El pedido de Lula libre avanza como una gran ola con el fútbol como escenario. Ni el gobierno brasileño ni la FIFA pueden detener la marea en cualquier cancha, desde la más remota Amazonia hasta Río de Janeiro. Su primer domingo en prisión, el ex presidente pudo comprobarlo por televisión. Los jugadores de su amado Corinthians salieron a ganarle al Palmeiras con una pancarta: Forza Lula. Se quedaron con la final del torneo paulista y le dieron una alegría que mitigó un pedacito de su indignación. Ricardo Stuckert, el magistral reportero gráfico que lo retrata desde cuando era presidente, se está haciendo un picnic de imágenes con el pueblo volcado a las calles. Las mayorías movilizadas piden por su líder. Como piden los hijos de ese mundo donde la pelota siempre fue un estímulo vital para el ahora detenido. Sus últimas horas en libertad las pasó en compañía de Vanderlei Luxemburgo, el ex entrenador de la selección canarinha y del Real Madrid. “Vine a prestarle mi solidaridad a un gran amigo”, declaró. Las demostraciones de apoyo político también cruzaron las fronteras. Hinchas de Rosario Central exigieron su libertad la noche del jueves en que su equipo empató con San Pablo en el estadio de Arroyito.
Stuckert contó en una entrevista que concedió cuando ya no era el fotógrafo presidencial y trabajaba para la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF): “Lula era una pasión nacional. Adonde íbamos con él, todo el mundo quería agarrarle, verlo. Con la selección no es diferente, aunque tiene veintidós jugadores”. Suele comparar a los admiradores del ex jefe de Estado con los de Neymar, Marcelo o Philippe Coutinho por la devoción que transmiten.
La situación de Lula, violatoria de todo derecho y hecha a medida de las clases dominantes de Brasil, induce a ir hacia el pasado. A los comienzos de su gobierno en 2003, cuando impulsó la llamada “ley moralizadora del fútbol”. Incluía un estatuto de hinchas o torcedores, los estimulaba a denunciar aquello que les ocasionaba perjuicios. Instalaba la figura del “oidor”, que recibía y trasladaba sus quejas y sugerencias contra la organización del espectáculo. Imponía también obligaciones a las autoridades de los estados provinciales y municipales sobre seguridad, higiene y garantías de un eficiente transporte público.
Resulta paradójico que hoy, dos de los principales ex presidentes de la CBF gocen de libertad. El escándalo de la FIFA desatado el 27 de mayo de 2015 los tiene jaqueados judicialmente hace casi tres años, pero sin que sufran otras consecuencias. Ricardo Teixeira recibió un pedido de extradición de Andorra en marzo pasado por lavar unos 8 millones de euros. Vive en Brasil y es muy difícil, por no decir imposible, que sea enviado al principado. También lo reclama España. Marco Polo del Nero –suspendido por la federación internacional– tampoco puede abandonar el país por los delitos que se le imputan. Es el actual titular de la CBF y sigue libre, aunque si viajara al Mundial de Rusia podría atraparlo Interpol. El único detenido que gozó de igual jerarquía y está preso en Estados Unidos es José María Marín. Se encuentra en el Centro de Detención Metropolitana de Brooklyn, Nueva York.
Lula lleva más de una semana encarcelado en Curitiba. El domingo que su Corinthians derrotó a Palmeiras por penales (4 a 3), vio el partido en su celda de 15 metros cuadrados, donde solo entran la cama de una plaza, un baño y una mesa. Al otro día, su abogado, Cristiano Zanin Martins, informó: “Estaba bastante feliz por la victoria de ayer del Corinthians”. Lo hizo mediante un video difundido en las redes sociales.
El ex presidente se encuentra aislado de los demás presos. Su familia lo acaba de visitar. Los vecinos de Santa Cándida, un barrio residencial donde se ubica la Superintendencia de la Policía Federal, se quejan. No quieren cerca a los militantes del Movimiento Sin Tierra que acampan en el lugar y le hacen el aguante a Lula.
Tampoco parece que se toleran las banderas pidiendo por la libertad del líder brasileño, como la que colocó el público de Central en su estadio de Rosario. De repente desapareció. Se vio en una de las cabeceras altas, donde después se ubicó el grupo de hinchas del San Pablo. Jugaban el partido de ida por la Copa Sudamericana. UOL Deportes de Brasil informó que “Lula da Silva recibió apoyo de hinchas argentinos”.
El preso más célebre sabe de apoyos intensos como los que retrata con sabiduría el reportero Stuckert. Los venía recibiendo día a día a lo largo y a lo ancho de su inmenso país, de norte a sur, de Porto Alegre a Manaos. No lo intimidaron ni siquiera disparos a su caravana que distintas fuentes brasileñas atribuyen al avance del fascismo personificado en el candidato ultraderechista Jair Bolsonaro. Conoce la calidez del pueblo, porque como dijo una vez en Buenos Aires “la política como el fútbol también es intensidad”.
Lo comprobó uno de esos amigos que hizo en el juego que él disfrutaba desde cuando era muy jovencito. Tenía la barba negra, unos cuantos kilos menos y era volante derecho. Vanderlei Luxemburgo lo acompañó en el sindicato de metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo, San Pablo, el lugar que eligió para despedirse de una multitud de seguidores. Describió que el actual “es un momento difícil para Lula y para Brasil” y le acercó su solidaridad.
Los reconocimientos al legado político, el carisma y la militancia de Lula cubrieron todos estos meses una campaña electoral incierta. No por el previsible triunfo del candidato del PT que se daría en las urnas si permaneciera libre y sí por su amañada situación jurídica. El 23 de diciembre de 2017 hubo una demostración muy clara. En Guararema, San Pablo, se inauguró una cancha de fútbol que el MST bautizó Doctor Sócrates Brasileño, en honor al futbolista que pregonó aquella idea de la democracia corinthiana durante la dictadura militar. Jugaron un partido los veteranos del Movimiento Sin Tierra contra los amigos del músico Chico Buarque, un torcedor del más popular de los clubes paulistas. El otro, que casi cuatro meses después de aquel amistoso está detenido, también se puso los cortos. Lula vivió su último partido en libertad. Tenía una certeza que ya se cumplió y que Rodolfo Walsh puso en palabras como ninguno. La de ser perseguido.