Cocó, integrante de Usted Señálemelo, cumplía años. Y hasta hacía un par de horas no sabía si lo celebraría porque el grupo estaba trabajando en el Fader, su estudio. Pero, casi sobre el momento, el guitarrista de la banda pilar de la segunda generación del Manso Indie avisó que se juntaban en una cervecería artesanal de la Quinta Sección, cerca del microcentro de la ciudad. Poco luego de las 21 ya estaban ahí los integrantes del trío, junto con Bruno y Rodrigo, el bajista y el tecladista de Perras on the Beach. Más tarde cayó Peluqui, frontman de Las Cosas Que Pasan. Luego de que un barman advirtiera que el happy hour se había acabado, la muchachada respondió el aviso de otros miembros de la cofradía y tomó rumbo hacia la plazoleta Gualberto Godoy, a unas pocas cuadras.

La capital mendocina disfrutaba de un ambiente veraniego y la noche invitaba a dejarse llevar por la sorpresa y la improvisación, además porque a partir de las 23 está prohibida la venta de alcohol en Mendoza, al menos en kioscos. Al llegar a la plazoleta, el cumpleañero y el resto de los músicos, a los que se sumaron Luca Bocci y Gonzalo Nehuén, acudieron a la glorieta que la distingue. Bruno peló su skate y Peluqui se lo sacó para hacer flips y, más tarde, para sortear un vaso de sidra, lo que terminó por convertirse en una apuesta para financiar su próximo disco.

Cuando perdió, el bajista de Perras recuperó su patineta y empezó a llevar adelante algunos pop it, la mayoría sin suerte. Aunque terminó primero fracturando la tabla y seguidamente rompiéndola. Lo que generó la bardeada en una vecindad silenciosa, quieta y ortodoxa. En varios viajes a la capital argentina, los chicos advirtieron sobre el conservadurismo que emana en su ciudad. Aunque, en un paneo inicial, parecía absurdo, más si se toma en cuenta la buena onda que evidencia el mendocino. Pero no todo es lo que parece.

Minutos después de la extremaunción al skate de Bruno arribaron a la Gualberto Godoy dos patrulleros invocados por alguna vecina disconforme con el ruido, según argumentaron los artistas. Bajaron cuatro policías. Una oficial tomó el mando y les pidió a los músicos, cuyas edades oscilan entre los 19 y los 23 años, que pusieran sus manos contra la pared y separaran las piernas. En la medida que los revisaban como delincuentes comunes, y sin la menor posibilidad de contar con una llamada de atención previa, los agentes de seguridad pedían sus DNI y la apertura de las mochilas.

Cocó, en una mezcla de indignación y resignación, proponía el diálogo y preguntaba qué habían hecho de malo. La policía, con tono cada vez más retador, aseguraba que estaban generando quilombo. Sin ofrecer ningún espacio para la réplica, la autoridad, ya envalentonada, amenazó con que si se permanecían en el lugar pasarían la noche en cana. “Se me van ya”, exhortó. Así que no tuvieron más remedio que tragarse el mal rato y apurar el paso.

Mientras iban camino a casa de Cascote, músico, DJ y amigo, para terminar de quemar la noche, uno de los chicos deslizó: “Para los que no creían que esto sucede en Mendoza, ésta es la prueba”. Pero la relación de los jóvenes mendocinos con la represión no acaba ahí. A falta de espacios para tocar, algo paradójico para la escena sensación del país, artistas y gestores culturales no tienen otra opción que organizar recitales clandestinos en casas. Los que suelen acabar de forma abrupta tras la aparición de ese cuerpo de seguridad.

Ya lo describe Municipálida, tema inédito de Perras on the Beach, la banda combativa de esa avanzada: “Otra vez no me dejan estar reloco en una fiesta…. Policía, además te portás muy mal”. Al día siguiente, en un café lindante con la Plaza Independencia y luego del regalo de cumpleaños policial, Cocó explica: “Acá todo es muy difícil en términos gubernamentales. Es casi normal que la policía nos pare porque sí. Ni en Buenos Aires ni en Córdoba nos sucedió. Estamos en un ámbito recontra difícil. Por eso esta escena es de lucharla”.