Comenzó con simples situaciones: espiar a la madre mientras ella se daba chapuzones en la tina y se exploraba partes prohibidas, hasta que ésta lo descubrió, lloró, corrió al psicólogo, "¿qué debo hacer, doctor?", profesional que aconseja llevar a terapia al niño por la cuestión de Edipo, mientras que la amiga íntima de su progenitora propone otras soluciones alternativas, primarias, como que cierre la puerta con llave y corra la cortina de la ventana del baño.
Mas su madre sigue dejando todos los molinetes abiertos, y ella ojea hacia los postigos abiertos esperando que el trovador de las miradas le dedique sus melodías.
Sí, un griego inauguró esta genealogía. Y dos papas, Juan XII y Gregorio V, se echaron encima de sus madres acostadas en su lecho. Antigüedad obsoleta.
Y en un orden paralelo, su amigo Joaquín se manosea sexualmente con su hermana, al que se suman tantos otros compañeros que podrían inaugurar una logia, y está Marcio que, una vez a la semana, fuma marihuana con su padre.
A los quince años Antonio se pregunta ¿cuál puede ser el territorio de lo prohibido, dado que medio mundo intercambia parejas, se acuestan hombres con hombres, los curas abusan de niños y todos mantienen poligamias surtidas? Así como beber o drogarse, monedas de curso legal.
Inocentes todos, los declara Antonio, con excepción de los pedófilos.
Y lo que lo acosa a él.
Pesadillas porque no se puede hacer eso. Sí se han quemado libros, mandado a la hoguera mujeres tildadas de brujas, bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, todo bendecido por la sociedad. Pero ¿lo que a él lo aguijonea? No se aprobaría. Aunque ya no pueden ponerlo en un cepo o torturarlo.
Se recuesta, lámina con retrato a su lado. Habitualmente la usa rato a rato. Imagen de rostro tamaño natural de la mujer que lo ama, en una mano. En la otra, ella lo acaricia usando los dedos de Antonio, y manipulando la palma masculina, hasta hacerle alcanzar la ascensión de la carne y caminar entre el terremoto que provocan los temblores de su pene. Sismo. Besa la imagen de la Virgen María. Al calmarse, la guarda en su cajón. Pero el amor mutuo exige otra cosa. Exige lo que María pide desde el altar de la iglesia, a brazos abiertos, lo urge, amarla, procrear con ella quizá un nuevo salvador para esta humanidad caída en desgracia y en peligro.
A esta hora, en la iglesia sólo hay bancos vacíos. Se trepa, le corre la vestimenta a la Virgen. La posee. A medida que avanza, siente que la madera se ablanda, se vuelve tierna, cuerpo.
Quizá logró inseminarla. María sonríe. Lo bendice.
Antonio consuma su primera tentación.
Mes tras mes regresa a la iglesia, a la virgen cuyo vientre va creciendo, combándose hasta hacerse prominente. Se une al coro que grita "milagro, milagro".
Pero corren las dudas. ¿Cómo puede ser? Gente incrédula, pese a tantos prodigios que ha hecho María. Pero ¿de los argentinos se puede esperar "fe"? Ni él mismo cree en lo que ve.
Antonio se marcha al final de cada misa. Lo inquieta el desenlace de su tentación. Imagina confesarse ante el cura. Entrevé la ira del sacerdote, su rechazo: "la maldición divina caerá sobre tu cabeza. Ese pecado no posee perdón". Pero finalmente alza el pecho y se arrodilla ante el confesonario. El cura se burla: ‑Gran imaginación, la tuya, pibe. Te recomiendo tratamiento psicológico. Y ahora, me esperan otros fieles. Rezá diez padrenuestros por imaginar esas cosas.
Antonio no es creyente en divinidad alguna como para orar. Intenta hablarle a solas a María. María no responde. Se ha vuelto estatua, aunque su panza crezca y crezca. Son dos universos paralelos. El mundo de la fe y otro, el suyo. Cada cual con sus respuestas y creaciones.
Sacude los hombros. Se dice: "sucumbí a la tentación. Como el papa Gregorio. Pero ya no hay herejes que mandar a la hoguera. Y la realidad no tiene nada que ver con las creencias". Decide suspender su asistencia a la iglesia. Sí, ahí Cristo es capaz de resucitar a Lázaro. Dentro del templo. En la calle Maipú, no.
Baja los escalones por última vez.
No volverá cuando se produzca el alumbramiento, entre flashes y parlantes vociferantes, gritos de celebración y escepticismo, no volverá pese a la explosión de la noticia en las redes sociales y los centenares de fotógrafos y cámaras inundando la iglesia, donde corren las bandejas y alzan grandes colectas de dádivas. Antonio se entera de que el cura anda detrás de él, libros esperan su relato, periódicos pagarle a la parroquia por sus declaraciones.
Antonio se escurre del mercadeo con que lo acosan. ‑Quisiera pasar el verano con la tía Loli y el primo Juani, en Bariloche‑, avisa durante el almuerzo cotidiano. Antonio aprobó todas las materias del cuarto año. Se merece el viaje.
En el tren que lo lleva intenta perforar la honda oscuridad para que se le devele su destino. La gran incógnita. Ahora ¿de dónde se descolgará su segunda y peligrosa tentación? Los rieles responden "ya verás, pronto, ya verás".