El arsenal de supervivencia de los seres vivos incluye adaptaciones físicas y conductuales. Bellas como los ojos felinos sobre las alas de la Caligo o el camuflaje vegetal de la Atheris hispida, tan simple como un rugido o sofisticada como la danza de armiño.
Ninguna argucia animal ha afectado jamás el equilibrio de la naturaleza.
No existe loro barranquero ni mono con navaja que se apropie de bienes (alimentos, agua, combustibles, hábitat) que no necesita consumir.
Un detalle superado con creces por la especie humana y no precisamente por talento, sino por la escala de aplicación de similares artilugios.
En palabras de Kropotkin, la biología no justifica tamaña estupidez.
Civilizaciones y culturas establecieron linajes, mitos de pedigrí y distopías ficcionales.
Calcas, Sun Zi, Maquiavelo, Von Clausewitz juzgaron “razones suficientes” poseer fuerzas y recursos para perpetrar guerras y saqueo y, en los esfuerzos para validar los privilegios de grupo, la lógica de la selva implantada por Charles Darwin (para gloria del imperio británico) representó un salto epistemológico.
Las supremacías biológicas o culturales de liberales como Herbert Spencer, nazis como Ernst Haeckel y, con el indudable auxilio de las ciencias cognitivas de los meritocráticos posmodernos, instauraron teorías y estereotipos coherentes con la transformación del espíritu y la creatividad humana en mercancía.
Cuando las personas se perciben a sí mismas como animales en dos patas e interpretan sus vidas en término de feroces metáforas de supervivencia corre peligro toda la naturaleza, incluida la propia especie.
Los teros chillan lejos del nido en el afán de alejar depredadores.
Sus imitadores humanos simulan la defensa de la progenie, en tanto culpan de sus crímenes a los pichones, especialmente, a quienes osan defenderlos.
Por caso, los reyezuelos globalizados alardean de republicanos pero proscriben candidatos, condicionan jueces y vacían de contenido cargos e instituciones.
Sin eufemismos, los gobiernos delegativos, débiles o dependientes no son democráticos y explica el empeño mundial de las grandes corporaciones, en la construcción del Gran Tero. Sería imposible lograr adhesiones a un paradigma cultural que ofrece como único destino posible un mundo en el cual imperen garras y colmillos sin inducir, al mismo tiempo, desesperanza sobre las posibilidades reales de instaurar un mundo cada vez más solidario.
La concentración de la riqueza y el incremento de la desocupación (con su tácita amenaza al trabajador activo) junto a la dificultad para asegurar nutrición, salud y educación a los hijos, exige cambiar los significados de los significantes significativos (valga la redundancia) y una comunicación hegemónica que conduzca a subconscientes distraídos hacia la aceptación melancólica de tristes proyectos de vida mono ambiente.
Con la apariencia de voces diferentes pueden reproducirse ac nausea, entretenimientos y zanahorias inaccesibles.
El propósito requiere la persistencia en el tiempo de permutables acusaciones infundadas, uso de frases e imágenes atractivas y hasta estilos de intercambio interpersonal; mediante múltiples canales masivos y la retroalimentación de estadísticas de Big Data, funcionales a los “amigos” de las redes.
La exposición al aparato comunicacional monopólico, (los abusos del poder exigen incitaciones de miedo, ira y resentimiento hacia otras nidadas) con sus permanentes cambios de foco de atención hacia funcionales chivos expiatorios, reducen conciencia crítica e incrementan la indiferencia hacia la violencia institucional.
Sin embargo, cada vez que los mensajes de los monopolios han enfrentado convicciones profundas; su ineficacia ha quedado ampliamente demostrada.
Por ejemplo, las sospechosamente abundantes ofertas 2 x 1 en otoño del 2017, sumadas a las operaciones de los medios y la elegantemente procesada construcción política e ideológica a través de diferentes voceros; no pudieron soslayar el profundo compromiso argentino con los derechos humanos.
“El poder como el saber, es una práctica” dice Foucault.
Sin duda, los mensajeros teros (que oscilan entre alegar inocencia, negar manipulaciones o adjudicarlas a mentes conspirativas) tienen capacidad para reeditar memorias pero, la historia muestra pierden eficacia cuando enfrentan huellas de sentimientos y convicciones profundas.
La práctica del pensamiento crítico cambia la mirada y modifica las relaciones de poder cuando conciencias, conocimientos y voluntades se reúnen y producen acciones concretas e inteligentes.
No es tan sencillo reemplazar razones superficiales por
compromisos fraternales.
No siempre el Gran Tero gana.
Más aún, cuando gana, empieza a perder.
* Antropóloga