Desde Paraná
El cura entró apenas unos minutos después de las ocho al latoso edificio de los tribunales provinciales, escoltado por su abogado y un hermano. Justo José Ilarraz no vestía de cura, tenía una camisa clara, pantalón y saco oscuro y no llevaba clerigman cubriéndole el cuello.
El de ayer fue un día histórico para los sobrevivientes de abuso sexual eclesiástico. Un día de justicia. El cura Ilarraz comenzó a ser juzgado por el abuso de siete menores de edad, hechos ocurridos entre 1985 y 1993 en el Seminario Arquidiocesano de Paraná, donde se desempeñaba como prefecto de disciplina y guía espiritual.
El escándalo estalló en el año 2012, a partir de una investigación periodística de la “Revista Análisis” y derivó en un expediente promovido de oficio por el procurador general Jorge García. La denuncia fue ratificada por siete víctimas que prestaron declaración en sede judicial, aunque los investigadores creen que el número de víctimas podría llegar a cuarenta o cincuenta.
La primera audiencia, como el resto del juicio, se desarrolló a puertas cerradas. Los jueces Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel lo justificaron en la necesidad de proteger la intimidad de las víctimas y para “preservar la imparcialidad del tribunal” (sic). Previamente informaron a la prensa que la única instancia pública sería el adelanto del veredicto, previsto para mediados de mayo, y también señalaron solo se daría información a través de la oficina de prensa del Poder Judicial sobre aquellos “elementos que sea necesario comunicar”. Ni siquiera permitieron que se tomen imágenes de Ilarraz sentado en el banquillo de los acusados. La explicación, poco convincente por cierto, fue que “en función de la imparcialidad, el tribunal entiende que se debe evitar cualquier tipo de foto del imputado en este lugar”.
Lo cierto es que el juicio comenzó con un planteo del abogado Jorge Muñoz, defensor de Ilarraz, para que el tribunal tuviera en cuenta que había un planteo de prescripción todavía no resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. No obstante, el juicio sigue adelante. Según pudo saber PáginaI12, tres de cinco jueces del máximo tribunal ya han votado sobre el asunto.
Allende las cuestiones formales, el primer día dejó testimonios desgarradores de víctimas de Ilarraz, que relataron detalles escalofriantes de cómo eran los abusos a los que el sacerdote sometía a los menores.
Los sobrevivientes –como se autodefinen– también contaron todo el proceso que les llevó hasta tomar la decisión de denunciar los abusos y el encubrimiento de las autoridades de la Iglesia a partir de que recibieron las primeras denuncias. Uno de ellos, al que se identificará como Hache, dijo haber mantenido al menos cuatro reuniones con el cardenal Estanislao Esteban Karlic para contarle sobre los abusos en el seminario. Karlic, de 92 años, está citado a declarar pero pidió no comparecer por razones de salud, por lo cual se pidió que peritos del Departamento Médico Forense del Poder Judicial realicen un examen para determinar si está en condiciones de hacerlo.
De, así lo llamaremos, contó que Ilarraz aparecía de noche en el pabellón donde dormían con los internos, se metía en su cama y comenzaba a tocarlo. Contó que le tocaba los genitales y que eso era parte de la confianza que había entre ellos. Entonces tenía 15 años. Ayer, con 42 años, lo contó delante de su esposa y de su hija; y también delante de Ilarraz, su abusador.
Su relato revela un modus operandi. Ilarraz, como prefecto de disciplina del Seminario Arquidiocesano de Paraná, estaba a cargo de unos cien niños que rondaban los 12 años de edad y conocía el origen de cada uno, la mayoría proveniente de pequeñas comunidades rurales. Las víctimas contaron que Ilarraz se metía en su cama, los acariciaba en el pecho, en el rostro, los besaba, les tocaba los genitales, los masturbaba, los corrompía, abusaba de ellos. Lo hicieron crudamente y por momentos se quebraron. Uno de ellos, solo pudo continuar tomado de la mano de su pareja, según pudo reconstruir PáginaI12.
“Fueron relatos extensos y muy emotivos, pero lo importante es que las víctimas pudieron declarar libremente, sin tapujos, sin presiones y para ellos ha sido un gran desahogo poder contar lo que les pasó ante un tribunal”, resumió el querellante Santiago Halle, que representa a un grupo de víctimas.
Fabián Schunk es el único denunciante que visibilizó su historia y ayer dio testimonio ante la justicia. “Por las noches escuchaba el llanto de algún chico en el pabellón y creía que era porque extrañaban, pero no era eso, era que habían sido abusados”, contó descarnadamente a PáginaI12. “Estoy feliz de haberme quitado este peso de encima porque, más allá de denunciar, lo difícil fue transitar la incertidumbre de no saber si este día llegaría. Nos pedalearon un montón con artilugios y mañas de todo tipo, cosas que para los abogados son cuestiones de derecho, y en ningún momento se plantaron a defender la inocencia de Ilarraz, sino que apostaban al paso del tiempo”, relató. Sus palabras aluden al fantasma de la prescripción.
El dolor de las víctimas, sin embargo, está enfocado en la indolencia de la curia. Los arzobispos Estanislao Esteban Karlic, Mario Luis Bautista Maulión y Juan Alberto Puiggari tuvieron un rol preponderante en el encubrimiento del caso y nunca denunciaron los abusos ante la justicia. “Las autoridades de la Iglesia se han portado muy mal con las víctimas y han tenido un doble discurso: por un lado, un discurso marketinero enumerando comunicados, pseudo-protocolos y demás cuestiones para decirle a la sociedad que están preocupados; y por otro lado, hacia adentro, ellos tienen nuestros números de teléfono y nunca nos llamaron; tienen nuestras direcciones y nunca fueron a visitarnos”, remarcó Schunk. En cuanto al rol de los obispos, el denunciante fue contundente: “Karlic, Maulión y Puigari fueron encubridores en todos los aspectos, nos mintieron y se ampararon en la esperanza de que pase el tiempo”.