Leo que, a propósito del debate en comisión acerca de la legalización del aborto, una de las posiciones en contra argumenta que “cuando hablamos de embarazo no deseado, parece que estuviéramos anteponiendo el deseo a la responsabilidad”.
Interesante frase que da en el clavo respecto de dos cuestiones que la tendencia del sentido común tiende a degradar y rebajar a la condición de “naturalidad” del prejuicio. Se toma como reflexión algo que simplemente repite un supuesto que parece venir desde el fondo de la historia del ser humano. Y es lo siguiente: que el deseo es una cosa y la responsabilidad otra, y contrapuestas.
Suena un poco a que el deseo es hacer según lo que se me canta, y que la responsabilidad justamente no. El sujeto responsable es aquel que mide las consecuencias posibles de sus actos y entonces, en función de eso, de una responsabilidad sobre las consecuencias, limita su accionar a ese cálculo. El deseante no, simplemente libera peligrosamente sus deseos a lo que le dé la gana, y del mismo modo, rompe con la responsabilidad y, por ende, la civilización.
Es curioso, ¿acaso no resuena allí la vieja idea que asimila la problemática del deseo al de “los instintos”, “la animalidad”, “lo bajo” y la amenaza de la condición civilizada del ser humano? Pues lo curioso entonces es tomar al deseo como un producto ajeno a la civilización.
Cabría preguntarse entonces cómo la civilización se ha construido, sino por algún tipo de causa deseante que ha llevado a los seres humanos a lugares tan ajenos a los de “la naturaleza”. Para decirlo más certeramente: la realidad –que no es la naturaleza– es producto también del deseo.
El psicoanálisis ha “descubierto” una nueva responsabilidad, aparte de la responsabilidad moral. Ha descubierto que en la medida en que el deseo no obtiene algún tipo de satisfacción la civilización está en peligro. Y ha descubierto que cuanto más busca satisfacerse el anhelo moral que ajusta la vida de los hombres, más cruel es ese anhelo con la observación de sí que le es asociado. Por lo que podemos afirmar que esa “otra” responsabilidad de la que es más difícil hacerse cargo que ninguna otra, es la del deseo. ¿Por qué los sueños son realizaciones de deseo? Porque en los sueños retornan aquellos (deseos) de los que no queremos saber nada, por ende, de los que no nos hacemos “responsables”. Sin saber.
Un análisis lleva por objeto, entre otras cosas, a poder “saber” responder por esos deseos. Todo lo contrario de hacer “lo que se me canta”, como si esa no fuera precisamente la angustia del neurótico, la amenaza de un desborde que precisamente tiene que ver con un goce (no deseo) que se impone sobre el sujeto bajo la máscara de la “responsabilidad moral”.
Porque el deseo reconoce la diferencia entre lo hallado y lo buscado, y en ese reconocimiento de la diferencia, incluye al otro, a lo Otro. La Moral, al buscar siempre “lo justo”, no admite ninguna diferencia, en la medida en que tiene por horizonte la reducción del individuo particular al principio universal manifiesto en la actitud moral.
Entonces, la responsabilidad tiene que ver con cómo cada uno desea vivir, lo cual incluye esa comunidad de deseos que hacen lazo con el otro, hace “realidad”, sin tomar nada por natural “a priori”. Es a su vez, una responsabilidad individual y colectiva, que incluye “lo Otro”, la radicalidad de la diferencia entre individuos.
El moralista no mira a quien, sino a quien esa moral tiene por principio, es decir, la existencia y persistencia de algo ajeno por completo a lo humano, sea Dios, el capitalismo, o alguna otra “divinidad” con máscara de líder de masa. El sujeto no decide por él ni por su comunidad en conjunto, sino que es “decidido” por ese principio moral que siempre coloca algo por encima, observándolo, reduciendo el comportamiento responsable a una simple y llana obediencia.
En otro artículo del diario leo que un gobernador propone crear un método de “inteligencia artificial” que anticipe con cinco años de diferencia el nombre y el domicilio de la niña, futura adolescente, “predestinada” a tener “un embarazo no deseado”.
Un acierto, pero no en el sentido que ese hombre de la política pretende. Es un acierto en relación con la lectura por la que se toma cierta conciencia de que el “error” del sistema es el ser humano, por lo que ese sistema, al que se pretende afinar, afiatar y consolidar, para que funcione, al fin, aceitadamente en un país que nunca termina por declararse capitalista “en serio”, debe tener por objetivo primerísimo la eliminación de ese error. Obviamente, que ese error es más grueso y “primario” en los sectores que no terminan de adaptarse y funcionalizarse al mismo, los sectores menos capacitados o directamente al margen de las necesidades de la productividad y el consumo. Quedar embarazada no haría más que sumarle errores a un sistema que necesita un urgente “refresh”, un “reinicio”, que se detona exacerbada con cada ínfula refundacional.
¿Y qué puede ser mejor para hacer ese refresh o reinicio del sistema, que otra máquina, o “programa” que elimine los virus? Inteligencia artificial. Y otra vez la cuestión del deseo. Ven que no es más que un problema insoluble para quien se coloca en posición de amo. Quiere controlar el deseo, un fenómeno incoercible e ingobernable, adherido al cuerpo humano, constitutivo del mismo. Por eso se promueve su eliminación, y con él, la desaparición de los cuerpos. Una “embarazo” no deseado habla más del no deseo del amo, que de aquel embarazo de cuyo deseo el amo no tiene la menor idea. ¿Qué sabe? Sólo le queda creer que no hay deseo allí, porque no puede haberlo, de ninguna manera. El hombre sin deseo es el hombre abocado sin descanso a la cadena de montaje productiva. Y a no joder.
¿Por qué habría que saber el domicilio, el nombre y el apellido? Porque ésa es la función de la policía: ¡identifíquese! Ni más ni menos. Para el amo, un embarazo es un fenómeno OVNI, es decir, la vida misma lo es. La vida entendida con ganas de vivir. Es un OVNI1, objeto no identificado al que hay que controlar, identificar, procesar y clasificar y archivar, para asimilarlo y reducirlo a un residuo. Nada vital. Un residuo, la vida humana.
No es para acusar a nadie, sino para aportar al debate. Al fin y al cabo, son posiciones. Pero no se puede dejar pasar que el sentido común sea el que conduzca la reflexión, porque es el que tiende a reproducir viejos males y a no reconocerlos, que es la esencia del mal: lo no reconocido.
Como técnica de reconocimiento del mal (sobre todo el que cada uno ejerce y lleva encima) –no de identificación, de policía– el psicoanálisis puede aportar algunos conceptos que desenreden posiciones dialécticas que tienden, finalmente, a reproducir callejones sin salida.
* Miembro fundador de EPC (Espacio Psicoanalítico Contemporáneo).
1 “El Ovni Psicoanalítico” Texto inédito. José Luis Juresa-Cristian Rodríguez.