Tano, Mascherano, Bochini, Bertoni, Lato, Zidane, Ezequiel Scher (el hijo, que suma tres hermosos textos) y el tío Luis, que cuando jugaba al fútbol decía que jugaba “de imitador de Zidane”.
Uno de los cuentos más tiernos del libro es el que tiene como protagonista a El Tano. En las primeras líneas, seguramente sin proponérselo, el autor compone una brillante microficción: “El Tano y yo lloramos juntos por primera vez cuando nos dejaron dos novias, que era mejor encontrarlas que perderlas. Las mirábamos enamoradísimos, convencidos de que la belleza del mundo empezaba y terminaba en ellas: rubias, altas, impecables. En el barrio las llamaban “las suecas”. Una tarde gloriosa compartimos un saludo y cuatro galletitas. Jamás volvieron a hablarnos. Teníamos seis años”.
Ese delicioso comienzo introduce en la teoría de que Suecia es un hecho maldito de nuestra historia futbolera: Argentina jugó un solo partido en el Mundial del ‘34 y fue eliminada por Suecia; en el ‘58 Argentina disputó el Mundial de Suecia y se volvió con una goleada checoslovaca en ls maletas; en el 2002, otra vez Suecia en el camino que nos dejó afuera de todos los sueños que se habían tejido de la mano del Loco Bielsa. El Tano, fiel a su origen, vuelve a maldecir y blasfemar, cuando relaciona todo con que ahora Italia no va a estar en el Mundial de Rusia por culpa... de Suecia.
Dice Sacheri en el prólogo del libro: “Para muchos de nosotros, que naufragamos ante la complejidad del mundo, echar mano al fútbol nos permite entender mejor el mundo. O aceptarlo, que también es un modo de entenderlo. Escritores como Ariel, que entiende de fútbol y sobre todo, entienden del mundo, nos ayudan a hacer menos confuso el camino”.
Es una suerte que, en cada línea que escribe, Scher, juega para nosotros.