La escritura es un arte cotidiano pero no por eso menos transformador. “Vivimos escribiendo, aun no siendo escritores. La escritura es del que escribe, pero el que escribe no hace otra cosa que poner en palabras, relato, imagen, metáfora su experiencia vital y su propia trayectoria lectora, su recorrido por la literatura” comenta Cristian Alarcón, fundador y director de Cosecha Roja y director de la Revista Anfibia, docente universitario y autor de libros como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. “Si no leo, no escribo. No se puede escribir sin leer. La escritura implica la conciencia de la sensibilidad. Todos tenemos sensibilidad. Lo que sucede con la escritura es que hay que cultivarla y hacerla consciente”.
¿Cómo era el Cristian Alarcón universitario, aquel que daba sus primeros pasos por la vida académica?
Soy primer hijo universitario de una familia de migrantes chilenos que sobrevivieron a la dictadura. La universidad para mí era la puerta de salida de ese infierno que fue el destierro. La universidad era el sueño de regresar a Chile, aunque no pude porque mis padres me dijeron que si regresaba a Chile en 1989 me iba a convertir en un guerrillero del “Frente Patriótico Manuel Rodríguez”. Creo que tenían razón. Estaría preso o muerto (se ríe). Fue durante la dictadura de Pinochet y yo tenía un compromiso enorme con esa lucha.
Finalmente opté por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), que es mi universidad, que la sigo sintiendo, donde soy titular de cátedra en Periodismo. La universidad para mí era un salto hacia lo más parecido a la libertad. Siempre experimenté la idea del conocimiento como una forma de construir una libertad soñada, un acceso al mundo. Lo que me defraudó fue que no aprendí a leer en la universidad, pero sí a pensar.
¿Qué tan inclusiva te parece que es hoy la universidad?
Están muy naturalizadas las conquistas del sistema universitario argentino desde la Reforma Universitaria (1918) y también desde que se volvió más popular con la creación de universidades en regiones donde no había, como las del conurbano. La universidad argentina puede tener limitaciones y todavía significar un espacio de difícil acceso para quienes padecen la pobreza y sobre todo la indigencia, pero en el contexto internacional, y sobre todo latinoamericano, la universidad argentina es la más inclusiva que conozco.
¿Te parece que las universidades del conurbano vienen a romper un poco con la “exclusividad” universitaria?
Yo experimento la universidad en mi cotidiano desde la más profunda afectividad y emocionalidad en mis clases en la UNLP y como director de Anfibia, que es una revista de la Universidad de San Martín. Dicha Universidad tiene 20 años y es una muestra de estos niveles de inclusión: 63% de sus alumnos son primera generación de universitarios. Hay un empoderamiento basado en la búsqueda de niveles de excelencia extraordinarios.
¿Cómo describirías al fenómeno “Anfibia” y al público lector y difusor de la revista?
Anfibia tiene que ver con la comunidad, que es algo clásico ya en la cultura digital y las formas de consumir información e historias en las redes sociales. Anfibia, desde su nacimiento como revista digital hace 6 años, hace conciencia sobre que la clave es, no solo la calidad de sus textos, la pertinencia de sus temas y los enfoques originales con los que tratamos de contar la realidad, sino la participación de la comunidad compartiendo y likeando, pero también proponiendo, puteando, alertando y sumando enfoques.
¿Cuál es el aporte de la revista Anfibia a la comunicación actual o al sistema de medios actual?
Intentamos que la agenda de medios se vea nutrida por enfoques que tengan una perspectiva política, con nuevas voces sociales y culturales y proyectos alternativos. Anfibia es un manifiesto en sí mismo, porque lo que aglutina es una forma de mirar la vida que pretende ser revolucionaria, porque es revolucionaria la idea de que todos merecemos vivir mejor en cualquiera de los contextos, y que vivir mejor significa ser profundamente críticos. No solamente con aquellos que podemos llegar a considerar nuestros enemigos políticos, sino también ser críticos con aquellos que consideramos más parecidos a nosotros. Por eso Anfibia tiene una gama de lectores que va desde lo que podríamos denominar derecha liberal o derecha democrática hasta el trotskismo más comprometido, porque en definitiva hay algunos temas que atraviesan absolutamente todas esas formas de ver el mundo. Anfibia es la manifestación en formato periodístico de modos de pensar el mundo. Y eso es novedoso.
¿De qué se trata tu nuevo proyecto de periodismo performático?
Buscamos aventureros que estén dispuestos a experimentar, cruzando el periodismo, que es la base de sustentación de estos proyectos. Queremos lograr un cruce con las diferentes disciplinas del arte para producir escenarios impensados, que ni siquiera podemos imaginar a priori. Porque son intervenciones en los espacios públicos, en esos lugares donde la gente no espera que un grupo de personas, a través de herramientas como el teatro, la danza, la tecnología, el video, la música, el sonido, los hagan ver lo real a partir del impacto que puede producir una “performance”. Esa idea de tomar por asalto, ya no a los lectores sino a ciudadanos que se ven atravesados por una experiencia, es lo que nos anima a nosotros a hacer el “Laboratorio de Periodismo Performático”. Así se llama el curso y pretender ser una provocación: no dice que la palabra está muerta, nos habla de una cuestión de poder. Tiene mucho de masculino, de patriarcado, la creencia de que lo más fálico que le puede pasar a la cultura es el texto como si allí estuviese todo, sacarnos de la idea de que es el texto lo que nos va a convertir en intelectuales, en pensadores, en críticos, a mi me parece que es propicio en un momento donde queda claro que no solo las imágenes sino también las acciones y lo performático están presentes en lo cotidiano todo el tiempo aunque no nos demos cuenta.