El Malba presenta hasta fines de febrero Antropofagia y modernidad, un recorrido por el arte brasileño moderno hasta los inicios del arte contemporáneo, a través de un conjunto de más de ciento cincuenta obras que forman parte de la Colección Fadel, una de las más importantes de Brasil, con un patrimonio de más de tres mil piezas.

La muestra, con curaduría de Victoria Giraudo, del Malba, incluye pinturas, dibujos, esculturas y objetos de artistas como Anita Malfatti, Tarsila do Amaral, Candido Portinari, Emiliano Di Cavalcanti, Víctor Brecheret, Maria Martins, Lygia Clark, Geraldo de Barros, Waldemar Cordeiro, Iván Serpa, Willys de Castro, Antonio Días, Rubens Gerchman, Hélio Oiticica y Anna Maria Maiolino, entre muchos otros.

La Colección Fadel se inició a fines de los años sesenta, cuando Sérgio y Hecilda Fadel comenzaron a reunir obras que se remontan al barroco colonial y llegan hasta los contemporáneos. Desde 2012 la colección estableció fuertes lazos con el Museo de Arte de Rio (MAR) a través de Paulo Herkenhoff, director fundador, quien fue por más de una década curador de la Colección Fadel e inauguró el museo con la exposición Voluntad constructiva.

Como buena parte de las colecciones de peso, ésta se construyó no solo a partir del gusto personal, motor de toda colección particular, sino también con un sentido nacional e histórico, que tanto indaga en los intercambios e influencias internacionales del arte de su país como en las fuentes nativas del arte brasileño.

Como explican los organizadores, la exhibición Antropofagia y Modernidad “se articula de manera cronológica. Comienza con las primeras manifestaciones del modernismo originario en Brasil hasta la década de los años treinta; continúa con la búsqueda de las raíces autóctonas e inmigratorias; luego la modernización internacional y la abstracción concreta de los años cincuenta; y la ruptura de lo moderno, con el neoconcretismo, las nuevas figuraciones y conceptualismos, entre otras experiencias hacia lo contemporáneo”.

La exposición se abre con la renovación estilística que supone la entrada al siglo veinte, etapa en que Rio de Janeiro (por entonces capital del país) y San Pablo (que comenzaba a construir su poder económico) se disputaban como ciudades de la avanzada reformista. 

El centro neurálgico que condensa e irradia la modernidad y la vanguardia en Brasil, en todos los campos artísticos, es La Semana de Arte Moderno, inaugurada a comienzos de 1922 en el Teatro Municipal de San Pablo, para presentar espectáculos de danza, conciertos, recitales de poesía y exposiciones. En ella participaron escritores como Mario de Andrade, Oswald de Andrade y Manuel Bandeira, músicos como Heitor Villa Lobos, artistas plásticos como Anita Malfatti y Tarsila do Amaral, bien representadas en la exposición del Malba. También participaron algunos artistas académicos, como puente estético y vía de legitimación de la novedad que escandalizaba a los espectadores de la época. Oswald de Andrade y la pintora Tarsila do Amaral proponen, él con su “Manifiesto antropófago” y ella con su célebre cuadro Abaporu (que significa “hombre que come”, en lengua tupí y se exhibe en la muestra del primer piso, Verboamérica, en este caso como una lectura del patrimonio del Malba, con el cual dialoga la muestra brasileña) la síntesis del funcionamiento de la cultura brasileña (y latinoamericana) modernista: apropiación, deglución/enfrentamiento, asimilación, transformación, no sólo de las culturas de los países centrales sino también de los grandes hitos de la cultura propia.

Artistas como las mencionadas Tarsila do Amaral y Anita Malfatti, junto con Vicente Rego Monteiro y Emiliano Di Cavalcanti, se habían formado en Europa con figuras clave del arte moderno. Malfatti, por ejemplo, estudió en Alemania con el impresionista Lovis Corinth -a su vez devoto del impresionismo francés- y luego, durante su formación en Estados Unidos, conoció a Duchamp. 

Los maestros cubistas de Tarsila fueron André Lothe y Fernand Léger. Di Cavalcanti, cuando viajó a París en la década del veinte, conoció a Picasso, Léger, Braque, Matisse, los fauvistas, y también a Blaise Cendrars, Jean Cocteau, Erik Satie y Elie Faure. Este grupo fundante de la modernidad brasileña combinó la renovación formal de las corrientes europeas, con la iconografía y la cultura de matriz propiamente brasileñas.

A su vuelta de París, en los años treinta, Candido Portinari se vuelca a la realización de obra de mayor escala, en las que combina elementos del muralismo mexicano con el cubismo y el expresionismo. Más tarde, en la década del cuarenta, realiza obra surrealista. 

“La ola”, 1915, de Malfatti.

 

En el caso de Lasar Segal (1891-1957), nacido y formado inicialmente en Vilna, Lituania; se perfeccionó en las ciudades alemanas de Berlín y Dresde. La de Lasar es la historia estética, cultural y social de un emigrante; del viaje de un mundo a otro. De la Europa fragmentada de entreguerras hacia un país conformado como un continente.

La obra de Alfredo Volpi funciona como una transición estética entre cierta modernidad tardía y el concretismo de la década del cincuenta. Volpi parte del paisajismo postimpresionista hasta llegar a la abstracción geométrica de sus “banderines”, como muestra la obra incluida en la exposición. Los artistas concretos liberan la pintura de sus “temas” y se vuelven autorreferenciales, postulando que las transformaciones se deben hacer en cada campo a través de sus herramientas específicas. Junto con los artistas constructivos, los concretos generaron un sentido del arte como una práctica tan rigurosa como abierta y experimental (Oiticica, Clark). En este panorama, con sus discusiones, contradicciones y estrategias de comunicación, el concretismo, que estableció desde el campo estético una relación estrecha con el proceso de fuerte industrialización del país, eclipsó otras tendencias, como el informalismo.

Los años cincuenta constituyeron un período de profundas reformas políticas -durante los gobiernos de Getúlio Vargas y Juscelino Kubitschek-, en cuyo contexto la poderosa burguesía nacional generó un proyecto de fomento, promoción y difusión cultural. Se crean el Museo de Arte de San Pablo, los Museos de Arte Moderno de Rio de Janeiro y de San Pablo y se inaugura la primera Bienal de San Pablo en 1951; aparecen nuevos grupos artísticos y se genera un incipiente y luego consolidado mercado de arte; crece la abstracción geométrica y, a fines de la década, se publica el Manifiesto Neoconcreto. 

La muestra exhibe varias obras del gran artista carioca Hélio Oiticica (1937-1980), cuyos orígenes se remontan a la pintura neoconcreta y luego se expande hasta llegar a ser un precursor de las instalaciones en su país en los años sesenta. Un camino que ofrece algunos paralelismos con el desarrollo de la obra de Lygia Clark (1920-1988).

Como se explica en la muestra, “la pluralidad de caminos de experimentación de los distintos grupos y artistas y la similitud de muchas de las realizaciones, llevó a que los artistas comenzaran a interactuar. Esto dio lugar a la organización de la primera exposición nacional de arte concreto, llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de San Pablo, en 1956”.

En el caso de las esculturas, se destaca la selección de obras de Maria Martins y las piezas de Frans Krajcberg, Amilcar de Castro e Iberé Camargo.

En los años sesenta, por una parte los artistas se transforman en militantes sociales y políticos y por la otra el arte pop entra fuertemente como cita o reelaboración. Esto puede verse en las obras de Rubens Gerchman y Wanda Pimentel, entre otros. Hasta llegar Mira Schendel, cuyas grafìas forman parte del grupo de obras que funciona como cierre de la exposición.

* En el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el domingo 26 de febrero.