Ernesto Laclau ha sido uno de los filósofos y teóricos políticos más importantes e influyentes de los últimos 30 años. Radicado desde fines de los años ´60 en Inglaterra formó a varias generaciones de intelectuales de distintas partes del mundo.

A partir del legado de Gramsci y de los aportes del posestructuralismo (principalmente de la deconstrucción y la teoría lacaniana) Laclau realizó uno de los intentos más brillantes de reformulación del marxismo clásico. Su militancia temprana en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional marcó a fuego su vocación teórica: articular la tradición de izquierda socialista con las tradiciones nacional-populares. Su contribución podría situarse alrededor de tres conceptos claves para pensar la política en la actualidad: antagonismo, hegemonía y populismo.

En efecto, una de sus tesis más importantes es la que sostiene que el antagonismo es constitutivo de lo político. Si la política, y en particular la política democrática, supone la inevitabilidad del antagonismo como rasgo distintivo de la vida en común, quienes postulan la posibilidad de su eliminación no hacen más que negar la especificidad de lo político y conducir a escenarios de mayor violencia social. Con este gesto Laclau se inscribe en lo mejor de la tradición de teoría política que –de Maquiavelo a Marx- ha dado cuenta del carácter inherentemente conflictivo de los asuntos humanos, de que hay política no a pesar de, sino justamente porque hay conflicto. Y esto es así puesto que la política pone en consideración cuestiones de valores imposibles de resolverse a través de un consenso racional acerca de lo que está bien y lo que está mal, de lo justo y de lo injusto, o del sentido que le demos a las palabras libertad e igualdad.

Ahora bien, si solo hubiera conflicto tampoco habría política sino pura stasis, anomia o guerra civil; y en consecuencia la vida sería insoportable, sino imposible. De ahí la importancia de la categoría de hegemonía. Si aceptamos que el conflicto es una dimensión inerradicable del mundo de los asuntos humanos, debemos asumir que no existe un fundamento último de lo social, que el orden no es necesario sino más bien contingente y que, por lo tanto, es siempre el resultado de la articulación de prácticas hegemónicas. Por eso es que todo orden social se encuentra constituido de manera precaria, sujeto a cambio, reforma o transformación. La hegemonía es el modo de construcción de poder en condiciones democráticas.

A partir de estas dos categorías (antagonismo y hegemonía) Ernesto Laclau se ha dedicado, cada vez con mayor insistencia, a reflexionar acerca del fenómeno del populismo y de la constitución de las identidades populares. En efecto, ha sacado la categoría de populismo del arcón de las “malas palabras” para ponerlo en el centro del debate contemporáneo. Para Laclau, el populismo no es –tal y como ha sido pensado desde ciertas perspectivas clásicas de la sociología y la ciencia política- una forma desviada o perversa de la democracia, un régimen con derivas autoritarias o un discurso de gobierno de carácter demagógico. El populismo es una lógica política y un modo de construcción de lo político que, a partir de la constitución del pueblo como sujeto de la lucha política, permite ampliar las bases democráticas de la sociedad.

Ernesto Laclau no solo ha dejado una obra que se expresa en sus textos, sus amigos, sus discípulos, y en quiénes quizás, sin haberlo conocido personalmente, hemos sido afectados de manera profunda por la potencia de su pensamiento. Ha dejado también la enseñanza de una experiencia que es la de un compromiso teórico-político. Un compromiso teórico al hacer política, y un compromiso político al hacer teoría. Finalmente ha dejado una exigencia que es aquella que habita la “vida intelectual” en su articulación con la “vida popular”: la disputa en todos los campos por una sociedad más justa. 

 

*Politólogo (UNAJ, UNPAZ, UBA)